Voy contracorriente, lo sé. La política tiene mala imagen, lo sé. Precisamente por eso salgo en su defensa. Porque los políticos, la política, son tan necesarios como el aire que respiramos. Los necesitamos desde el momento en el que vivimos en comunidad. La política sólo sería innecesaria si viviésemos en la jungla, cada uno al son de sus ambiciones, sus caprichos, sus pasiones. Pero vivimos en sociedad y eso nos lleva a la necesidad de que alguien decida, legisle, gestione, dirija, controle la vida en común. Elegido democráticamente, por supuesto, y sometido a controles.

En nuestras sociedades, todo es política. Hacen política incluso los que dicen que son apolíticos o antipolíticos. La antipolítica es una forma de hacer política, antidemocrática por regla general. La política es una actividad necesaria, casi nunca suficientemente bien reconocida y pagada. Sí, la política casi nunca está suficientemente bien retribuida.

Discrepo de forma radical de quienes proponen bajar el salario de los políticos. El salario de nuestros alcaldes, consejeros, ministros, diputados o presidentes no debería ser nunca tema de discusión. No debería ser tema de discusión por dos razones: primero, porque si son buenos políticos, deben estar muy bien pagados. En sus manos está nuestro presente y el futuro de nuestros hijos. Nada más y nada menos. Cualquier director general de una gran empresa o el consejero delegado de uno de los bancos que operan en España gana diez veces más que el presidente del Gobierno.

Segundo, tampoco debe discutirse el salario de los políticos porque, si son malos gestores, lo que hay que hacer no es pagarles poco, sino mandarlos a sus casas. Los accionistas de BBVA, por poner un ejemplo, no miran el salario de su presidente, sino la cuenta de resultados del banco. Si el resultado es bueno, el salario no se le discute. Y si la cuenta de resultados es mala, tampoco discuten del salario, lo ponen de patitas en la calle.

Lo barato, especialmente en política, sale caro. Porque, además, eleva el riesgo de que alguno caiga en la tentación de equilibrar su economía doméstica metiendo la mano en la caja de todos. En consecuencia, el debate sobre si la política es cara o barata es demagógico y sólo sirve para engañar a los incautos. Curiosamente, este debate lo promueven quienes buscan pescar en el río revuelto de la antipolítica. Es decir, la extrema derecha. A los políticos hay que medirlos por el resultado de su gestión, no por el sueldo que cobran.