Quitando el polvo de una de las estanterías de libros me vuelvo a encontrar con “El hombre mojado no teme la lluvia”, el libro de Olga Rodríguez. Lo aparto para volver a leerlo. Recuerdo que me pareció un buen periodismo cuando lo leí por primera vez. Durante unos días permanece esperando a que me decida a releerlo. También recuerdo que fue duro enfrentarse con las narraciones e historias que el libro va desgranando a lo largo de sus 345 páginas.

Cuando lo leí por primera vez, hace un tiempo, tenía que hacer un esfuerzo con la mente y el estómago para seguir las historias que nos van contando hombres y mujeres del Oriente Próximo. Hombres y mujeres que tenían una vida tranquila como la mayoría de nosotras. Todos y todas recuerdan los días felices con sus familias unidas, sus amistades, sus sueños de un futuro para el que se preparaban estudiando, trabajando. Tranquilidad y sueños que se truncaron en la juventud, en la madurez, en la infancia incluso.

A partir de esta nueva lectura, mis ojos leen con otra actitud el libro. Ahora hay en mí un espíritu más crítico que la primera vez que lo leí. Me ha sorprendido cómo había olvidado parte de las historias que cuentan iraquíes, palestinas y palestinos, sirios y sirias, egipcios, afganas,  israelitas… Personas todas que ansían la paz, la convivencia, que sufren y han sufrido la cárcel, el exilio, la tortura, la perdida de hijos, hermanos, amigas y amigos. Sin embargo, a pesar de sus tragedias, siguen creyendo en la humanidad, en un futuro de esperanza, aunque a veces estén rotos por dentro a acusas de las torturas y cautiverios infringidos por ejércitos invasores, por dictadores sin alma, por terroristas.

En el libro hablan seres humanos atravesados, a veces, por la rabia de ver cómo sus vidas se perdían irremediablemente, injustamente por motivos ajenos, por razones económicas, de poder o simplemente por la sinrazón de muchos. Sin embargo, muchos y muchas siguen trabajando, luchado por la paz, la justicia, la libertad, la igualdad o simplemente por tener una vida tranquila, sencilla, lejos de las bombas, ver creer a sus hijos o nietos. En esta tarde de sábado se agolpan las historias del libro de Olga Rodríguez con las de las mujeres narradas por Susana Falcón, cargadas de emoción, en el parque de la Memoria. Mirando los árboles centenarios ¡que han visto tanto! es imposible no emocionarse hasta las lágrimas.

Pienso en los pueblos olvidados, dejados a su suerte, que no aparecen en los informativos porque, una vez pasados los primeros momentos, sus historias dejan de ser noticia. Incluso nos venden medias verdades o nos ocultan los verdaderos motivos de una invasión, un atentado, las acciones arbitrarias de un dictador o la verdadera causa de una lucha, de un movimiento de liberación. Nos han contado muchos cuentos, como decía el poema de León Felipe:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

En estos tiempos de falsedades, de desigualdades galopantes, de cortoplacismos y de huidas hacia delante, libros como el de Olga Rodríguez nos hacen falta. Periodistas como ella nos hacen falta.