Decía Woody Allen que la realidad es el único sitio donde se puede comer un buen filete. No hay nada más cierto, estamos hechos de carne, hueso y neuronas, todos demandan sustento. La realidad es como un safari turístico sin guía, sin vehículos todo terreno, sin rifles, cantimploras, ni teléfonos vía satélite, al que acudimos indefensos. Cuanto mejores cazadores creemos ser, más somos el almuerzo para otros depredadores. Cumplimos las reglas, no porque nos gusten, sino porque no nos queda más remedio, porque hasta para poder quejarse hay que estar vivo. El éxito consiste en llegar a viejo.

En esta vida el pez grande siempre se come al chico. Todo es pesca entre tiburones o caza en una sabana en la que los árboles tienen pinchos y los depredadores comen carroña. Cuando no hay sequía, el agua torrencial arrambla con todo. Cuando no hay recortes hay inflación, cuando baja la gasolina suben las hipotecas y entre tanto siempre gana la banca. La supervivencia es tan difícil en el “primer mundo” como en la selva amazónica. Sobre otro mundo, el tercero, hace mucho tiempo que se me agotaron los adjetivos, no sólo no sé qué decir, es que ya no sé qué pensar.

Por eso el ser humano, apoyándose en su indiscutible capacidad de resistencia, inventó por pura higiene mental un verbo profiláctico, evadir. Este verbo tiene muchas acepciones según el diccionario de la R.A.E. “Evitar un daño o peligro, eludir con arte o astucia una dificultad prevista, desentenderse de cualquier preocupación o inquietud”; evadirse es fugarse, huir, escaparse, desaparecer, desertar. La huida del horror es necesaria porque, por bien que nos vaya en la vida, estamos dolidos de ausencias, siempre estamos perdiendo cosas que no podemos recuperar. Perdemos seres queridos, perdemos amigos, perdemos amores, perdemos oportunidades, perdemos el tiempo, perdemos la vergüenza, perdemos la capacidad de asombro, hasta perdemos pelo…

Por eso necesitamos salir de nuestro cuerpo aunque sólo sea un instante, para imaginar otras realidades y ficciones e intentar no hundirnos en el lodo de la verdad, esa que se ve en el telediario a la hora de comer. Esa que pasa de un ridículo concurso de canción hortera, a imágenes de cadáveres; cuerpecillos de bebés en incubadoras sin suministro eléctrico, que nadie ha podido enterrar en lo que queda de un hospital en Gaza. Cuánto me avergüenzo de ser humano. Me indigna la crueldad cínica que relativiza la violencia, que justifica el asesinato de inocentes, que maquilla la muerte.

A veces, no puedo más con la realidad, no solo me pasa a mí, nos pasa a todos. Por eso vuelo lejos, a mundos hechos de irrealidad. Afortunadamente, existen Les Luthiers, Monty Python y Miguel Gila (la risa es la mejor vía de escape).También García Márquez y Antonio Machado, Ernst Lubitsch y Billy Wilder, Bach y Mozart, Billie Holiday, Camarón de la Isla y María Callas, Diego Velázquez y René Magritte. Estas y estos grandes magos de la belleza que me alejan de la pesadumbre no son importantes, son vitales. Con mucha frecuencia la vida es demasiado sórdida, injusta, estúpida, aburrida… Tal vez por eso todos usamos drogas legales o ilegales. Evadirse es drogarse con un placebo para afrontar la sobredosis de realidad cotidiana, dispuesta a torturarnos con el miedo, dejarnos sin aire, sin comer, sin dormir, dispuesta a robarnos la esperanza.

Cuando pasa el tiempo y nada se soluciona, sino que más bien empeora, las palabras se vuelven blandas y los discursos hueros. Por eso buscamos la píldora de la felicidad que nos hace caminar sobre las aguas sin mojarnos. Basta con cerrar los ojos y salir de viaje con rumbo hacia un mundo amable, en el que la risa es obligatoria, el pesimismo es ilegal, la inteligencia una virtud. No soy imbécil (al menos no del todo) y sé que hacer eso es auto engañarse, pero me ha engañado tanta gente que prefiero los embustes propios a los ajenos.

No es cierto que la realidad se ajuste a los principios que describió Darwin en “El origen de las especies”. Si fuese así, triunfarían los mejores en lugar de los mediocres sin escrúpulos, estaríamos gobernados por los más brillantes, los más inteligentes, los más capaces, los más responsables. No sería exitoso el populismo apto para garrulos sin seso, dirigido por iluminados visionarios de esos que acaban con todo y luego huyen de las cenizas con la maleta llena, o se suicidan para darle a su vida un sentido teatral y épico. Escucharíamos la mejor música, leeríamos las mejores novelas, no las más rentables para las editoriales, veríamos el mejor cine, en lugar de “revisiones versionadas de versiones anteriores” de superhéroes de los años cincuenta. Esta sociedad sin memoria repite sus errores en lugar de sus aciertos y vuelven a resonar conceptos olvidados que propugnan “Viva la muerte y muera la inteligencia”.

Como necesito comer carne, aunque no sea de ternera Wagyu, no puedo evadirme siempre, pero de vez en cuando, cuando nadie se da cuenta, procuro escapar de la realidad. No hay carne, pero sí esperanza.