A partir del 7 de octubre, con los atentados de Hamas, el problema palestino ha llenado y sigue llenando horas y horas de tertulias, páginas de periódicos, artículos de opinión. En todos aparecen noticas de la masacre del pueblo palestino por parte del estado de Israel. Estos días, con el intercambio de prisioneros por parte de Hamas e Israel, vuelve a la actualidad la cuestión de los prisioneros en las cárceles israelíes. Cuestión que apenas aparecía antes en las portadas de los periódicos de mayor tirada o en la prensa en internet, tal vez porque los dueños de la misma tienen intereses que se nos escapan. Ya sabemos que el periodismo honesto y de investigación está agonizante, diríamos muerto si no fuera por algunas y algunos profesionales valientes.

La historia de los palestinos y palestinas encarcelados no empezó el 7 de octubre. Antes de esa fecha había unos 5.000 prisioneros en las cárceles israelíes, de esos unos 170 eran niños. De los 5.000 encarcelados, aproximadamente, 1.100 estaban bajo detención administrativa, es decir, sin cargos y sin que haya juicio ni, por tanto, opción a defenderse. Así pueden permanecer hasta seis meses y este periodo puede ser prorrogable de manera indefinida. Estas formas arbitrarías suponen una tortura psicológica para las familias y los prisioneros difíciles de asimilar y soportar.

Israel es el único país perteneciente a las Naciones Unidas que procesa sistemáticamente a menores en tribunales militares, aceptando a veces confesiones obtenidas bajo coerción. Se calcula que cada año entre 500 y 700 niños, algunos apenas de 12 años, son juzgados por tribunales militares, siendo el cargo más común el de arrojar piedras a convoyes militares, pudiendo ser condenados hasta a 20 años de prisión. En agosto de 2016, Israel modificó una ley que hasta el momento establecía que los niños menores de 14 años no podían ser considerados penalmente responsables. La modificación de esta ley se hizo para poder acusar a Ahmed Manasra, que tenía 13 años en el momento de su arresto, de intento de asesinato. Ahmed, tras todos estos años de prisión, en los que se incluyen prolongados periodos de aislamientos (de hasta 2 años) tiene gravemente afectada su salud mental.

Un informe de Unicef de 2013 concluyó que el maltrato de los niños palestinos detenidos fue generalizado e institucionalizado durante el proceso de arresto. El 59% de los menores arrestados en Cisjordania lo fueron por la noche, el 97% confesaron posteriormente haber tenido las manos atadas y haber sido interrogados sin la presencia de abogados y, a menudo, privados de comida y agua. Una investigación reciente de Save the Children encontró que los menores palestinos detenidos en Israel sufren abusos físicos, emocionales y sexuales. Alrededor del 86% dijeron que habían sido golpeados, el 69% fueron registrados desnudos y casi la mitad de ellos sufrieron heridas de bala y huesos rotos. Los familiares apenas pueden visitarlos, ni les notifican cuando los trasladan de prisión.

La falta de humanidad y respeto por el dolor de las familias llega a tal punto de crueldad, que cuando un preso o presa palestino muere en prisión, conserven su cuerpo en cámaras refrigeradas hasta que cumple la condena, no pudiendo enterrar a su ser querido hasta que el cadáver les es entregado. A veces, cuando el ejército o los colonos matan a algún palestino hacen lo mismo, no le entregan el cadáver a la familia.

Todo lo anterior está ocurriendo desde hace años, mientras la comunidad internacional ha mirado para otro lado. Sigue mirando. No sabemos cómo va a terminar esta insoportable situación, este genocidio que ocurre ante nuestros ojos, mientras nos acostumbramos a ello. Ojalá no nos olvidemos de Palestina cuando desaparezca de las noticias, cuando nuestra atención sea desviada hacía otro conflicto o, lo que es peor y triste, hacía unas rebajas en las tiendas o una fiesta en la que el consumo es primordial para hacernos sentir bien.