Anoche hubo un acto revolucionario en el Castillo del Hierro. Porque revolucionario es organizar y acudir a un acto cultural en los tiempos que corren, como se encargó de recordar Antonio Manuel en la presentación-espectáculo de su libro "Arqueología de los jondo", en vez de irse a la terraza de un bar o embrutecerse un poco más "empantallándose" de televisión o móvil. Lleno hasta la bandera en el acto del patio de armas del Castillo del Hierro, organizado por el ayuntamiento, aunque no hubo más bandera que la de Al-Andalus en el castillo árabe con cielo de luna mora y, en el aire, tañido de campana cristiana.

El libro "Arqueología de lo jondo" no es un compendio sobre el flamenco, hecho por un experto en los cantaores, los palos y sus variantes. Ni el acto de anoche en el Castillo fue un recital flamenco. Entonces ¿qué hace un libro que habla de lo jondo en un acto con cantaor y guitarrista flamencos? Lo que hace es memoria. Reivindicación de lo que fuimos y seguimos siendo, andaluces, aunque con demasiada frecuencia ya no lo recordemos. Si memoria histórica se ha dado en llamar a la reivindicación del periodo oscuro de muerte y represión de la guerra civil y del franquismo, de arqueología de la memoria histórica debería hablarse para recuperar los orígenes multiculturales de este pueblo.

Eso es lo que hizo anoche Antonio Manuel, acompañado por el cantaor José María Cala y el guitarrista Carlos Llave. "La arqueología de lo jondo es una emocionante defensa de las raíces andalusíes, moriscas, gitanas y negras del flamenco", se puede leer en el libro. Cita Antonio Manuel en su libro a dos extremeños, los flamencos hermanos Caba, para decir que "En Andalucía confluyen la desesperación filosófica del islam, la desesperación religiosa del hebreo y la desesperación social del gitano". El flamenco es el pozo y el poso donde escondieron sus sentimientos todos los perseguidos, los marginados. Cante refugio para no dejar de ser lo que se es, para seguir diciendo lo que se decía antes de la masacre cultural, de las masacres culturales del siglo XV, aunque pagando el precio de haber olvidado el porqué se dice lo que dice y se hace lo que se hace.

El flamenco fue, es y será la herejía del poder, sostiene Antonio Manuel. "Nació por y para eso. De la rebeldía y para la rebeldía. El flamenco cantó a la fuerza de los débiles en cada una de nuestras insurrecciones ganadas y perdidas", dice. Y porque la rebeldía es hija de la desesperación y madre de la libertad, la memoria del flamenco es revolucionaria. Como el acto de anoche.

Lo que hizo anoche en el Castillo del Hierro, lo que hace Antonio Manuel en su libro, son catas arqueológicas para sacar a la luz los tesoros enterrados por aquellos hombres y mujeres entre los pliegues de lo jondo. Tesoros cosidos en los dobladillos que todos llevamos, no sólo los flamencos, incorporados sin darnos cuenta, sin saberlo. Antonio Manuel va desgranando las raíces árabes de multitud de palabras, de sonidos, de sentimientos del flamenco, que al modo de las iluminaciones de Walter Benjamin, van saliendo a flote a lo largo del acto. "La sociedad está hecha de dos tipos de personas: los que no quieren recordar y los que no pueden olvidar", dice en el encabezamiento de su libro. Y es sabido que las cosas, como las personas, existen cuando se nombran y dejan de existir cuando se olvidan. Anoche en el Castillo estaban los que no pueden olvidar.