En estos días de vísperas primaverales, cuando los trigos encañan allá por los cerros de San Pedro, antiguamente la gente de Fuentes solía decir “en marzo, como te pille te alzo”. Que por marzo era por marzo -que no por mayo- cuando las codornices, “coornices” decimos en Fuentes, buscaban contra los cazadores el abrigo de los altos trigales, lo mismo que los novios para sus prohibidas escaramuzas amorosas y los niños para sus iniciáticas aventuras guerreras.

Esas cosas decían el refrán y las habladurías de las lenguas de doble filo, que te casaste con otro y me quedé tan tranquilo. En cuanto al refranero popular, no osaremos aquí contradecir a Don Quijote cuando decía “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas." Sin embargo, “como te pille te alzo” no tenía otra connotación que la agrícola, según la cual, en marzo los trigos forman la espiga haya sido el año como haya sido.

La consecuencia de que los trigales próximos a Fuentes atrajeran por igual a cazadores, enamorados y niños belicosos era que muchas mañanas amanecían encamados a roales. Que por marzo llega la primavera que a sangre altera y los trigales eran muy socorridos como tapadera y en fuentes gustaban mucho las “malas voces”. El jardín de las habladurías embotaba los cinco sentidos con sus aires perfumados, sus guiños de verdor exuberante, sus amapolas temblorosas… Cuidado chaval, átate bien los cordones si sales con la novia a un trigal.

Las malas voces hablaban y no paraban de hablar de aquellos dos cazadores que andaban presurosos por los trigales, qué habían de hacer dos hombres solos por el horizonte de espigas flameantes. El trigo primaveral era lujurioso por necesidad, pero por la necesidad de los reprimidos que miraban. El verdadero placer consistía en salir a las codornices de buena mañana, con el rocío empapando las perneras, o por la tarde, con el solecito en la cara.

Así andábamos por aquella haza que tenía Currito Atienza junto al cortijo la Ricia, cerca de los cerros de San Pedro, que en noviembre había sembrado de trigo y cuando llegaba marzo todo el mundo decía que lo había sembrado de codornices. Sabíamos que Currito había sembrado trigo porque lo habíamos visto con nuestros propios ojos aquella mañana del 22 de noviembre de 1985 que se había levando fría con el aire que a veces mandan los campaneros y que cala hasta los huesos.

Habíamos visto desde la altura de nuestro tractor lo bien que funcionaba la máquina de sembrar trigo que tenía Atienza. Íbamos sentados en el guardabarros con más fío que una espuerta de gatos y por allí andaba el vecino Currito Atienza capeando el aire helado con su pelliza negra y su gorra calada hasta las orejas, más diligente que un empleado bancario preparando la sementera para que en marzo restallaran espigas como soles. El misterio era que restallaban las espigas, pero también las codornices sin que Currito hubiera hecho para nada al respecto. Al menos, que supiéramos nosotros.

Una legión de “coornices” sobre un manto de trigo era lo más parecido al paraíso que podía imaginar un fontaniego de aquellos años. Más aún si abajo corría cantarina el agua por el arroyo Algarbejo y, a lo lejos, aparecían las siluetas de la Tinajita, la Herradura, los Álamos, la Pepa y el Lejío, sobre un fondo de óleo de Fuentes en el horizonte. ¿Hacían falta más placeres?

En aquellos barros arenosos se encontraba la mayor concentración de codornices de todo Fuentes. Contaba Rafael, cuyo padre estaba de encargado en el cortijo Escalera, que cuando llegaba San Juan y las cosechadoras segaban los trigos era un espectáculo ver levantar el vuelo de las bandadas de codornices. El campo era un jardín y la caza, un gustazo, habladurías aparte. Cuando los coorniceros salían por la mañana usaban botas de agua y pantalón verde de agua para evitar el rocío de la noche. Usaban una red, verde también, comprada en la tienda de Cecilio del Postigo. Llevaban la red el pito los cazadores en un saquillo verde. Los corniceros salían al campo con su Derbi o su Citroen 2 caballos.

La clave de la caza de la codorniz era el engaño. Dispuesta la red, el cazador accionaba el pito y veía cómo el pájaro venía encelado maullando hasta lo mismos pies del cazador. Una palmada y ya estaba el pájaro atrapado en la malla verde. Hablar de la codorniz era hablar trigales, de pito, de red y de docenas de pájaros en el zurrón. Accionar el fuelle del pito y empezar a aparecer coornices era todo uno, dijeran lo que dijeran las malas voces cuando veían la silueta de dos novios recortada sobre un fondo verde de espigas moteado aquí y allá por las amapolas y los roales de trigo encamado. Cosas de Fuentes en primavera.