Me siento debajo del limonero a leer. Oigo el zumbido de las abejas que revolotean y succionan el polen del azahar para convertirlo más tarde en miel. Todo está tranquilo, el olor que baja del limonero y el cálido sol de marzo me adormecen. Tengo que hacer un esfuerzo para seguir leyendo, para no alejarme de la historia magistralmente narrada por Maggie O´Farrell en “Lucrezia”, la tercera hija del duque Cosimo de Medici. A Lucrezia la casaron cuando tenía quince años con el duque de Ferrara y moriría antes de cumplir un año del matrimonio, de “friebres pútridas” oficialmente, pero se rumoreaba que la había asesinada su marido.

Poco a poco, mis pensamientos se alejan del libro que leo y vaga por caminos que no he pisado, por montañas a las que no he subido, por glaciares que ya nunca más veré porque van desapareciendo. Les digo adiós al igual que Jorge Drexler en su preciosa canción. Vuelvo al zumbido de las abejas recordando, era inevitable, a Garcilaso de la Vega y su famosa aliteración. Es fácil, abandonarse en estos momentos cuando el perfume del azahar te va envolviendo y solo aspiras a respirar y soñar sin más preocupación que estar viva. Podría desaparecer en estos momentos, formar parte del árbol que me da sombra, ser una mujer habitada como la novela de Gioconda Belli.

Una voz interior, como juez implacable, me obliga a salir de mi ensoñación y a poner los pies en la arena. No puedo evitar pensar en esos mismos glaciares que se van derritiendo mientras nosotros fingimos ser ajenos a la causa que los hace desparecer, pensar en mis amigas y amigos de Guinea, Ucrania, Bolivia, Siria… que viven realidades tan lejos de la nuestra. Y siento cómo a veces me canso de no hacer anda. Sí, lo he dicho bien, porque el no hacer nada es pernicioso para la salud, para el cuerpo, lo mismo que la inactividad física que nos entumece y nos deja postrada en un sillón.

A pesar de todo, es hermoso sentir la primavera, sentir que el pecho se inflama con los átomos cargados de aromas polen, sentir su memoria primigenia, extraños recuerdos de lugares no visitados, de momentos no vividos. Cada momento tiene su afán, cada hora su empeño y en estos días luminosos te sientes libre para poder volar, para luchar aun sabiendo que al final perderás. No importa, lo importante es levantarse, respirar el aroma de azahar y darle las gracias en nombre de las abejas, que gracias a ellas el ciclo de la naturaleza seguirá una vez más a pesar de todo. ¿Hace falta algo más? En esos momentos, no. Después habrá que levantarse y caminar como Lázaro.