Vuelvo del ruido y el postureo, del aquí estoy porque me lo paso genial y no quiero que me vengan con problemas que ya tengo bastante con aparentar que yo no los tengo. Escucho al mirlo que cada mañana y cada tarde canta en el patio, me hago la ilusión que lo hace para mí, trasmitiendo una sensación de paz, de sosiego tan necesarias en estos tiempos donde todo tiene que ser inmediato, tangible y público. Si no estoy en instagran, en tik tok, Facebook, YouTube o cualquier otra red social que está a punto de salir y va a ser la que pete, no soy nadie.

Cuánta ansiedad y sufrimiento produce en adolescentes y no adolescente el mirar desde su sofá a jóvenes de su edad, de su instituto tal vez, sonrientes, guapas y guapos, pasándoselo en grande en esos momentos que inmortalizan en una foto para volver al aburrimiento momentos después, hasta la próxima foto. Estamos obligados a mostrar la felicidad basada en ser alguien, tener algo, lucir la mejor cara, el mejor vestido o traje, el mejor plato, porque hay que fotografiar hasta el plato que voy a comer y que tú solo podrás mirar a través de una pantalla y sentir que no eres nadie, observándolo todo desde tu aburrida vida insignificante.

Sientes una angustia, un miedo, que va socavando la confianza en ti misma y terminas necesitando ayuda, pero esa ayuda a veces es cara, no te la puede proporcionar un profesional de la seguridad social aun queriendo, tiene que atender a muchos pacientes, solo pueden recetarte unos ansiolíticos que te calman momentáneamente, pero no te pueden dar estrategias para afrontar tus miedos, tu ansiedad, tu angustia. ¿Cómo poder obtener una ayuda que podría darte esas estrategias si tienes un sueldo precario, si tu familia va siempre al límite?

Nos acostumbramos a vivir en la cuerda floja, buscando salidas a veces que nos llevan a estancias oscuras, más peligrosas de las que venimos. Nadie te enseña a escuchar al mirlo que canta para ti, sin prisas, sin tener que demostrar nada.  El ritmo de la naturaleza es distinto al que nos hemos acostumbrado, eso lo aprendes sembrando, en todos los sentidos, cuidando la tierra, a nosotras mismas y a los demás. La paz, la felicidad, si es que existe, es quedarte quieta, sentir tu cuerpo plenamente, conocerlo, aceptarlo, quererte y vivir.

Vivir cara al viento, a la belleza del canto de un pájaro, el perfume de una flor, el sonido del viento en un campo de trigo que trae recuerdos milenarios de hombres y mujeres que miraron como tú ahora el suave movimiento de las mieses que traen pan y futuro, ese futuro que vemos amenazado, nos cuentan, por la inteligencia artificial, que no podemos imaginar cómo será. Por ahora tenemos el canto del mirlo que sabe como crear belleza sin tener que demostrar nada.