En el año sesenta, aquellos que tiempos después iban a proclamarse demócratas de toda la vida andaban bailándole el agua a la dictadura. Las personas de orden no se metían en política y las mujeres de bien permanecían en sus casas cuidando a la familia y transmitiendo los valores tradicionales, como siempre se supone que es nuestro deber como madres y esposas. Pero he aquí que un grupo de mujeres de nuestro pueblo no cumplían con lo que se les mandaba desde el poder represor. Entre ellas estaban Salud Lora, Antonia la Cuerva, Antonia Romero, Concha Maíllo, Remedios la Cacheta, Rosario la Rubia (del Guerra) Rosario e Isabel Marieño y Ana María la Ligera. Seguramente me olvido de muchas que lucharon desde sus casas soportando el peso de la responsabilidad no compartida porque el hombre tenía que estar en la calle en la “cosa pública”.

Recuerdo que, aún niña, las veía como algo fuera de mi mundo. Fue más tarde cuando empecé a comprender quiénes eran y qué papel habían jugado en la lucha por los derechos, en la lucha por hacer más humana la vida de las y de los trabajadores de nuestro pueblo. Por la libertad, esa que como mujeres no tenían ni en su propia casa. Ellas eran también víctimas del machismo contra el que, aún sin saberlo, se estaban rebelando. Estoy hablando de las mujeres que en los años sesenta y entrados los setenta fueron fundamentales para el PCE en Fuentes.

Salud Lora y Antonia Romero

No es suficiente decir esto porque ellas fueron la columna que sostenía el partido, con su sacrificio diario en el sostenimiento de la familia y aportando con su trabajo a la economía del PCE. Bien es cierto que el machismo estructural las protegía en cierta manera, a cambio de que ellas trabajaran en silencio, jugándose la salud, el bienestar y la tranquilidad. Nunca sabían si sus hijas e hijos tendrían un futuro inmediato o lejano de libertad o estarían sometidos al oscurantismo y al miedo que ellas sufrían en sus carnes. Alguna tuvo que fingir ser la mujer de otro porque su verdadero marido estaba en la URRS o cuando iban a hacer ferias y todos los niñas y niñas se quedaban durmiendo en una furgoneta para ahorrar lo más posible para el partido.

Aún recuerdo cómo les compraba palmitos para el Jueves Lardero o cómo mi madre compraba papeletas para la rifa de una maceta de espárragos que luego se olvidaba de comprobar el número salido. Como las veía trabajar en la caseta de los Coreanos o en la municipal, siempre en la cocina, siempre detrás de los hombres, pero valientes y abnegadas. O cuando cargaban un camión de remolacha o iban a trabajar en el melonar que en tierras de los Catalino sembraban para financiar el partido. Otras permanecían en sus casas en silencio, trabajando, educando a sus hijas e hijos sin apenas ser reconocidas por sus parejas o compañeros. Todas las que hemos cumplido muchos años las guardamos en la memoria, sabemos quiénes son.

Quiero recordar aquí a todas las mujeres que de alguna manera, incluso en la total sombra, fueron el sostén del PCE en Fuentes. Mujeres que fueron capaces de trabajar y luchar en un mundo peligroso, aunque libre y alegre en cierta manera. Supieron sacar fuerzas de donde era muy difícil hacerlo. Ellas son la sal de la tierra.

(En la fotografía que abre este artículo aparecen Salud Lora, a la izquierda, un niño sin identificar, en el centro, y Manola Egea, a la derecha. El hombre con gafas es Josíto Miramé.