En la historia fontaniega más reciente es importante no olvidar los meses de julio, agosto y septiembre porque en ellos ocurrieron los sucesos que marcaron el triste verano del año 1936. En el mes de septiembre, concretamente el día 3, fueron llevados al cementerio de Cañada Rosal 11 hombres y una mujer. Entre ellos figuraba José María Campos Ruiz, de profesión jornalero, que junto a otros muchos más afiliados a la Casa del Pueblo y siguiendo las directrices de sus dirigentes, forzaron a las clases burguesas con las que trabajaban en las diferentes recolecciones a pagar la denominada tarifa, especie de convenio colectivo que les impusieron a los patronos, especialmente en la recolección de aceituna. Este hombre era manigero de Manolito el de la tienda y para segar la cosecha de aquel año buscó una cuadrilla de siete hombres. Por la noche, los segadores le dijeron que querían cobrar una gorda más (10 céntimos de peseta). El manigero les reprochó el que si habían acudido por un jornal de 2 pesetas, por qué exigían la “tarifa”.

A pesar de las discusiones acudió al patrón a exigirle para sus jornaleros la subida de jornal que marcaba la Casa del Pueblo. Aquella noche cayó en desgracia y para evitar represalias huyó y se trasladó a la Platosilla, finca situada en la carretera de la Lantejuela, donde una hermana estaba de casera. Allí estuvo refugiado hasta que su hermana le dijo, una vez que vino a Fuentes, que su mujer había tenido una niña y él regresó al pueblo para verla. Un día cogió a la niña y se sentó en uno de los  poyetes de mármol que había en la puerta de la Barrosa. Por allí pasó el Barberillo, un chivato de los señoritos, que pronto fue a avisar que estaba allí José María, “el Canjilón”. Por la tarde llegó a su casa la guardia, se lo llevaron a la cárcel y al otro día lo montaron en un camión y lo mataron. Su hermano Francisco era el encargado de Manolito el de la tienda.

Su mujer, Manuela García Lora, que había perdido días antes a sus 3 hermanas, Dolores, Josefa y Coral, le pidió que fuese a su amo a pedirle clemencia para su marido y hermano. Pero éste se negó y se desentendió del asunto. ¿Le pudo más el miedo que su amor fraternal?. Ese fue el único motivo conocido para ser declarado culpable de alta traición y enemigo mortal de la patria. Junto a él, entre los asesinado en Cañada estaban Esteban Ruiz Lechuga, José Hidalgo Guerrero, Sebastián Haro Moreno, Sebastián Muñoz Caro, Juan Antonio Fernández Carmona, José Caballero Lora, Agustín Fernández Muñoz, Justo Fernández Muñoz, José Medrano Caro y Manuel Medrano Caro. Los justiciaron seguramente en las tapias del cementerio de Cañada Rosal.

Los hermanos Medrano Caro residían junto a su familia en un chozo, en el pago de la Fuente del Cabo. La Guardia Civil, grupos de falangistas y la Guardia Cívica creada en el pueblo hacían rondas por los campos para detener y castigar a los que eran considerados culpables de algún "delito" político o a los familiares de los ya detenidos o huidos: padres, hermanos o hermanas. En estas incursiones, además de las detenciones, para producir más daño a los “enemigos” les prendían fuego a las cosechas e incluso a los chozos, sus únicas viviendas. A la familia Medrano, ejemplo dramático de represalia, le detuvieron a los padres y a los hermanos José, de 20 años, Mercedes, de 18, y Manuel, de 17. Tan sólo se libró el hermano menor, Juan debido a su corta edad, 8 años, y al que su madre lo escondió entre unas palmas que crecían en aquel lugar. El motivo pudo ser la vinculación amorosa de la joven Mercedes con el dirigente del PCE, Francisco Lora Caro, del que era su novia.

El día 6 de septiembre mandaron al paredón a 3 mujeres, Visitación Ruiz Martín, Julia Miranda Barcia y Dolores Caro Galiano, y 3 hombres, Gabriel Carmona Gallego, Felicito García Ruiz y Antonio Caballero Caro. Felicito García Ruiz era también obrero agrícola y estaba casado con Teresa Plaza y del matrimonio tenían 5 hijos, uno de ellos destacado dirigente local del PSOE. Tras su detención  y encarcelación en las escuelas públicas, un día, como era habitual, su mujer y su hijo José se acercaron a la cárcel para llevarle café. El carcelero, cuando le iban a entregar la cesta que contenía los alimentos que le llevaban, dirigiéndose a la mujer le dijo:” Teresa, a tu marido lo han sacado esta noche”.

