En Fuentes había en lo tocante a la religión, como en casi todo, creyentes, no creyentes y medio pensionistas. Algunos habían bautizado el medio pensionismo -porque aquí hay que bautizarlo todo- como religiosidad popular. Son éstos los amantes de las tradiciones. Ni creen ni dejan de creer, pero se apuntan a cualquier sarao que tenga sabor popular. Sea una romería o una procesión. He conocido en Fuentes a fervorosos creyentes, a no creyentes y a muchos amantes de las tradiciones. A los devotos y a los ateos era fácil distinguirlos, pero a los medio pensionistas costaba más. Aunque en aquellos tiempos de la escuela de la estación era casi milagro ser ateo.

Un verdadero misterio es saber por qué un fontaniego o una fontaniega se hace devoto, ateo o amante de las tradiciones, pero allá van algunos ejemplos extraídos de la vida misma. Había una alumna de la escuela de la estación a la que las charlas de catequesis de la señorita Carmela no fueron suficiente acicate para avivar su fe católica. La fe la adquirió de su madre. Lo que le transmitía la señorita Carmela eran formalismos sobre la religión. Lo mismo que los sermones de la madre Josefina, las charlas de Ramon el cura, don Fernando y don Lorenzo, este último conocido en Fuentes como el Chirri. Con ocho años hacíamos la primera comunión, pero con esa edad era imposible haber aprendido de memoria el credo, el padre nuestro, el yo pecador, la salve, los diez mandamientos... Recuerda ahora aquella alumna de la escuela de la estación que todo aquello no pasaba de ser el mero formalismo de la fe, no la transmisión de la fe.

La señorita Carmela daba clases de catequesis en el recreo formando pequeños grupos. El cura don Ramón trataba de inculcar la fe y la participación en la romería de María Auxiliadora y en la Soledad, que entonces aún no salía en procesión. Él organizó varios años una procesión conocida como de los Mochos, el lunes Santo. La componían chavales de la calles más pobres de Fuentes y sacaban una imagen de Jesús Nazareno a principios de los 80. Desapareció cuando don Ramón se fue de Fuentes. Allí y en la murga del mismo nombre estaban el cuñado de Juan Luis Carcelero, el Mendo, Becerril, el Palmoso, el Cachete, Lorenzo, el Parri y el Jopo.

Nada de todo eso aumentó tanto la fe de Manolita la Primera, alumna de la estación, como lo había hecho el ejemplo de su madre. El peso de la familia en la educación hizo que aquella niña fuese llamada "Manolita la Primera", la sabiendilla de la clase. Tan chica y ya se sabía todo lo que había que saber de los misterios de la fe. Después tuvo una mala experiencia en un internado de monjas porque comprobó que las religiosas no seguían el ejemplo de fe y de entrega predicado por Jesucristo en los evangelios.

Una tarde, siendo aún estudiante en Sevilla, a Manolita la Primera le entraron muchas ganas de comer patatas fritas, pero no tenía dinero para comprar. Entonces llamaron al timbre de su puerta, abrió y encontró a una chica que traía dos paquetes de patatas fritas en las manos diciéndole que le habían tocado y se marchó. Aquello la llenó de fe porque vio que había sido obra de Dios y desde entonces sostiene, como dice la Biblia, que si una persona da 1, Dios le devolverá 100. Cuando la madre del Figuro tuvo a su marido ingresado en el hospital del Tomillar, Manolita la Primera le entregó todo el dinero que tenía para que pudiera ir a ver al enfermo. Acto seguido, Manolita la Primera empezó a recibir mucho dinero de sus familiares, que no sabían nada del aquel asunto.

Como de todo tiene que haber en la viña del Señor, hubo un alumno de la estación que podríamos ubicar en el amor por las tradiciones. Sostenía aquel alumno que las sagradas escrituras son literatura escrita por el hombre, las imágenes de vírgenes y santos sólo esculturas, como la música eclesiástica es un arte. La función de los curas y monjas es hacer el bien a los demás, no representar en la tierra la voluntad de Dios. Cuenta este amante de las tradiciones, creyente-no creyente que cuando los salesianos estuvieron en Fuentes, don José Olmedo le pegó con una vara a un alumno que no supo el yo pecador. Poco después, a don José Olmedo se le cayó en la cabeza un crucifijo que estaba colgado de la pared. ¡Justicia divina, Dios existe!.

