(Unas gotas de surrealismo)

Para no generar alarmas desproporcionadas, aclararé desde el primer momento que el huevo que supuestamente se auto inmoló era de gallina. Como ya es sabido, sobre las diez de la mañana a los terrícolas que viven hacinados a derecha e izquierda de la franja que imaginativamente llaman meridiano de Greenwich, nótese la sintonía con Sándwich, les entra un desasosiego concomitante sobre cuyo origen aún no tienen ni la más ligera idea a pesar del alto nivel de su civilización.

Eso sí, hace mucho tiempo que algún iluminado, en lenguaje coloquial muerto de hambre, encontró la respuesta concreta a tan abstracta incógnita. Desde entonces, los susodichos Greenwichianos, cada día a la hora citada, minuto arriba minuto abajo, Sanwidchean. Que conste que el primero que compuso un himno a tan peculiar costumbre fue el popular abanderado de nuestro folklore Manolo Escobar, decía más o menos así, a Sandwichear, a Sandwichear, que es lo que hacen lo turistas cuando vienen por acá.

Eso era antes del euro, ahora también Sandwichean, pero menos. Por hacer honor al folklore y algunas otras cosas que no interesan directamente al caso, Yo, Ego y YOYÓ a la hora establecida se dispusieron a cumplir con el ritual Greenwichiano. Ustedes se preguntarán ¿y quiénes son éstos? El listillo de turno diría, eso está tirao. Yo y Ego son la misma cosa nombrada en castellano y en latín. Por lo tanto si A = B  y  C =(A3) –1 entonces tenemos que el que corta el bacalao  ..... Quita, quita Pitagorillas, tú serás un as de la trigonometría, pero de metafísica doméstica no sabes ni papajota.

Yo y Ego son dos sub-cualquier-cosa, pero siempre sub, parciales y antagónicas, ergo complementarias, originadas por la fragmentación permanente y a la baja de algún satélite que reivindica categoría de planeta, que por si solos no tienen la más mínima posibilidad de aglutinarse para dar vida a un tercero, salvo en presencia de un potente catalizador, por eso hablan utilizando los tiempos verbales en tercera persona para referirse a sí mismos, o sea, Ego quiere cosita, Yo no la quiere, y así vamos.  

A partir de la explicación precedente está claro quién es YOYÓ, ¿o no?. Vaya, veo que tendré que explicarlo. YOYÓ es el producto sintético resultante de la unión mezcla o amalgama de las dos sub-cositas, que, cediendo en un momento dado a las presiones de algún mensaje subliminal que les llega desde algún culebrón televisivo, catalizador potente donde los haya, agarran a uno que iba de paso, lo suben a hombros y le dan tres vueltas al ruedo, gritando a voz en cuello: hasta ayer no éramos nadie, y hoy tampoco, pero al unir nuestros esfuerzos hemos aupado a un tercer elemento, un ente que al disponer de una posición privilegiada, gracias a ir apalancado sobre nuestros hombros, tendrá una visión más amplia del mundo y sus circunstancias, pronto obtendrá representación en el consejo galáctico, adonde, en agradecimiento al soporte que le damos, defenderá a capa y espada el final de la explotación de las clases sub.

En la primera vuelta a la plaza, YOYÓ realmente vio el mundo desde una perspectiva mucho más agradable que cuando iba a pata. En la segunda vuelta comprendió claramente que eso duraría mientras aquellos dos tontos conservaran su irracional entusiasmo, así que les prometió el oro y el moro, y en la tercera vuelta hizo el descubrimiento de su vida, en esta plaza yo corto oreja y rabo. Como corresponde a su categoría, hablará con propiedad y utilizará los verbos en primera persona para referirse a si mismo, o sea, YOYÓ quiero.

Esta casual, arbitraria, alquímica y extraña trinidad no tiene la más mínima posibilidad de alcanzar una madurez estable, aseguraban los científicos más eminentes de la época. Pero la experiencia contradijo una vez más a la ciencia. Así que Yo y Ego y YOYÓ buscaron un pisito en el ensanche y allí llevaban una vida plácida y llena de esperanzas que, por no tener fundamento alguno, tenía todas las probabilidades del mundo de durar eternamente, juzguen sino lo que puede dar de si un simple desayuno.  

