La de los «Niños de Écija», que ni siempre fueron siete ni todos ellos eran ecijanos, fue una de las cuadrillas de bandoleros más importantes de la historia de la delincuencia en España que se mantuvo activa en las cercanías de la ciudad astigitana aproximadamente entre 1813 y 1818.

La presencia de los Niños de Écija por las tierras del término de Fuentes fue constante, y fue muy cerca de la villa, en la Venta Nueva, en el tramo del camino real entre Carmona y Écija, donde a principios de abril de 1815 la entonces conocida como cuadrilla de Padilla comete el que sin duda es el golpe más audaz y famoso de toda la carrera criminal de los «Niños de Écija»: el robo del equipaje del general José Manuel de Goyeneche y Barreda.

Tal osadía se tradujo en un sinfín de acciones militares contra la partida, que desembocó en la muerte –en el verano de 1815– de dos de sus miembros, Antonio Padilla y Rafael Malhecho, las heridas causadas a otro de ellos, el «Portugués» y, seguramente, en la captura de Alonso de Osuna.

La tarde del 4 de abril del citado 1815, las justicias de la villa de Fuentes de Andalucía dieron cuenta al gobernador y alcaldes de la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla de haberse formado causa criminal contra siete ladrones armados a caballo, que habían intentado robar a trece arrieros y, posteriormente, al mencionado general y cuatro carros que desde Cádiz iban hacia Madrid con alhajas, algunas de las cuales iban destinadas al Rey y cuya relación se puede leer en el impreso que se reproduce en estas páginas donde se da cuenta del hecho.

De las diligencias practicadas por Alonso Fernández de Peñaranda, regidor primero del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, en la causa criminal de oficio que tuvo principio la tarde del 4 de abril para esclarecer lo sucedido, se sabe que hasta Fuentes se acercaron trece arrieros: Juan García, Manuel Sánchez, Justo Villano, Esteban Gallego, Pedro Barrios, Juan Ríos, Antonio López Gil y Pedro Parada, de Quintanar de la Orden; Alejandro Garrido, José Leyva y Miguel Cid, de Horcados de las Torres; y Lorenzo Bravo y Nicasio de Muelas, de Santa Cruz de Mudela. El primero de ellos venía con una fuerte hemorragia producida por una herida de bala con orificio de entrada en la parte anterior del muslo derecho y salida por la posterior, que fue calificada por el cirujano como grave.

Manifestaron en sus declaraciones que salieron de mañana de la ciudad de Carmona con dirección a Écija y poco antes de llegar a la Venta Nueva: «en ocasión de ir delante de los demás, seis de los dichos arrieros, salieron de los olivares que se encuentran a la izquierda del camino, siete hombres a caballos armados, y sorprendiendo a los arrieros que iban delante, disparándoles algunos tiros, les quitaron seis escopetas que llevaban, en cuyo estado los otros compañeros que observaron el hecho, se pusieron inmediatamente en defensa, lo cual, visto por los malhechores, dejando a los seis arrieros desarmados, cruzaron el camino, y guareciéndose con un vallado de pitas, principiaron a hacer fuego a los otros siete arrieros, los cuáles habiéndoseles ya reunido los otros seis compañeros, desarmados, determinaron dirigirse hacia esta villa, huyendo de los olivares y sitios oscuros. Pero los ladrones, saliendo del vallado, acometieron a los arrieros por diferentes puntos, y estos defendiéndose con ellos no dejaron su dirección, y así, se vinieron tiroteando hasta media legua de esta villa, a cuyas resultas hirieron a dicho arriero en el muslo y mataron el caballo de otro, sin que los ladrones hubiesen recibido más daño que haberles herido un caballo tordo, los cuales, viéndose que no podían vencer a los arrieros, se volvieron atrás, y ellos siguieron a esta villa».