La mujer al oír la respuesta cayó al suelo desmayada porque sabía que lo habían conducido a la muerte, cosa que no se esperaba porque en un “trozo de pan”. Días antes, Felicito le había dado a su mujer un papel en el que le pedía que consiguiese ayuda para evitarle la condena ya que su suegra vivía en el molino de Pepe Conde. La familia buscó ayuda para su salvación, aunque nunca pudieron conseguir el indulto porque a los que acudieron para su intersección por él le dieron el no por respuesta ya que según ellos ese asunto quedaba fuera de su alcance. Posiblemente su detención fue debida a que se había producido una manifestación al triunfo del Frente Popular y él junto a su hijo Sebastián habían portado una bandera republicana, pero más bien hay que inclinarse por la hipótesis de que lo condujeron al paredón por su filiación política en un partido que era considerado como demoníaco.

A Visitación Ruiz Martín, hermana del alcalde, un vecino la acusó de haber salido a la calle gritando como una loca e insultando tanto a los militares sublevados como a los dirigentes locales cuando se enteró de la muerte de su hermano y los falangistas se la llevaron a la cárcel. A pesar de que era una buena mujer, incluso religiosa, se la llevaron a Cañada Rosal y allí la fusilaron. Según la versión de su sobrina Carmen, tal como se lo contaron a ella, antes de morir tuvo un gesto muy humano. Se quitó los zarcillos de oro y se los dio a uno de los que formaban el pelotón, al que pidió que se los entregara a su sobrina, pero aquel sujeto se quedó con ellos.

El día 7 de septiembre asesinaron a José Vega Carmona, José Flores López y a Francisco Fernández González. A este último le golpearon con la culata de un fusil hasta que le rompieron los brazos para después fusilarlo. Era hermano de Cristóbal Fernández González, que había sido el maestro de la escuela “Los Pioneros” que funcionaba en la Casa del Pueblo para los hijos de los jornaleros y además ostentaba el cargo de juez de paz y que lo habían fusilado el 31 de agosto del terrible verano de 1936. El día 13 sólo llevaron al paredón a Antonio Gamero Hidalgo, de 28 años, domiciliado en calle Soledad.

Las últimas ejecuciones llevadas a cabo en Fuentes de Andalucía, la noche del 26 de septiembre de 1936, fueron las de Carmen Estanislao Moreno, Mercedes Medrano Caro, Juan Antonio Carracedo Ayora y Rosario Guillén González. Carmen Estanislao Moreno era la mujer de Francisco Ávila Fernández, primer teniente de alcalde y una de las primeras víctimas de la represión franquista. Estaba embarazada de siete meses cuando fue arrestada por las fuerzas represoras locales. Su hija Virtudes, de año y medio de edad, fue entregada para su educación a las Hermanas de la Cruz, con las que vivió hasta los 14 años, aproximadamente. Conducida a la cárcel por el único motivo de ser la mujer de un dirigente comunista local, se sintió mal por su embarazo y fue conducida al hospital que regentaban las Hermanas de la Cruz, en donde se encontró con su pequeña hija Virtudes, que mientras estuvo allí no se separaba ni un momento de ella.

La tarde del día 25 de septiembre fue sacada de la residencia-hospital donde se reponía de su estado y fue conducida al cementerio local, donde fue fusilada, a pesar de su avanzado estado de embarazo. Los que contemplaron el fusilamiento quedaron consternados y conmocionados al presenciar la escena de un vientre bárbaramente agitado por los estertores del feto que se alojaba en él y que buscaba la vida, que también perdía por la barbarie de la persecución y el odio. Este feto es quizás el único ser que no puede tener su recuerdo en ninguna lápida y lugar ya que murió, sin causa, antes de nacer. El cuerpo de Carmen fue arrojado a una fosa común. Anteriormente habían matado a su madre, Josefa Moreno Ayora y a una tía Manuela Moreno Ayora.

Mercedes Medrano Caro había asistido a la destrucción del chozo que su padre tenía en la Fuente del Cabo y en donde residía toda la familia. Había presenciado cómo la Guardia Civil, los falangistas y miembros de la Guardia Cívica local habían detenido a sus hermanos José y Manuel, de 20 y 17 años de edad, que fueron fusilados en día 3 de septiembre. Ella misma fue detenida por ser la novia de Francisco Lora Caro, dirigente comunista y una de las primeras víctimas de la represión franquista, junto a José Ruiz Martín, Francisco Ávila Fernández y Fernando Fernández Hidalgo. Su vinculación amorosa con Francisco Lora, del que era su novia, pudo haber sido la causa de su fusilamiento el mismo día y hora que Carmen Estanislao, la mujer de Paco Ávila.