Con el beneplácito de YOYÓ, Yo pasea una mirada inquisitiva por la nevera y va proponiendo, Ego asintiendo y YOYÓ aprobando o denegando, según los casos y las cosas. Ñam, ñam, Yo quiere un par de tostadas con mantequilla, un poquito de jamón, una buena loncha de queso, algunas aceitunitas, cuatro pistachos, un cafetillo y un par de galletas. ¿Que le parece a Ego? Ego quiere un huevo. Perdón, pero Yo no recuerda haber incluido ningún huevo en su propuesta. Perdón pero Ego quiere uno. Yo no ha hablado de huevos en ningún momento.

Pero Ego quiere uno, vale. Para evitar que la disputa degenere en riña, YOYÓ interviene conciliador, bueeeno muchachos tampoco estaría tan mal incluir un huevo en el desayuno. Ya está bien YOYÓ, lo haces sólo para complacer a Ego, el niño mimado, Yo no es importante en esta casa. Que no Yo, te lo aseguro, anda para que veas lo importante que eres, saca el huevo de la nevera y déjalo sobre la mesa. Ahora decidiremos entre todos cómo lo vamos a hacer. Ego lo quiere frito con patatas. Yo lo quiere pasado por agua. YOYÓ lo haré como me dé la gana, y donde hay patrón no manda marinero.

Yo no está conforme y, cogiendo el huevo con una mano, se sitúa en un extremo de la mesa. Ego tampoco y, situándose en el otro extremo, grita, pásamelo Yo, que no lo pille YOYÓ.  Huevo por aquí, huevo por allá, YOYÓ manoteando en el aire, que lo pillo, que no lo pillas, que se va a hacer papilla, crash, oh, ooh, oooh, se ha espachurrao. Ha sido Ego, que me lo ha pasado con efecto a la izquierda. Acusica, no le hagas caso YOYÓ, está resentido por lo de antes y lo ha dejado caer a propósito.

Qué dices a eso, Yo? Que es una mentira cochina, Yo cree que el huevo cuando se ha olido lo que queríamos hacer con el y, sintiendo en sus entretelas la más honda de las frustraciones al ver de esta manera alterado su destino, que como todos ya sabemos es dar origen a un pollito al cabo de veintiún días de incubación, y que de un momento a otro caería en la sartén, ha desviado voluntariamente su trayectoria y se ha suicidado. Ego piensa que Yo tiene un morro que se lo pisa. YOYÓ pienso lo mismo. Yo está muy enfadado, os habéis confabulado los dos contra mí, no hay derecho, esto es un atropello. Yo creo que exageras, nadie te está acusando formalmente de nada.

Así, ¿aceptamos el suicidio como posibilidad? Más bien como hecho consumado, qué remedio. Bueeeno, muchachos, ahora veamos si podemos sacarle algún partido a la catástrofe. Ego descarta cualquier uso alimentario, ni de ninguna otra índole, del fiambre. Yo afirma que Ego es un cochino materialista y un ignorante. Las más grandes realizaciones de la humanidad no son, en realidad, más que grandes huevicidios. YOYÓ pienso que un huevo que se suicida por motivos existenciales siempre deja un mensaje, miremos la forma en que se ha espachurrao a ver si lo desciframos.  

Ego cree que ha quedado en forma más bien asquerosa y no quiere ni verlo. Vaya piji que estás hecho Ego, anda YOYÓ tú que tienes el tentáculo esotérico más desarrollado, ve a buscar la lupa y a ver si captamos alguna cosa; así, a bote pronto, veo que hay como dos lenguas de clara que avanzan y retroceden o viceversa, como siguiendo el ritmo de unos tambores invisibles y, en el centro del conjunto, la cáscara parece una bailarina efectuando una danza ritual sobre una pista amarilla con fondo gris oscuro. Mientras baila, con una de las manos sostiene una bandeja con algo, que bien podría ser la cabeza de alguien, algo así como aquello que cuentan de una tal Salomé llevando la cabeza de un tal Bautista en una bandeja mientras ejecuta la famosa danza de los siete velos. Convencido de que le sería imposible superar este alarde de imaginación, YOYÓ recogió con una bayeta los restos mortales de aquella suprema obra de arte, en potencia, y los echó por la fregadera mientras los tres guardaban un minuto de silencio por el frustrado desayuno.