Aquellos niños del colegio de la estación de Fuentes nunca habían visto un negro, pero sabían (o creían saber) que los negros tienen fuerza y resistencia, pero no saben pensar. Creíamos (creíamos saber) que los negros valen para el deporte, los amarillos para trabajar sin descanso y los blancos para pensar. Por eso África es un continente rico en recursos y pobre en desarrollo. Los profesores decían que África es rica y pobre a la vez y nosotros, en el recreo, añadíamos que eso ocurre por razones genéticas o por sus malos gobiernos. Había niños que apostaban por la genética y niños que apostaban por los gobiernos. La genética no hay manera de cambiarla, pero los gobiernos sí.

El jueves de esta semana se conmemora el Día de África y con ese motivo he decidido dedicar esta crónica de la nostalgia a una de las muchas falsedades con las que desde la más tierna infancia nos acunaban a aquellos niños de la escuela de la estación de Fuentes. África era y es pobre porque los negros no saben pensar, nos decíamos unos a otros, dando por bueno el discurso del racismo. La inteligencia está geográficamente distribuida. Nueva York, ejemplo de inteligencia americana. Entonces era normal argumentar en público que hay razas "buenas" y razas "malas", cosa que algunos siguen pensando, aunque ahora lo callan o lo dicen de forma suave, con la boca chica. No es políticamente correcto decirlo, pero lo piensan.

Con los años, aquellos niños de la estación crecimos, abrimos los ojos y descubrimos que África, el continente donde nacieron los primeros hombres y mujeres inteligentes, es pobre porque ha sido la parte del planeta más maltratada a lo largo de la historia. Descubrimos que las poderosas monarquías británica, portuguesa y española saquearon el continente durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX sometiendo a esclavitud a 15 millones de hombres, mujeres y niños. Las bodegas de los barcos transportaban como ganado a los hombres más fuertes para explotarlos hasta la muerte en las plantaciones de algodón, maíz, caña de azúcar, café o tabaco. Descubrimos que África no pudo desarrollarse porque sus hombres trabajaban para enriquecer a los países europeos y a Estados Unidos.

Los niños de la escuela de la estación supimos que la esclavitud fue paulatinamente abolida (en España en 1870, mediante una ley que curiosamente se llamó "de vientres libres") pero que las monarquías europeas decidieron repartirse el continente negro como quien se reparte un pastel de cumpleaños. Una parte muy sustanciosa para Inglaterra, otra para Francia, otra para Bélgica, otra para España, otra para Italia y otra para Portugal. En Europa no necesitaban esclavos porque tenían las explotaciones agrícolas, ganaderas y, sobre todo mineras, en el continente negro. Explotaban a los negros en su propia tierra a cambio de un plato de mandioca cocida o un puñado de arroz hervido.

La esclavitud era ilegal, pero el trato a los negros no había mejorado en absoluto. Las riquezas producidas y las materias primas saqueadas viajaron durante décadas a las capitales de las metrópolis coloniales y la pobreza escondida en África. Aquellos niños de la escuela de la estación de Fuentes supimos que los países ricos tuvieron que salir de África a mediados del siglo pasado, pocas veces mediante acuerdos más o menos amistosos y muchas veces después de guerras largas y cruentas. Supimos que algunos dejaron en el poder a africanos al frente de gobiernos títeres que siguieran facilitando el saqueo a cambio de migajas. Donde no fue posible hacerlo, el poder quedó en manos de nuevas élites africanas que copiaron los modelos de estado aprendidos de los europeos y heredaron los peores vicios de sus antecesores.

En África ocurrió lo mismo que en los países sudamericanos cuando España perdió las colonias. Los nuevos poderes actuaron contra su propia gente igual o peor que lo había hecho la monarquía española. A eso se añadieron no pocas guerras civiles por el control de la riqueza.  En África ese fenómeno llega hasta nuestros días. Nótese lo que ocurre actualmente en Sudán. Pero es más fácil echarle la culpa a los negros de la pobreza que les asuela. No son inteligentes, cosa de la genética. Eso es más fácil y sobre todo gratificante para los europeos porque les hace sentirse superiores y porque elimina de un plumazo todo atisbo de mala conciencia por la enorme responsabilidad histórica que tienen por lo hecho durante siglos.

La esclavitud, la explotación, el desprecio, la ignorancia y la pobreza de siglos han ido dejando en el alma de los africanos un poso difícil de superar. Muchas veces ellos también han llegado a creerse inferiores, incapaces de salir adelante por sí mismos. Aquellos niños de la escuela de la estación sabemos ahora que África ha sido empobrecida a conciencia, con saña, primero por las potencias coloniales y después por sus propias élites avarientas y crueles. Este jueves 25 de mayo conmemoramos el Día de África, nuestra cuna como civilización y nuestra responsabilidad como autores de su masacre. África siempre en el corazón y en el pensamiento. Tan cerca y tan lejos de nosotros.

(Con fotografías de José Bejarano)