Un hijo de mayete nunca olvida mirar al cielo buscando augurios de buena lluvia. Nunca olvida porque nació y creció entre ojos que miraban siempre al cielo no en busca de una señal divina, sino de una señal tan terrenal como el agua que hacía nacer los garbanzos en enero (que sólo quieren agua para nacer y cocer), verdear los trigales en marzo y correr los arroyo en noviembre. La lluvia que borraba del horizonte el hambre todo el año. Un hijo de mayete, nieto de mayete, tiene grabado en la piel el espíritu de sacrificio con el hierro al rojo vivo del sol de las siegas en agosto.

Por eso los hijos de mayete llevamos en los genes impresas las imágenes del mapa del tiempo de los telediarios. Y en los oídos grabado el eco de palabras que lamentan lo mucho que ha llovido y no podemos entrar en las tierras, que no llueve o que no lo hace a tiempo. Cuando la familia cogía un buen pejual, los hijos de mayete siempre hemos visto guardar dinero para el mañana. Porque un mayete nunca se fía de su futuro. "El campo es muy aventurero", oíamos decir una y otra vez. Un hijo de mayete de los de antes no conocía las subvenciones en el campo. No había otra subvención que el maná en forma de agua que venía del cielo. O no venía.

Ser hijo de mayete era lo más común en Fuentes. La mayoría, pequeños mayetes que dejaron a sus hijos una corta herencia en tierras, pero un largo legado en sabiduría y en capacidad para salir adelante ante la adversidad. En lo económico, después del reparto entre los hermanos, con la magra herencia se hacía inviable hacerse mayete como el padre. Había que buscar otras ocupaciones, vender o arrendar las tierras, trabajar para otros, hacerse con un oficio o emigrar. ¡Cuántos hijos de mayete andaremos buscándonos el pan por esos mundos de Dios! Sólo unos pocos que fueron hijos de mayetes se hicieron mayetes. La mitad, más o menos, han salido del carril del padre. Uno de cada cuatro, aproximadamente, ejerce de mayete dominguero, tarea a tiempo parcial casi por el placer de ocupar el tiempo libre que les deja su verdadero oficio.

Los otros hijos de mayete, pocos quedan, no han abandonado el honorable y antiguo oficio de cultivar una pequeña porción de tierras propias. En la actualidad la cooperativa Nuestra Señora del Rosario tiene alrededor de 500 socios y la mayoría están tan envejecidos que ya no tienen fuerzas para bregar con las herramientas del campo. En Fuentes la agricultura es prácticamente toda heredada, de padres a hijos, y muy poquitos, casi ninguno, se ha iniciado como agricultor, a excepción de poca gente que en sus negocios han ganado dinero y lo han invertido en el campo. Pero esos no realmente son agricultores, sino inversores.

Antes en Fuentes nacías mayete, lo mismo que podías haber nacido jornalero o señorito, boticario, tendero o maestro escuela. La cuna dictaba, por tu origen, tu destino. Señora, ha tenido usted un mayetitio, debieron de decirle a mi madre. A uno siempre lo nacen, aunque después cada cual se hace (o deshace) como buenamente Dios le da a entender. En aquellos tiempos, a algunas madres les debían de decir "excelencia, ha tenido usted un alcaldito" o "majestad, ha tenido usted un reyecito. Bueno, esto último aún ocurre. Cultura de tradición oral, seña de identidad de clase social, experiencia sin la que sería imposible sacar algo del duro campo. El aprendizaje era de lo más contradictorio. Después de indicarte cómo debías empuñar el arado, decía "hijo, todo antes que el campo. Estudia porque el campo es lo último". Hay dos palabras que resumen la lección filosófica del mayete: campo no.

El hacerte mayete consistía en un larguísimo proceso de aprendizaje en la universidad de la vida, al lado del maestro, el padre, pocas veces tierno y demasiadas veces duro en exceso, que te transmitía los conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres recibidos, a su vez, de sus padres y abuelos. Había que saber arar rastrojos y barbechos, arrancar y juntar las cañas de los mirasoles (girasoles), entresecar, escardar, descargar los remolques de trigo y limpiarlo con la máquina, cargarlos con el sinfín, traer y llevar sacos de abono tratando la tierra... Vivíamos con los mulos en la casa, las yuntas y los carros, la estercolera.

Cuando en aquellos años los padres pudieron comprar su primer tractor fue un salto para la humanidad más grande que ver, en las mismas fechas más o menos, al comandante Neil Armstrong y al piloto Edwin F. Aldrin pisar la luna. Pero si los astronautas bajaron al Mar de la Tranquilidad, a los mayetes aquel avance técnico los sumió en la incertidumbre del mar de letras que pagar para saldar la deuda contraída para comprar el tractor. Unos compraban un Ebro, otros un Land, algunos un Ford o un John Deere. Aquel ronquido acompasado del motor sonaba a música celestial. Ya no había que deslomarse detrás de los mulos. Gloria bendita. Quedaron atrás los carros y hubo que comprarse los primeros remolquitos, los primeros araos, las primeras máquinas de sembrar trigo, las primeras abonadoras. Para las segadoras de garbanzos y habas hubo que esperar algo más.

Con la llegada de las subvenciones, el campo cambio y ya tenían los mayetes una seguridad. Fue un alivio importante para los mayetes y muchos hijos de mayete se lanzaron a labrar con las herramientas heredadas de los padres. La subvención vino al campo fontaniego en el año 90 aproximadamente y las cosas se arreglaron un poco. Desde entonces hubo que repartir la vista entre el cielo que da o niega el agua y el horizonte, en dirección a donde se intuye que está Europa, que da o niega la subvención.

A muchos hijos de mayete que no ejercemos la profesión y vivimos fuera jamás se nos olvidará la cantidad de olivares que tuvo Fuentes en la década de los 70. Conocimos las piaras de cochinos en los cortijos, como la del cortijo viejo del Donaio. Los famosos cortijos del Donaio, Escalera, la Tinajita, la Herradura, las Ricias...
Y las demarcaciones de tierras que dividían Fuentes: la Platosa, Verdeja, la Presa, Cardejon, la Madre, el Cerro Negro, el Cerro del Rubio, los Palandrines, el Cerrojil, los Padrones...También recordaremos los pozos que en Fuentes habían y regaban el poco algodón que se sembraba en Fuentes. Siempre recordaremos a la gente que no tenía nada, familia numerosa, a las que les dieron tierras del instituto de la colonización en las Marismillas, Lebrija, Los Palacios, Setefilla y el Priorato.

Porque ser hijo de mayete es guardar en la memoria dónde estuvieron tus raíces.