Si algún día me pierdo, quiero que sepas que estaré buscando las piezas de mi alma quebrada entre los surcos que solean en campo abierto, desde el ruedo hasta los cerros.

Si me pierdo, estaré en la vaguada del infierno, a la que habré llegado cruzando la cañada de los muertos.

Si alguna mañana me pierdo, estaré bebiendo, como pájaro sediento, el agua secreta de los arroyos donde se reflejaba el más azul de los cielos.

Allí estaré, perdido, pero defendiendo mi fortaleza de muros blancos frente a los caballeros encorbatados y uniformados que nos roban los sueños.

Si alguna tarde me pierdo, habré ido a coger los frutos opulentos de la vieja higuera que sembró mi abuelo, solitaria en aquel páramo yermo. Los álamos, el ejido, el pilar y el pozo, el huerto.

Si alguna vez desaparezco de tu vista, no estaré muy lejos, quizás en la vaqueriza que marcó mi vida, entre moreos de la alameda, en cada curva de la vieja carretera, entre palmas de la vereda, bajando o subiendo, como un niño endemoniado, aquella empinada cuesta arriba, buscando entre el pedregal la sangre infantil salpicada de tantas heridas y que nunca se hicieron postillas.

Si algún día me pierdo y dejo de estar a la vista, es porque me he ido a rezar mi credo ante el espejo de las paredes encaladas de la tinajita.

Si alguna noche me pierdo, estaré volando por el cielo inmenso, envuelto en la quietud del silencio, mientras miro hacia abajo, intuyendo miles de buenos y malos sueños en las luces del pueblo, mientras huyo, solo, con mis suspiros y sin ecos.

Si me pierdo, si no me ves, si desaparezco, ya sabes que estaré en cualquiera de esos limbos, vagando, soñando, llorando, riendo… navegando en mis mares revueltos, y sin querer despertarme…

Por eso, por favor, deja que mi extravío divague y divague... y mientras tanto... no vengas, no vengas a buscarme.