Vuelvo a hacerme la misma pregunta una vez más ¿leer para qué? Y acuden en tropel respuestas a las que intento poner orden dentro del cosmos desordenado que bulle en mi cerebro, ese misterioso órgano que siento como un todo interconectado, capaz de crear las ideas más extrañas, los sentimientos más extraordinarios, únicos para mí por ser creación de mi propia fantasía, sentimientos que acumulan saberes, desengaños, tristezas y alegrías, todo al mismo tiempo, mientras guarda en la memoria todo aquello que tal vez en un momento mágico aparecerá con diáfana nitidez, aquello que un día leí y creí perdido.

¿Leer para qué? Para, como comenta Cristina Fallaras, sufrir menos, porque cuando nuestro dolor lo cubre todo como un mar oceánico, encontramos en la lectura a nuestras iguales en los paisajes más remotos, en los tiempos más lejanos, tal vez inventados, para vivirlos como ciertos, como consuelo, en el momento íntimo en el que convertimos el acto de abrir un libro y perdernos en sus páginas y comprobar que nuestro dolor ya fue sentido por alguien real o ficticio, qué más da si el sentimiento es el mismo. Leer un libro nos lleva a una isla mágica que no sabemos que pudiera existir.

Cuántas emociones encontramos en las páginas de los libros! No olvido, una  vez más, la memoria, la primera vez que leí vibrando la escena de amor de dos amantes en "Olvidado rey Gudú", de Ana María Matute, una de las escenas literarias más eróticas que he leído. Como nunca voy olvidar la primera ve que leí "Cien años de soledad", de García Márquez. Fue como si la luz, los olores, incluso el aire que respiraba me transformaron para siempre. El mundo de Macondo se quedó a vivir conmigo para siempre.

Las novelas del siglo XIX: "La Regenta", de Clarín; "Cumbres Borrascosas", un prodigio, un misterio que la joven Emily Brönte escribió en medio del páramo y la soledad. "Crimen y castigo", de Dostoyevski, "Madame Bovary", de Gustave Flauvert fue un verdadero terremoto para mí hace muchos, muchos años. Igual que la lectura de William Shakespeare, dramaturgo y poeta que necesita silencio y calma para poder ahondar en su mundo.

Especial mención tiene siempre "El Quijote", de infinitas lecturas, siendo la última de las varias que he ido haciendo a lo largo de mi vida, la mejor. En ella he sentido una ternura hacia el personaje novedosa, así como enseñanzas desconocidas en lecturas anteriores. Solo por poder leer "El Quijote" se justifica la literatura. No puedo dejar de mencionar aquí "El infinito en un junco", de Irene Vallejo, ese milagro de ensayo, ese regalo que nos brinda la autora. Podía seguir hasta aburriros recordando novelas, ensayos, poemas de mujeres, Emily Dickinson, Mariana Enríquez, Safo, Patricia Highsmith, Leila Guerreiro, Aurora Medrano, Violeta Gil, Gioconda Belli, Úrsula K. Le Guin, Teresa de Jesús, Cristina Morales. Solo son algunas de las que llenaría con sus nombres espacios y espacios. Leer a mujeres, esas olvidadas durante tanto tiempo, me ensañan, me emocionan, me consuelan, me incitan, me hacen llorar, reír, vivir, morir para luego renacer, gozar de la belleza y el misterio.

Siempre hay mil respuestas para la pregunta ¿por qué leer? ¿Para qué leer? Para sufrir menos, para amar más, para aprender más, para saber más, para vivir más, para olvidar menos y recordar más. Para poder soportar lo que no podemos soportar, para gozar de la belleza, para sabernos más bellas, para viajar desde un sillón a otros mundos, a otros universos; para soñar desde el encierro al que nos obligan, para sabernos libres, para que el tiempo nos olvide, para vivir otros tiempos desconocidos que nos están esperando, para perdernos en emociones, en paisajes extraños, terribles en su belleza, terribles en su soledad. Leer por y para salvarnos. Feliz día del libro.