Confieso que he mirado y miro para otra parte, que me justifico prestando una parte de mi tiempo y de mi economía para acallar la conciencia, que me gusto a mí misma dándomelas de blanca buena y empática durante un tiempo, para después olvidar lo que he visto y sentido. No estoy confesándome ante ningún sacerdote porque cada religión tiene su trampa. Procuro alejarme de ellas, bien porque cuando no existe Estado o éste es muy débil, teje redes de apoyo a cambio de sumisión y de poder, bien porque dando prestigio recibe a cambio capital social y riquezas que al final significan poder.

Confieso que por cada momento de privilegios de los que gozamos en Occidente se sufren en África, en Gaza, en parte de Asia y América Latina sin hacer nada al respecto. Es difícil aceptar que gozamos lo que pertenece a otros. Confieso mi parte de culpa por no exigir con contundencia en la calle y allí donde pueda, a los poderosos, a los que tiene las armas, el poder y el dinero que cesen en su ansias de obtener más a cambio del sufrimiento de los demás.

Confieso que por mucho que lo intente, bajo mi careta de empatía late un racismo enmascarado que pone límites a mi aceptación del otro, de la otra. Un racismo que me hace sentir irritación ante ciertas actitudes que no comprendo, que están lejos de mi cultura y mi mundo. Confieso que me he sorprendido pensando que esos negros y negras tienen que estarnos agradecidas por el trabajo que realizamos en su tierra, intentando mejorar su vida según nuestro criterio, como si todo lo que perdieron, le robaron en siglos de colonización no tuviera nada que ver con su situación actual, su postración económica y su no derecho a emigrar a un mundo que les mostramos sin dejarles participar en él.

Confieso que me he sorprendido pensando que no tendrán qué comer, pero tienen móviles y motocicletas, obviando que el capitalismo sabe lo que hace creando necesidades allí donde puede obtener beneficios, sin tener en cuenta el sacrificio que supone el cubrir esas mismas necesidades creadas por el mismo capital en un círculo infinito donde es necesario trabajar, sacrificar las relaciones de cuidados, amorosas y de amistad para obtener aquello que te hace creer que eres mejor, más feliz, más merecedor de todo aquello que posees sin mirar a tu alrededor.

Confieso que he sentido cansancio y decepción al comprobar que apenas se consiguen mejoras en la vida de los inocentes, de los explotados, porque se estrellan contra un muro de cristal que no estoy segura si quiero, queremos que se rompa. Confieso que lo que escribo lo hago para justificarme en mis contradicciones, en mis extrañezas, para acallar la pregunta que a veces me asalta: ¿Qué hago aquí perdida en África? Es difícil entender sentimientos encontrados, entender por qué estoy escribiendo en estos momentos estas reflexiones, no es mi intención cambia el confesionario por este artículo en Fuentes de Información. Solo era necesario escribirlo.