Benjamín ya no está en la esquina de la Carrera con la calle Cruz Verde. Una pena. El tiempo no perdona. Benjamín ha cerrado por jubilación. En realidad, Benjamín se fue hace más de 30 años, pero sus sobrinos Aurelio y Antonio le dieron continuidad al negocio. No perdonan ni el tiempo ni los cambios de la vida. Aurelio y Antonio sucedieron a su tío, pero ellos no tienen quién se les suceda al frente del negocio fundado por Benjamín Gómez Caro en 1947, hace la friolera de 75 años. Sólo el supermercado de Diego Millán, abierto a finales de los años treinta del siglo pasado, le ganaba en antigüedad. El local donde ha estado el establecimiento será puesto en venta.

Quince lustros vendiendo alcayatas, puntillas, tornillos, estropajos y babuchas. Bisagras, llaves inglesas o fijas, cámaras de bicicleta, hilo de coser y sombreros. Palanganas, alambre, escobas, cacerolas, pintura, rodillos y cerraduras. Generaciones de clientes han pasado por la tienda de Benjamín. Decenas de clientes que, siendo niños, fueron a buscar añil para sus madres, de adolescentes compraron parches para arreglar un pinchazo de la bicicleta y de adultos tornillos para el bricolaje de sus nuevos hogares. Hubo una niña en los años 50 a la que le dieron una peseta y no se le ocurrió otra cosa en la que gastarla que irse a Benjamín a comprar estropajo para su madre.

De todo había expuesto en las estanterías de Benjamín. Si algo no estaba en las estantería, salía milagrosamente del fondo de la tienda, auténtica caja de Pandora de la que primero Benjamín y después Aurelio o Antonio, eran capaces de sacar los artículos más insospechados. Y si a pesar de todo no había ni en las estanterías ni en la trastienda, vuelva usted por tarde que se lo traen sin falta. Servicio seguro, el ferretero fiel, incansable, atento y diligente. Servicio a domicilio, rápido y directo, mucho antes de que Amazon empezara a circular por esos mundos digitalizados.

El vecindario está apenado, lo mismo que Aurelio, que a pesar de haber cumplido 68 años no tenía ninguna gana de jubilarse. "La familia, sabe usted..." Cosa de la familia, harta de la esclavitud que supone sostener abierta una tienda. "Por mí hubiera seguido, pero ya estaba solo después de que Antonio se jubilara hace dos años". Cerró el 30 de septiembre, aunque ahora toca la ingrata tarea d liquidarlo todo y echar el cierre definitivo. De momento no saben qué harán con el local, propiedad de los dos hermanos, aunque lo más probable es que lo pongan en venta.

Lo más difícil va a ser digerir el cierre, enfrentarse al vacío que deja una intensa y larga trayectoria profesional. No sólo porque son muchos años dedicados a la atención al público, sino porque, además, a Aurelio le apasionaba su trabajo. "Es una pena", reconoce el ferretero. Ha sido una tienda muy familiar, de toda la vida, que ha visto pasar por su mostrador a varias generaciones, dice. Ahora, Aurelio dedicará más tiempo a la música y a la asociación El Arpa, su otra pasión. El oído y el gusto por. la música se hereda, como la pasión por las alcayatas y los cáncamos. Benjamín Gómez Caro, el fundador, tocaba el violín en los ratos libres que le dejaba la venta de puntillas al peso. Benjamín abrió sus puertas por primera vez en la esquina de la Carrera en 1947, después de un tiempo como administrador de la empresa que Espuny tenía en Baeza.

Benjamín pasa ahora a engrosar la larga lista de los establecimientos locales guardados en la memoria. Lugar para la nostalgia y el recuerdo. Dentro de quince, veinte, treinta años, muchos echarán la vista atrás y recordarán con tristeza tierna las veces que empujaron la puerta de la ferretería para cumplir un mandado, perseguir el recambio imposible de una junta de goma para la olla exprés, las tertulias con el mostrador de por medio, la amabilidad exquisita, el olvido de la cartera a la hora de pagar y el lléveselo que ya me lo pagará otro día. De dónde vendrá esa manía del cerebro humano de no valorar lo que se ha perdido, después de quitarle importancia mientras estuvo a mano.