Fuentes soñó en algún momento de su historia con dejar de ser un pueblo agrícola para convertirse en industrial. Con cuatro fábricas se habría acabado la emigración, decíamos allá por los años setenta. Pero las fábricas siempre iban a parar al País Vasco, Barcelona, Valencia o Madrid. Nunca a Andalucía. Si no en Fuentes, hablábamos de que Carmona podría albergar alguna de las muchas fábricas que viajaban siempre al norte o al levante. Pero la apuesta de los gobiernos eran siempre las mismas y a los andaluces nos destinaban a mano de obra barata. Los terratenientes y la burguesía andaluza tenían su pensamiento en Madrid y los trabajadores en Alemania, Barcelona o Alicante. Las burguesías catalana y vasca tenían su pensamiento en su tierra. Así nos fue, así nos va.

Nada ha cambiado con los años. Bueno, sí, ha cambiado que los fontaniegos ya ni siquiera soñamos con la quimera de la industrialización. A lo sumo, el sueño son las plantas solares, pero esa industria genera tan poco empleo que difícilmente sirven para paliar el paro endémico y que destrozan el paisaje rural a cambio de unas migajas para el ayuntamiento en forma de impuestos. Los beneficios se irán fuera, como siempre ha ocurrido en nuestros pueblos. Y con ellos los jóvenes en busca del empleo que no encuentran aquí.

En ese contexto es donde hay que enmarcar el anuncio de la próxima instalación en Sagunto (Valencia) de una factoría para la fabricación de baterías para coches de Volkswagen, con una in versión de 10.000 millones de euros y la creación de 15.000 puestos de trabajo, 3.000 directos y 12.000 indirectos. La factoría va a contar con una importante ayuda estatal de 200 millones de euros.

Decían que los gobiernos de derechas crean más empleo porque los inversores huyen de la izquierda. Pero Herbert Diess, consejero delegado de Volkswagen, y el canciller alemán Sholz creen fiable un gobierno formado por el PSOE y por Unidas Podemos. En Italia ha ganado la extrema derecha y algunos creían que iba a ser la casa rica donde todos invertirían. Falsa creencia y los alemanes ya han desembarcado en España. En 2023 comenzará el proyecto para fabricar 800.000 baterías al año, la inversión industrial más importante de los últimos 50 años.

Enhorabuena para los valencianos, pero ¿y los andaluces cuándo? Los andaluces, de momento, a seguir viendo pasar de largo las oportunidades. Aún no hemos entendido los andaluces que la política es lucha de intereses, legítima lucha de intereses, y que quien no hace valer su fuerza cae en el olvido. Los políticos son la mayor parte del tiempo bomberos que acuden a sofocar "incendios", a calmar protestas con inversiones. Hace años que no hay en Andalucía ningún incendio, ninguna reivindicación que reclame en serio su intervención urgente. Los políticos de aquí proclaman un día sí y otro también que los andaluces vivimos en un paraíso llamado Andalucía. Lo grave es que gran parte de los andaluces se lo creen. Si ya lo es, para qué mejorarlo.

Otros se conforman con la milonga de que Andalucía coge muy lejos de todo. Vamos, que vivimos en África. Muchos andaluces, demasiados, le compran a Madrid cualquier moto averiada, como esa que dice que el enemigo es el independentismo catalán, mientras Madrid se hace cada vez más rica y altanera. Andalucía no tiene más enemigo que su propia indolencia, su conformismo y su incapacidad para plantar cara a quienes la ningunean. Pueblo conformista y así nos va. Nos pasa con gobiernos de derechas y de izquierdas. Nos pasaba cuando éramos pobres y nos pasa ahora que lo somos menos. Nos pasaba con el centralismo y nos pasa con esta autonomía devaluada. ¿Cuándo dejará de pasarnos? Cuando hagamos valer nuestro peso territorial y poblacional.

Andalucía volverá a ser lo que fue cuando los andaluces ejerzamos de andaluces y no de sirvientes de Madrid. Cuando dejemos de doblar la rodilla ante el poder que nos sojuzga, como hicimos en 4 de diciembre de 1977 que ayer conmemoramos, y cuando digamos basta a tanto menosprecio. Lo supimos hacer hace 45 años y Madrid tembló. Ganamos la autonomía como ningún otro pueblo del territorio español, en la calle. Resquebrajamos los cimientos del papel subalterno que Madrid nos tenía asignado. Podemos volver a trastocar el personaje de chacha de Madrid, pero para eso hay que abandonar la placidez en la que nos tienen instalados. Mientras eso no llegue, seguiremos sumidos en la nostalgia por una industria que nunca llegó. Que nunca llegará.