Ayer me sumergí en un paraíso. Me trasladé al cielo de la arquitectura florinda. Nunca me había imaginado que la visión de una obra arquitectónica pudiera producirme tales placeres. Visión infinita, recreación de mis sentidos por las piedras de un patio, mejor por los ladrillos de un patio. Recreación barroca de Alonso. Patio singular sin columnas ni arcos. Cuatro muros lo delimitan. Cuatro vanos se abren en ellos. Portadas singulares, más bien magníficas. Al abrir la puerta de acceso tu mente se queda perpleja de lo que tus ojos contemplan. ¿A dónde mirar? ¿Qué muro, qué columna, qué estípite, qué arco lobulado, es el mejor para que su imagen se quede con nosotros para siempre sumergida en lo más recóndito de nuestra mente?.

Alonso. Obra maestra de un fontaniego que ha dejado su insigne creación, su maestro testimonio en un palacio ecijano entre torres que elevan al cielo su marcado barroquismo. Ladrillo labrado. Parece tallado por la gubia de un escultor. Paciencia infinita para trazar los dibujos. Conocimiento perfecto de los elementos arquitectónicos. Impronta personal. Obra maestra.

Cuatro portadas semejantes. Cuatro retablos del barroco fontaniego. Dos cuerpos separados por un friso partido y festoneado. En el inferior,  un arco trilobulado enmarcado por dos columnatas adosadas y onduladas semejando a las columnas salomónicas. Profusión de adornos de formas geométricas. Más abundantes conforme nuestra mirada asciende por ellas. Un capitel corintio las remata. Sostén de un friso partido con abundancia de adornos geométricos y vegetales. En las enjutas, elementos vegetales. En la clave del arco, un pinjante con forma de flor. Hacia el friso, una estructura en forma de pirámide truncada invertida. En su interior, cuerpo circular rodeado por una moldura con volutas. Pequeño paño con formas curvilíneas enmarcando cada columnata. Columnatas hasta el suelo porque no van a sufrir deterioros. El friso, elemento de conexión de las cuatro portadas, imprimiendo un carácter de unidad al conjunto.

Vano superior trilobulado. Impronta personal del alarife. El lóbulo central, plano. Los otros dos, convexos. Singularidad en la forma de presentar el arco. Estípites muy labrados a ambos lados. Decoración profunda. Recreación en las formas. Barroquismo por excelencia. La cornisa superior, límite de ellos. Cornisa de ladrillo. Segundo elemento de unión de las cuatro portadas.

Cuatro esquinas. Las superiores, cubiertas por sendas estructuras onduladas. Elementos curvos y triangulares, adornos de su interior. Semejan media columna salomónica. Otro elemento barroco por excelencia. Unión de la cornisa superior y la inferior. Debajo de la cornisa inferior, brotan dos estructuras semejando un pinjante. Profundidad del tallado cual si fuera de madera en el taller del escultor.

Al patio hay que añadirle el espacio formado en la escalera de acceso al piso superior de la vivienda. Otro elemento singular digno de tener en cuenta. Yesería pintada con colores vivos. Tres elementos esenciales. Artístico retablo de la Inmaculada. Dos balcones con guarnición de yeserías. Hermosa cubierta en estrella. Todo el conjunto posee una belleza indescriptible. Mejor contemplarlo. Nuestros sentidos se impregnan de la belleza contenida en el reducido y singular retablo casero. En su contemplación el espíritu se eleva buscando otras dimensiones.

El palacio fue construido por la familia Orduña en el siglo XVII, sufriendo una serie de reformas en el XVIII; pasó sucesivamente por las familias Porcel y Albornoz y actualmente es propiedad de los señores Soto Domecq, duques de Almenara Alta.

En este inmueble se acentúa su carácter de residencia palaciega pues la casa de labor y otras dependencias agropecuarias se relegan a un segundo nivel, tales como las caballerizas y graneros. La fachada del edificio es bastante austera, austeridad rota solamente por los balcones con voladizos decorados y por la bella portada de ingreso con frontón partido que aloja al balcón central, construida con piedra tallada de las canteras de Estepa, con labores barrocas muy simples, rematada por un singular retablo callejero dedicado a Nuestra Señora de la Soledad. La planta superior se resuelve mediante una galería abierta con arcos de medio punto.

Hoy por hoy es el palacio mejor cuidado y ambientado en la época de su esplendor de todos los existentes en Écija, gracias a la atención y desvelo de sus actuales propietarios, que le ha valido el reconocimiento de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Está situado en la calle Mármoles de esta ciudad.