El mismo día asaltaron igualmente un convoy compuesto de cuatro carros que contenía el equipaje del general José Manuel de Goyeneche, el cual constaba de treinta cajones y baúles cerrados y numerados. Los bandidos rompieron catorce de ellos y extrajeron alhajas de oro y plata y ropa, sin que los carreros pudiesen describir lo que se llevaron, asegurando solo, que eran cosas de mucho valor. A las 6 de la tarde, entraron en la villa con los carros desvalidos y se produjo la declaración de los mismos. Se trataba de José Pastrana, vecino de Manzanares; Francisco García Otazo, de San Fernando; Domingo Fernández Vázquez y Miguel Camarena. Por indicaciones posteriores, las justicias de Fuentes sospechaban que el robo estaba perfectamente calculado y que los ladrones conocían a la perfección los baúles que debían robar: «asegurándose que los hombres se dirigieron, desde luego, al carro donde iba el equipaje, parece que el robo estaba meditado y es de sospechar que en esa propia ciudad pueda indagarse alguna noticia que facilite la formación del sumario».

A raíz de los hechos se formaron cuadrillas de escopeteros para vigilar los campos y se ofreció una importante recompensa a quien ofreciera datos sobre los bandidos.
Apenas un año después, en 1816, la situación social se estaba convirtiendo paulatinamente en dramática y la poca efectividad policial y escasos o nulos medios económicos no bastaban para combatir el pillaje y los asaltos. De este modo, la Capitanía General de Sevilla impuso a todos los cultivadores de tierras, viñas, olivares y huertas de Fuentes y el resto de pueblo de la comarca, dos maravedíes mensuales por cada fanega o aranzada que labrasen, para costear mayor seguridad.
Pero las acciones no lograban reducir a los «Niños de Écija» y otros bandoleros que no dejaban de actuar por la zona.

Ante la situación reinante, el 30 de agosto de 1816 el Corregidor de la villa de Fuentes dio cuenta a los regidores de la ciudad de Carmona de cómo los labradores y hacendados fontaniegos, teniendo en consideración los excesos que se venían cometiendo en su territorio por ladrones y bandidos, habían acordado a imitación de los vecinos de Osuna el levantar una fuerza armada para perseguirlos «compuesta de vecinos honrados que espontáneamente se han presentado a hacer este servicio».
De este modo, el 1 de julio de 1817 los «Niños» vuelven a actuar, en este caso asaltando el Castillo de la Monclova.

Ruperto Orozco, alcalde de la villa despoblada de la Monclova, declara ante Juan Florencio de la Barrera, escribano de la villa de Fuentes, constando en el auto:  «(…) habérsele dado noticia que como a las once de dicho día se presentaron ocho hombres a caballo y armados, y eran conocidos por la partida de los ladrones de los Niños de Écija, y estando cerradas las puertas de dicho castillo dispararon dos tiros a la cerradura de ellas, solicitando un hacha para destrozarlas, y con efecto le hicieron un agujero grande. Que las personas que se hallaban dentro de dicho castillo franquearon las referidas puertas, entrando en él y reconociéndolo y a efecto de justificar los referidos hechos mandó se requiriese la competente información, examinando las personas que lo presenciaron, para con presencia de todo dictar las convenientes providencias. En el día dos de dicho corriente mes, se examinaron en solemne forma a Marcos García Ibáñez, José Ranssan y Pedro Fernández Morales, los dos primeros sirvientes en la venta del citado castillo y el último guarda del cortijo de este nombre, quienes contestaron cuanto queda expuesto en orden a haberse presentado ocho hombres armados, y de la partida referida, los que cometieron los insultos relacionados, robando al administrador de dicho castillo don Francisco Torralba un reloj de faltriquera, un caballo negro de dos cuerpos de Francisco Gómez, guarda del referido castillo, maltratando al referido y a Antonio Caballero, también guarda, con varios golpes; añadiendo los citados Marcos y José habían oído que también habían robado otro reloj a don Andrés García, cura de dicha Moncloa y que no les constaba hubiesen cometido otros robos ni insultos en dicho castillo ni su venta».

