Sebastián Lora y Encarnación Rodríguez cerraron el bar que tenían en la Carrera y emigraron a Barcelona en 1955. Los Mangarra, que era su mote, iban con los diez hijos que tenían. Sesenta y seis años después, tres de sus nietas (Encarna, Inma y Eli) y varios biznietos visitan por primera vez Fuentes en busca de sus raíces familiares. Se sienten Mangarras como los que emigraron a mediados del siglo pasado, aunque sus apellidos sean una mezcla de Lora y Font. Sienten y hablan en catalán, pero vibran con una sardana igual que con una sevillana. Crecieron con una nana que le arrullaba al oído el nombre de Fuentes de Andalucía y esta semana han recorrido sus calles en busca de los ecos de aquella canción de cuna que les hablaba de la Carrera, de las máscaras del carnaval, del paseíto de la Plancha, de los vecinos, de la Aurora, del jueves lardero...
"Fuentes ha vivido en nosotras y con nosotras desde niñas", dicen Encarna e Inma Lora Font, nietas de Sebastián y Encarnación Mangarra. Son hijas de Manuel Lora, uno de aquellos diez mangarritas que arrastraron los abuelos cuando cerraron el bar de la Carrera para buscarse la vida en Cataluña. El mayor de los hijos tenía veinte años y el menor, cinco. Manuel murió en 2019 y ese suceso ha sido el detonante del viaje de sus descendientes para conocer el pueblo de origen de los Mangarra. En realidad, el primer Mangarra fue el tatarabuelo, Sebastián Lora Caballero. Familia de carpinteros desde 1885 que dejaron sembrado Fuentes de cómodas, baúles y camas hechas a mano. Una de esas cómodas la han visto ahora sus descendientes en la casa de la Condita en la calle San Sebastián.
Para los Mangarra, Fuentes era casi un mito, una leyenda llena de nombres que, a fuerza de repetidos, acaban rodeados de una aureola de fascinación. Habían oído hablar tanto de los Parro y de Pepito Hidalgo, que era como si los conocieran de toda la vida. Lo mismo que Macondo y los Buendía de Cien años de soledad, Fuentes era el espacio donde el patriarca Manuel Mangarra soñaba jugar a la pelota en el paseíto de la Plancha y revivía sus travesuras de monaguillo en las misas de Santa María la Blanca o en los rosarios de la Aurora, de tortas y entornaos, de me conoces o no me conoces.
Sebastián Lora y Encarnación Rodríguez se instalaron primero en la colonia textil Puig-reig Manen. Los años iniciales fueron difíciles para todos. Les había costado dejar atrás Fuentes. Echaban de menos el blanco de las casas, las flores de los patios, el olor de los jazmines. Les parecía todo triste, gris, extraño. Hasta que poco a poco se fueron acomodando al entorno, los hijos crecieron y echaron raíces. Aquellas doce semillas el matrimonio y diez hijos, arrastradas por los vientos de la emigración germinó en 32 nietos. Uno de los hijos, Manuel, se hizo adulto, se casó con una catalana de pura cepa y fundó una empresa de transporte. Además, gran aficionado al fútbol, se hizo socio del Espanyol de Barcelona.
Manuel era "casi" catalán, aunque sin renunciar a su alma fontaniega. Cuando alguien le preguntaba de dónde se sentía decía que no podía responder a esa duda. Era como pedirle a un niño que eligiera entre su padre y su madre. Amo Cataluña, pero me siento andaluz, podía ser su respuesta más certera. Pero en casa se veía la televisión andaluza y la cocina era lo que en Cataluña se llama una "barreja" (mezcla) de escudella y cocido. El "melting pot" de los americanos. Y sobre todo, repetía una y otra vez a sus hijos y nietos "tenéis que ir a conocer Fuentes, tenéis que conocer Fuentes..." La nana quedó prendida en el aire durante años, lustros, décadas... hasta que las condiciones han sido propicias para poner las imágenes que le faltaban.
La llegada a Fuentes de estos mangarra de tercera generación ha sido emocionante. Se hicieron foto en la rotonda y en la Carrera, donde el abuelo pasó tantos días detrás del mostrador antes de emigrar, han buscado y encontrado en la Alameda el perfume del jazmín del que les hablaba la abuela Encarna, el bullicio de la gente en las calles... Carmen la Condita, que recordaba a los tíos y tías de Encarna e Inma, les ha hecho de guía por todo el pueblo y les ha abierto las puertas de los vecinos de sus abuelos.
"Sin haber estado nunca en Fuentes, es como si estuviésemos en casa", asegura Encarna. Por mucho que les describieran Fuentes no llagaban a imaginar cómo es realmente. Dicen que es "precioso, más bonito y grande de que esperábamos". Les ha sorprendido lo cuidado que está todo, las fachadas de las casas impecablemente pintadas, lo mismo que las puertas y las cocheras. Y, lo mejor, la hospitalidad de los fontaniegos, añaden a coro. La Carrera era en aquellos años como una gran familia. Les han contado que los vecinos lloraron la muerte de uno de los hijos de la abuela Encarnación como si hubiese sido un hijo propio. Siempre se puso del lado del débil. Los nietos lo veían como el Robin Hood de las películas
"Ahora comprendemos cuánta razón tenía nuestro padre cuando nos decía que teníamos que venir a Fuentes", resaltan. Cuando emigró, Manuel tenía 15 años, pero Fuentes ya era parte fundamental de su vida. En su casa de veraneo en Barcelona quería que estuviera siempre la puerta abierta de par de par. Igual que hacía en Fuentes. Una vez reabierta la puerta de Fuentes que los abuelos Sebastián y Encarnación dejaron entreabierta con una piedra para que no se cerrara nunca, los Mangarra piensan volver con más tiempo a recrear su propia historia, su pasado y su presente de catalanes-fontaniegos, de "barreja", de identidad compartida, de cercanía.