“Dionisio Apis, lugarteniente de don Carnal y gallo de este sacrílego corral, desplumado de nacimiento, carnavalero por vocación y rebelde por convicción, con el poder que en febrero nos conceden desde el infierno, en esta esquina de la campiña, provocadora con sus lomas y senos y encaramada a mil sueños, acompañado y asesorado nada más y nada menos que por un Consejo de socarrones, formado por los recuerdos y las resonancias de Juanillo el Gato y Sajones, de Jesús de la Rebeca y José Hincapiedra afinando sus pregones, de Mangarra y el herrero Juan León perpetuando letras de Marcelino y Zancarrón, de Juan de la Harina mano a mano con Juan Antonio el Nieto y el gordo Serrano, de Luis de la Gamerita, el Margarito de la Margarita y otro puñado de irrepetibles murguistas, DECLARAMOS, ORDENAMOS, DISPONEMOS Y MANDAMOS CON DESPARPAJO… y después que cada cual haga lo que le salga del carajo:

Que a partir de este instante, todo aquel que se haga llamar fontaniego y carnavalero está obligado a darle un refrescón al mal genio; a hacerle una culebra al aburrimiento; a pedirle prestao el carcajeo al que está a su lado; a desatar la gata parda que, maullando todo el año, lleva atrapada y sin pillar por los tejados; a no olvidar el chorizo y los güevos, duros, tiernos, cascados o enteros, el día del jueves lardero; a cambiar las hipotecas mentales por el pasoteo y el callejeo; a fiarle a la bacanería y a darle un meneíto gordo a la alegría y al cachondeo.

Porque durante esta regencia, desde la taberna más barbera y rebolera, es ordenado que en cada esquina de este entornao fontaniego, a punta de zapateo y desafines, se rompan las baldosas y los adoquines; que los pitos de cañas y los timbales retumben en el barrio de la Estación, las Ranas, la Puerta del Monte y la Alameda, acabando esta sana borrachera entre el tumulto de la bacanal Carrera; que ese chillante “¿me conoces o no me conoces?” entre labios malpintados en una tela blanca suene con rintintín, nos maquille las malas caras y nos haga llorar de tanto reír;  que al baúl de la abuela no se le agote su capacidad de opulenta chistera; que las máscaras espantapájaros se apoderen del son en todas las casas y las cosas; que guardemos piltrafas de colchas y alpargatas para quemarlas en la orgía del domingo piñata y que las murgas, mordaces y bravas, hagan oir a todas horas sus letras canallas.

Termina el Bando aquí, en este rincón con añejo tabernero y mucho chistoso carnavalero, pero sin perder los modos, que este año, el pasado y el que viene, los protagonistas de esta fiesta somos absolutamente todos; que la diversidad y la historia de nuestras fiestas valen oro; que a pesar de lo escrito en Buen Amor sobre la voluntad de Ruiz don Juan, tras ganarle a la Cuaresma la batalla final, don Carnal es y seguirá siendo la única majestad, la que nos ha hecho patrimonio de verdad, de verdad; que los carnavaleros que disfrutamos el baile y la pernicia tendremos goces y orgasmos desde ahora hasta el miércoles de ceniza; y que toda España y todos los que vivan fuera están invitados a este manicomio de magia sin entendederas.

Fontaniegos y fontaniegas, forasteros y forasteras, bienvenidos a esta fiesta, a la “Fiesta del Cotilleo” que desde hoy es puro cachondeo.

Repitamos todos, por favor, alto y sin rodeos: ¡que desde hoy es puro cachondeo!

Escarbemos en la tierra y enterremos miedos y complejos; vivamos, comamos y disfrutemos de todos los placeres ahora, nada para luego; encendamos la hoguera y si nos queda algún resquicio de culpa, que con ella se avive el fuego.

Que este carnaval es algo único en el universo, y sin complejos se antoja más eterno que el del capitán Veneno, que nadie piense que lo de este pueblo es un calentón efímero cada invierno por febrero, porque ni el franquismo sortílego, casposo y medievo pudo con las ganas y los deseos libertarios de tantos ovarios y tantos güevos.

¡Vida eterna al Carnaval fontaniego! ¡Viva el Carnaval fontaniego!”