Sueño con un doce de octubre sin cabra y paso firme. Un doce de octubre sin Atlántico, ni Mediterráneo. Sueño con un doce de conjugaciones en un octubre verbal. Un doce de octubre que se escriba cuatro de diciembre o treinta de julio de 1749. Sueño con un doce de octubre en el que cada paseo de cada rincón sea desfilado por Mario Obrero, Berta García Faet o Rosa Berbel. Que empuñen sus libretas de notas Munir Hachemi, Cristina Morales y Alana Portero.

Que se homenajeé a quienes cayeron: Dionisia Manzanero, Miguel Hernández o Federico. Pero también Ocaña, Machado, Mariana Pineda, Grimau y Antonio Benaiges. Sueño con un doce de octubre con banderas y estandartes que digan “la eterna ciudad dormía la siesta”, “no la has de ver en todos los días de tu vida” o “los pobres aman con las manos”, por ejemplo.

Un doce de octubre que suene a bicicleta de Aitana Bonmatí o a vaso de agua de Isabel Quintanilla. Sueño con un doce de octubre en el que las cornetas pidan perdón por el asesinato, la violación y el expolio que durante siglos practicamos como deporte nacional entre Abya Yala y ese sol que no se ponía. Que se entone un himno silencioso, en recuerdo y nunca olvido. Que alguien llegue en paracaídas portando una bandera verde-marisma-Doñana.

Sueño con un doce de octubre que se festejen derechos laborales, vivienda y sanidad. Que quienes cuidan, limpian o recogen hortalizas, sean de donde sean, tengan abiertas estas puertas. Un doce de octubre donde recordemos de dónde viene tamiz, algarabía o faralaes. Que encontremos esas llaves en el fondo del mar. Sueño con un doce de octubre. Soñar no es difícil. Lo complicado es despertarse.