Hay que ver lo que pesa la cuna. Antes más. Pero todavía pesa mucho. El que nacía en casa de herrero tenía todas las papeletas para ser herrero. El nacido en casa de carpintero, carpintero era su destino. Los ricos, para ricos estaban predestinados. Los pobres, para pobres. Pocos escapaban a ese sino. Había excepciones, pero qué pocas eran. Y son. De ahí que en Fuentes haya sagas de herreros. Las dos grandes aristocracias de la fragua de Fuentes en los setenta eran los hermanos Caro de la calle la Matea y los León y Moreno de la Alameda. Altas cunas con el yunque y el martillo en los escudos heráldicos. Los de la Alameda eran entonces Juan y Sebastián León "Cachete" y Rafael Moreno "Mollete".

Alto linaje de los altos hornos de Vizcaya, pasando por las manos intermediarias de Hierros Guadalquivir o Hierros Blanco de Sevilla hasta llegar a la fragua del taller de Hermanos León y Moreno. Cachete y Mollete, Mollete y Cachete. Zunchos de gavillas daleás. Muchos martillazos hubo que dar para enderezarlas. Punzones, mazo gordo y mazo menúo para darle forma al hierro. Malos materiales, escasas herramientas, pero excelentes profesionales. Hasta las cejas de hollín, los poros renegríos, las ojeras negras como las de Juan el Negro, también conocido como Maestro Perdigones por su pasión por colgar el pájaro. Doblemente maestro, cuando llegada el tiempo de los perdigones se olvidaba del yunque para volar al campo en pos de los pájaros. Hombre polifacético, lo mismo se echaba a volar con una soleá flamenca que con un gol de Biri Biri. Tantas eran las pasiones del Juan León.

La aristocracia de la fragua estuvo compuesta por gente de bien y trabajadora a carta cabal, no como otras noblezas. Recibieron por única herencia la fortuna del trabajo y la sapiencia y, si acaso, dos martillos, un fuelle y unos alicates. Alcanzaron la cima social a base de avivar la candela, machacar y enfriar el hierro durante catorce o quince horas diarias. Tantas horas echaban moldeando el hierro que no tenían tiempo para estudiar su composición y origen. Para tratarlo como a uno más de la familia no necesitaban saber la fórmula química del hierro (Fe), ni que su configuración electrónica es 1s2, 2s2, 2p6, 3s2,3p6,3d6. La sabiduría les venía de antiguo, desde la Edad del Hierro, siguiendo la infalible línea de padres a hijos.

De izquierda a derecha, Juan y Sebastián León, Petete y Antonio Casillita

Del tiempo y del manejo diario de la materia, Juan León tenía el carácter del hierro. Reñía y trabajaba. Trabajaba y reñía. Como un martillo pilón, lo primero que le preguntaba a todo el mundo era si trabajaba y de qué trabajaba. A los niños los acribillaba preguntándoles qué querían ser de mayores. Como si las personas no hubiesen venido al mundo más que a trabajar. Tuvo un hijo y dos hijas. Cuando vio al niño Manuel por primera vez debió de penar "este será herrero, como yo". Si hubiesen sido tres varones habría visto tres herreros en ciernes. O tal vez hubiese soñado que pudieran ser futbolista de éxito. O cantaores. No cabía otra posibilidad que esas tres profesiones.

Juan León, lo mismo que su hermano Sebastián y que Rafael Moreno, habían aprendido el oficio con Cochoba. De los altos hornos de la calle Calvario a los arrabales de la Alameda. Los tres emprendieron el vuelo juntos cuando en 1971 compraron el local y la vivienda de la Alameda para montar taller propio de herrería. El taller fue pronto un hervidero de mayetes trasegando arados, reparando cortes de siega, quintas, calificadores, chirces y remolques. Y vecinos armando rejas para las ventanas, escaleras y zunchos para la albañilería, además de una patulea de chavales alrededor del balón y la alberca que había en el patio trasero de la herrería. Allí estaban Manuel y Daniel, los hijos de los herreros, junto al Kiki, Francisco de la Mata, Fernandi, Crespo, Paco Mateo, Pepito de la Fe, Buendía, Pepe del Matadero...