La suegra del médico don Juan Alejandre era muy católica, dotada por Dios con una fe inmensa. Todos los sábados del año fue a confesarse hasta que un aciago día descubrió que el cura de Fuentes se había echado novia y los vio entrar en el mesón de la calle Mayor. Llegó a casa y le dijo a mi madre "después de haberle contado mi vida al cura, va y se echa novia. A partir de ahora he perdido la fe. ¡Menudo sinvergüenza, el cura, con novia y todo! Y yo le he contado mi vida a este tío, a partir de ahora no creo en los curas!".

Si difícil era dar con un ateo, más difícil era descubrir el ateísmo en una mujer. Pero las había. Dice una de ellas que entendía la asignatura de Religión como algo natural, igual que las Matemáticas o la Historia. Le gustaban las historias del antiguo testamento y que fue perdiendo la poca fe de la infancia nada más llegar al instituto. De aquella influencia católica le queda el gusto por la historia sagrada. Y nada más. Sostiene ahora que la clase de Religión no le aportaba nada, era una clase para pasar el rato. Ese tiempo debe ser destinado a la lectura o a cualquier otra actividad docente. La religión debería quedar reservada a la vida privada de cada persona. La iglesia católica oficial practica una hipocresía sin límite.

En realidad, en el colegio de la estación la Religión no dejaba de ser una asignatura más, incluso menos importante que las otras. Recuerda otro de aquellos alumnos que la religión ya estaba más presente fuera que dentro de la escuela. Lo mejor era que los sábados era obligatorio ir a misa, pero después de misa podían jugar a sus anchas. Este seguidor de las tradiciones confiesa que cree en algo, aunque no sabe en qué. Algo tiene que haber, aunque no sepamos qué es y qué leyes lo rigen. Por si acaso, él se limita a hacer el bien a los demás. A partir de ahí, Dios dirá. Una imagen clavada en la cruz no puede ser el Dios absoluto, sostiene. Pero algo hay en eso y no es precisamente la Iglesia como institución.

Dios edificó su iglesia sobre una piedra, mandó a su hijo que predicó la pobreza, fue crucificado y desde entonces a su alrededor todo es lujo. Los ricos hicieron suya la iglesia y se vistieron de domingo para ir a misa. Dice nuestro amante de las tradiciones que la religión debería consistir en hacer el bien al prójimo y buenas acciones como las hermanas de la Cruz con las ancianas o las monjas Mercedarias con las niñas. Todo lo demás eran las cuatro beatas amargadas de Fuentes.

Hubo otro alumno muy especial al que le gustaba meterse debajo del paso de la hermandad de Jesús por la piña y el buen ambiente que había entre los costaleros. Recuerda a un cura que le daba Religión llamado Padre Maestre que contaba cosas de su vida de misionero en Ecuador y Perú. Se enganchó a aquellas historias increíbles que lo dejaban con la boca abierta. Un cura aseguraba que mirándole las manos y los ojos a un alumno sabía su coeficiente de inteligencia. Un puso a todos con las manos en lo alto de la mesa y le fue diciendo a cada uno su coeficiente de inteligencia. Menos mal que a la salida de clase hubo un avispado compañero que se apiadó de los tontos diciéndoles que aquello del cura era una tomadura de pelo.

Entre los fervoroso de las tradiciones hubo uno que contaba que cuando iba a las Mercedarias para la formación previa a la confirmación buscaba sobre todo la sangría que hacían las monjas. Después, ellas les decían que si querían recibir la confirmación debían abstenerse de hacerse tocamientos impuros, pero él, que tenía catorce años, lo que hacía estaba desprovisto de toda impureza. Más tarde, en el instituto le tocó un cura dogmático, valga la redundancia, que les daba la vara con el dogma y que las clases eran insoportables. Le pusieron de mote el cura "cafetera" porque comenzaba con la cara blanca y cuando se entusiasmaba con sus dogma iba adquiriendo un sospechoso tono rojizo. Con la de cosas curiosas que salían en las clases de religión es una pena que esta asignatura no cuente con el privilegio de ser obligatoria.

En Fuentes no solo se hablaba del catolicismo oficial, sino que también hubo testigos de Jehová. Venían éstos por Fuentes tratando de captar adeptos, aunque la mayoría de los fontaniegos se metían en sus casas y echaban la tranca cuando los veían llegar porque se hacían muy pesado con su plática. Se pasaban las horas argumentando que si esto, que si lo otro, hasta agotar a cualquiera. Por aquellos días, estando el maestro Mamurcia sentado a la puerta de la taberna de los Catalino, se le acercaron misioneros de Jehová diciéndole que debía abrazar su fe. Socarrón, el barbero les respondió que estaba dispuesto a ello si su iglesia garantizaba olla con morcilla todos los días. No les quedaron ganas de continuar hablando y Mamurcia continuó siendo católico, apostólico y romano por la gracia de Dios.