Durante los años de vigencia de la banda, sucesivas fueron las bajas por muerte o detención de sus miembros para ser ajusticiados, que constantemente estaban sometidos a renovación con la entrada de nuevos bandidos en la partida, por la que llegaron a pasar en sus años de actividad criminal en torno a cuarenta delincuentes.
Muertos o detenidos casi toda la banda, un tal «Becerra» que en los últimos meses de 1817 había huido a Cádiz, regresó a la zona natural de actuación de los «Niños de Écija». A mediados de julio de 1818 fue visto cerca de Fuentes, en la huerta de Alonso Fernández de Peñaranda y Rueda, donde acudió a coger pepinos y es reconocido como Francisco Narejo(a) Becerra, de la cuadrilla extinguida de los «Niños de Écija».

Cinco días después se le vuelve a ver al anochecer, según un parte del capitán Vicente Abad, en un cortijo del término de Fuentes, en donde pidió al casero un poco de cebada y le preguntó si le conocía, a lo que el casero respondió afirmativamente. Vagando en solitario por tierras del entorno de Fuentes, y conocedores los campesinos de su debilidad, varios vecinos de Fuentes y uno de Carmona se toman la justicia de su mano y logran capturarlo y ejecutarlo en septiembre de 1818. En el correspondiente oficio consta que el cadáver fue trasladado desde el cortijo del Grullo, en el término de Fuentes, hasta la cárcel de la villa de Fuentes de Andalucía para su reconocimiento por los facultativos y testigos.

Los médicos, Gallego de Sarria y Palmero, manifestaron haber reconocido «a un hombre muerto al cual le han hallado una herida hecha al parecer con instrumento punzante y cortante, situada en la parte izquierda del pecho, a distancia de cuatro pulgadas del hueso del centro, llamado esternón, entre la quinta y la sexta costilla verdaderas, cuya extensión en la superficie es más de una pulgada, profundizando bastante en la cavidad vital, con mucho derrame de sangre; otra en el costado derecho hacia su parte media, entre las dos últimas costillas verdaderas hecha al parecer con instrumento cortante y punzante…».

De todas las declaraciones, las más extensa y relevante fue la del fontaniego Francisco Caro Cañizo, guarda del cortijo de la Fuente del Moro. Manifestó que la muerte de Becerra se debió a un plan tramado por él, por Antonio Rodríguez (carmonés y guarda del cortijo Tarasanil) y dos individuos más. Hubieron de esperar más de mes y medio hasta encontrar la oportunidad idónea para apresar al delincuente. Según consta, todo comenzó en el cortijo del Grullo, cuando Becerra ordenó al declarante que se acercase al caserío que labra Sebastián Adalid de la Torre para que le entregase una «contribución» que el bandido le había impuesto. Fue la oportunidad esperada para prevenir a Rodríguez y a los otros al efecto de su captura. A la vuelta, ya en el interior del Grullo, se hallaba Rodríguez, y fuera, Manuel Galindo y Francisco Vidriel, este último al acecho con una escopeta a la orilla del río Corbones. A una señal determinada, Domínguez y Rodríguez se abalanzaron sobre el bandido asiéndolo con fuerza y pidiéndole que se diera preso.

Pero el referido quiso hacer uso de la escopeta que tenía y Rodríguez le dio una puñalada con un cuchillo de monte que usaba, cayendo mortal en tierra y al tiempo de caer recibió otra, expirando al momento de atarlo.

Lo trajeron a Fuentes, llegando al pueblo cerca de las doce de la mañana, y no pocos fueron los que reconocieron el cadáver en la cárcel fontaniega, ya que por desgracia de los vecinos había muchos que lo conocían personalmente por los robos, violaciones y heridas que Becerra, a título individual o cuando formaba parte de los «Niños de Écija», había hecho sufrir en los años anteriores.

Los cuatro vecinos que fraguaron el plan recibieron la cruz de distinción que el Rey tenía concedida a los perseguidores de los malhechores y el premio correspondiente por medio de la Real Audiencia en cumplimiento de la sentencia.

La desaparición definitiva de la cuadrilla de los «Niños de Écija» no abolió el problema del bandolerismo en las comarcas centrales de Andalucía, y en particular en el término de Fuentes.