El caso de Rosario Guillén González es de una crueldad inusitada, no sólo por la muerte trágica en sí, sino por los motivos de esa muerte y las consecuencias que tuvo. Era esposa de Pablo Ruiz Lora, que trabajaba de jornalero y no pertenecía a ningún partido político, aunque estaba apuntado a la Casa del Pueblo. Aunque, como muchas mujeres de aquella época, era ama de casa pero se convertía en jornalera en las épocas de recolección para ayudar a sostener la casa y a su familia numerosa,  6 hijos, cinco niñas y un niño.

El hombre habitualmente trabajaba en casa de Hermógenes González, aunque cuando no había trabajo cogía en el campo espárragos, cogollos y otros productos que la naturaleza daba y que servía para aliviar la escasez de alimentos. Para complementar su escaso poder adquisitivo, en los largos meses de escasez de trabajo en el campo, hacía objetos de pleita como cestos, alfombrillas, redondillos, etc., que su mujer vendía por las calles de Fuentes. Un día que iba Rosario vendiendo redondillos por la calle, la mujer de un guardia civil se interesó por uno y le pidió precio. Rosario le pidió 5 pesetas por él y la otra mujer le quería dar 4 pesetas, por lo que empezó una pequeña discusión hasta que la compradora le dio sólo las 4 pesetas por el redondillo. El suceso podría haber quedado  en una mera anécdota.

Tras el alzamiento militar Pablo para evitar complicaciones a su familia se marchó con todos a un chozo en La Aljabara. Ni allí podía estar tranquila y a salvo la familia, porque una noche sintieron un tiroteo y cuando a la mañana siguiente vieron lo sucedido se encontraron que habían matado a dos hombres, que no reconocieron. Otro día el matrimonio tuvo que venir a Fuentes a comprar algo que necesitaban y Rosario se encontró con la mujer del guardia civil con la que tuvo la pequeña discusión y ésta comenzó a señalarla con gestos y con palabras. Para evitar males mayores, el matrimonio regresó apresuradamente al chozo. Sin embrago, por la noche llegaron los falangistas y se llevaron a Rosario. ¿Fue delatada por la mujer del guardia civil?

La encarcelaron y, aunque su marido hizo todo lo posible por salvarla, fue conducida al cementerio donde fue ajusticiada, a sus puertas, junto a Juan Antonio Carracedo Ayora, Mercedes Medrano  Caro y Carmen Estanislao Moreno. Tras su muerte, Pablo tuvo que atender a sus hijos porque estaba solo y se quitaba su pan para dárselo a ellos hasta que murió de inanición. Sus hijos fueron recogidos por las Hermanas de la Cruz. Parece ser que aquella mujer que la acusó les enviaba a sus hijos leche y otros alimentos, viendo la situación en que habían quedado sin madre y movida por los remordimientos.

La persecución, encarcelamiento y muerte de los jornaleros y sus familias acabaron el fatídico día 26 de septiembre porque, con motivo de unas denuncias anónimas recibidas por el gobernador civil Pedro Parias y realizadas por personas influyentes de Fuentes, obligaron a que fuese mandado aquí el subdelegado gubernativo Eduardo Benjumea Vázquez, que tuvo que realizar una información sobre la situación vivida en Fuentes de Andalucía. De la información obtenida adquirió la convicción de que merecían censura el alcalde, Luis Conde Herce; su hijo, Luis Conde Soto, el jefe local de falange y el cabo de la Guardia Civil, Nicolás Moyano, resultando probado que habían pecado de parcialidad en las sanciones que se impusieron a distintos vecinos del pueblo al aplicar el Bando de Guerra dictado por el General Queipo de Llano, así como haberse excedido gravemente en dichas acciones en forma muy sanguinaria. Como consecuencia de aquella información, destituyó fulminantemente al citado alcalde y a su hijo de los empleos que ejercían, reuniendo en una sola persona los dos cargos y asignando para ello a José Rodríguez Moya. Tras las denuncias del nuevo alcalde y del secretario del ayuntamiento, Manuel de la Mata Ortigosa, se le incoó al cabo Moyano un expediente disciplinario.

Las fotografías que ilustran este artículo son de Visitación Ruiz Martín, a la izquierda, y Rosario Guillén González, a la derecha.