Petete Muñoz y Manuel León, ante la vieja fragua.

La animación nunca faltó en aquel curioso lugar de trabajo y juego. Habían instalado en el patio una portería de hierro con red de jilillos y muchos días, al acabar el trabajo, Juan y Rafael tiraban de todos para la alberca y entonces herreros, niños y mayetes dejaban atrás sudores y hollines. Huerta, alberca, herrería y campo pelota, todo en uno. Juan nunca dejó pasar un día de su santo sin montar un gran sarao. Juntaba a media humanidad y traía a los flamencos de Fuentes y sus alrededores. No falta Zacarías y el Clarín.

Como Mollete era bético y Cachete sevillista, el pique siempre estaba servido. Juan venía del barrio la Rana y Rafael de la calle Calderero. Pocas herramientas (mazos, martillos, seguetas y limas) y mucho trabajo había en aquel templo de fuego avivado primero por el fuelle y después por el molinillo. Al que manejaba el fuelle le llamaban el follaó.

Al final hubo divorcio, aunque no por culpa de la disputa por el balón, y cada uno siguió su rumbo con las herrerías puerta con puerta. Mollete tuvo tres hijas y un hijo. Cachete, dos hijas y un hijo. No se equivocó Juan León cuando pensó que aquel niño moreno al que le puso el nombre de Manuel estaba predestinado a formar parte de la aristocracia de la fragua. El "Negro Jerrero" es herrero, aunque derivado hacia la carpintería metálica. Con vocación de periodista y flamenca, algo que también tiene algún origen genético. Manuel León es a Juan León "Cachete", lo que Daniel Moreno a Rafael Moreno "Mollete".

Hijos de la fragua, el yunque y el martillo. Aunque la fragua, el yunque y el martillo hayan sido abolidos en la nobleza herrera. La revolución industrial, el maquinismo, irrumpió con fuerza en el minifundio de la fragua para bien de los siervos de la gleba. El nuevo mundo fue habitado por la rotaflex y las nuevas soldaduras eléctricas que sustituyeron a la fragua en la tarea de unir hierro con hierro.

Rafael Moreno "Mollete" junto a Juan León "Cachete"

Así, la herrería ha devenido más llevadera, menos esclava que en los tiempos de los hermanos Juan y Sebastián León y Rafael Moreno. De Juan se recuerda, además del manejo de los hierros, su pasión por la cuelga de la perdiz y el flamenco. Cuando llegaba el festival de flamenco de Marchena no conocía a nadie más que a. los cantaores de la época, a los que invitaba a Fuentes y echaba horas y horas de cante y conversación. También cantaba y no del todo mal. De Sebastián todavía se dice que ha sido el mejor soldador que ha habido en Fuentes en todos los tiempos. Lo dice Petete, uno que sabe bien de lo que habla. Sebastián había sido militar en Marruecos y nunca dejó de serlo.

De la habilidad profesional del jovencísimo Petete (José Muñoz Beltrán) quedó prendado Juan León por aquel entonces y no paró hasta llevárselo al taller. Era en aquellas fechas Petete pocero con Siria. Duro fue el aterrizaje en aquel taller sembrado de astillas de hierro y lleno del carácter crudo del maestro. Manuel León se inclinó por el aluminio, del que nadie en Fuentes sabía cómo trabajarlo, y Petete por el hierro. Desde los tiempos de Juan y Rafael, por el taller de León y Moreno han pasado muchos jóvenes que al cabo del tiempo se han hecho excelentes herreros. La corte de la nobleza herrera. Entre ellos, Ricardo el Gato aún sigue fiel al oficio.

Aunque la fragua esté jubilada hace décadas, la herrería deja trabajadores machacados de manejar toneladas de hierro, soldadura, radial, martillo. Oficio sacrificado y sucio, casi sin futuro, trabajo que viste hollín por más que uno se endominguen. Aristocracia de la fragua, gente de bien, diarios enderezadores de un mundo que por más duro que hierro que sea tiende a doblarse cada noche. Candela, martillo y agua para domar el misterio del hierro. Y así desde la noche de los tiempos.

(En la fotografía a apertura: Juan León, Sebastián León, Antonio Casillita y Manuel León)