Un patrimonio sin uso se deteriora y se pierde. Está demostrado que la mejor y única forma de mantener un edificio es tenerlo en uso, que haya alguien que lo utilice y se encargue de su cuidado y conservación. El patrimonio sólo es preservado de manera sostenible en el tiempo cuando se puede disfrutar de él. Por ello, hay que propiciar su accesibilidad y su aprovechamiento para actividades acordes a sus características y a las necesidades de sus usuarios.

Parte de la identidad de un grupo social viene dada por su patrimonio. Pero el patrimonio no es sinónimo sólo de monumentos y objetos sin vida expuestos en un museo. Se trata de la expresión de su origen, su estilo de vida, su desarrollo, su cultura y su historia. Valorar, restaurar y proteger el patrimonio cultural es indicativo de la apropiación o la recuperación de la identidad cultural de un lugar. Pero no basta con identificar, catalogar o declarar de interés cultural un inmueble o un espacio, también es necesario fijar una normativa que dé pautas claras de lo que se puede y lo que no se puede hacer, reduciendo la discrecionalidad, las interpretaciones subjetivas y, en definitiva, dando una guía a los constructores, arquitectos, directores de obras y propietarios, entre otros, de cómo se puede intervenir de manera respetuosa en un determinado edificio o espacio público.

Una evaluación adecuada del porqué un edificio debe ser preservado y protegido, permite definir parámetros objetivos que propicien la definición de los niveles de protección a que debe someterse; estableciendo diferentes criterios y normas para su conservación, tanto si se trata de un elemento cuyo valor radica en su singularidad o representatividad en un determinado estilo arquitectónico, como para proteger aquellos elementos cuyo valor radica en su aporte a la imagen de un conjunto urbano. No es igual actuar en un edificio cuyo valor está en su excepcionalidad, que en aquellos que no tienen mucho valor en sí mismos pero apoyan la identidad de un barrio o calle y cuyas intervenciones van dirigidas generalmente a mejorar su habitabilidad, funcionalidad o estética. La normativa debe hacerse cargo de estas diferentes situaciones y dar pautas de intervención más restrictivas en el primer caso y más flexibles en el segundo, sin permitir en ningún caso desvirtuar sus características originales.

El patrimonio como identidad cultural de una comunidad puede llegar a generar desarrollo en un territorio. La potenciación identitaria no sólo puede ayudar a revitalizar o volver a poblar determinadas áreas, sino que además puede desencadenar actividades económicas y con ello mejorar los ingresos y la calidad de vida de la población. Generalmente estos ingresos están relacionados con la oferta de productos, bienes y servicios. En el caso de los servicios, el turismo tiene una particular relación histórica con el patrimonio.

Desde la época griega y romana en que se viajaba para asistir a grandes eventos deportivos o de entretenimiento, durante la edad media con las peregrinaciones religiosas, pasando por el siglo XVIII en el que aparecen los primeros museos públicos y con el Grand Tour nacen los primeros recorridos turísticos culturales, hasta que en el siglo XIX surgen las colecciones de guías de viaje y el concepto patrimonial abarca lo etnológico. En el siglo XX surgen nuevas formas de turismo relacionadas con lo patrimonial, como el ecológico, temático, activo, industrial o cultural.

Por ello, todo municipio que aspire a ser reconocido por su patrimonio desde el punto de vista turístico deberá llevar a cabo una política de valoración y protección del mismo que priorice la preservación de la armonía y la homogeneidad de sus edificios, de los colores y materiales utilizados en sus fachadas y tejados, así como la presencia de elementos decorativos simbólicos, etc. y que incluya actuaciones tales como el tratamiento estético de las líneas aéreas de teléfono y de luz, de los contenedores de basura, de las insignias publicitarias o la iluminación pública, así como el cuidado y dinamización de los espacios públicos, entre otros aspectos.

En cualquier caso, para que la identidad cultural genere desarrollo es necesario que se consiga una voluntad colectiva (política, social, empresarial, asociativa, etc.) y un reconocimiento del pasado que propicien la toma de conciencia sobre la necesidad de su conservación y la internalización de comportamientos y actitudes adecuadas, que permitan su uso de manera sostenible y garanticen su legado a las generaciones futuras.