Que si los garbanzos de Fuentes, que si el agua, que si el aire de la Campiña, que si... El 2000 pasó a la historia de Fuentes no como la odisea del Espacio, sino como el año que batió todos los récords de natalidad de España. Hablaron de Fuentes en los papeles y hasta en el telediario del canalillo. ¡Quiá, ni los garbanzos ni el agua, aquello fue el milagro de la Costa del Sol! El segundo milagro de la costa malagueña, después del sucedido en los primeros años setenta con las suecas en bikini, las Gunilla y los Jaime de Mora, tuvo un reflejo directo -quién lo iba a decir- en los hogares fontaniegos. Fue el año que más cunitas se vendieron y las aceras de Fuentes vieron los primeros atascos de cochecitos de bebés.

Fuentes reafirmó aquel año la teoría sociológica de que la natalidad tiene que ver más con el bolsillo que con la virilidad, con la prosperidad más que con la viagra. El año 2000 era más fácil encontrar petróleo en Fuentes que albañiles para hacer una obra. Hasta los campos se fueron quedando más tristes y solos que las escuelas en julio. Los jornaleros se metieron a peones de albañil, los peones de albañil se metieron a escayolistas y los escayolistas se metieron a maestros de obra. La construcción en la Costa del Sol fue aquellos años una auténtica bacanal, una orgía de cemento y ladrillos cuyo reflejo más palpable fue el nacimiento de decenas de niños y niñas.

El baby boom del andamio. Fuentes se llenó tanto de barrigas que bien podía haberse dicho que, acostumbrados a sembrar, los anteriores jornaleros, nuevos albañiles, habían decidido sembrar barrigas. Qué contentos estarán los maestros escuelas, decían algunos. Ellos sí tenían el futuro garantizado, ninguno quedará en paro. En Fuentes iban a faltar colegios. La profesión del futuro, maestro escuela. Fuentes disfrutaba de precios baratos y salarios altos. Jauja.

Hacía años, si no siglos, que Fuentes no vivía algo parecido al pleno empleo. Siglos sin que un albañil tuviera medios para algo más que subsistir y, si acaso, echarle una copita de aguardiente al gaznate en el camino que iba el café bebío al tajo. Y hete aquí que de pronto los albañiles empezaron a cruzar -de cuatro en cuatro y de lunes a jueves- la explanada de la Estación rumbo al este malagueño a bordo de coches cada vez mejores. A la vuelta se hacían cocheras con piscinas y más de uno hasta enfilaba la escala social del mayetazgo a base de comprar fanegas de tierra con el jornal importado del Potosí costero o de los regadíos de Lora. Lo nunca visto.

Jóvenes a porrillo se lanzaron a casarse. Entre ellos, Paco Mateo, que como cientos de fontaniegos que siempre habían trabajado en el campo y se pasaron a los albañiles. Paco, en la cuadrilla del Chelillo. Ibas a ver a un enfermo al hospital Virgen del Rocío y raro era que no te tropezaras con alguien de Fuentes que había dado a luz, aunque por esas fechas funcionaban los hospitales de Osuna y Écija. Los albañiles volvían los jueves de Málaga como los indianos regresaban de hacer las américas.

La queja de Cristóbal Adame era no poder hacer obra en su casa por falta de albañiles. La Marbella de Jesús Gil pagaba mejor. Al final de mes traían en la cartera una morterá de 400.000 pesetas, casi 2.500 euros. Algo menos los peones, que salían por unos 1.800 euros al mes. Infinitamente más que en Fuentes. Claro que no había nadie que quisiera quedarse en Fuentes. Hasta los fontaniegos que en los años setenta emigraron a Benidorm, Barcelona o Palma sentían sana envidia de aquellos afortunados emigrantes de lunes a jueves. Al menos pasaban el fin de semana en casa y no pocos iban el domingo a ver el Sevilla o el Betis como si fueran Diego Millán y panaderos, únicos que lo habían hecho hasta entonces.

Viernes y sábados de vino y rosas, los bares hasta la bandera y listas de espera en los salones de peluquería. Todos los sábados el paseíto San Fernando con más bulla que la feria. El paseíto floreció como nunca antes. La economía fontaniega navegaba viento en popa y a toda vela. El Titanic cuando el mundo entero creía que era una fortaleza imposible de zozobrar. Albañiles a prueba de icebergs, mientras el cartero Rivero envidiaba las sacas que transportaban los peones al banco, donde ataban los perros con longanizas y los créditos saltaban los mostradores a píola. Millones a precio de calderilla. Por descabellado que fuese, ningún precio de vivienda parecía inalcanzable.

El agua de Fuentes traía tantos embarazos, decían los guasones. Hasta los mayetes, tan de llorar siempre, decían que las tierras daban dinero, lo mismo la remolacha que el garbanzo, el trigo y los girasoles. Las vacas y las cabras daban dinero. Sobre todo, los albañiles ganaban dinero. Y lo más difícil todavía: ¡los bancos daban dinero! Casi no había ni que pedirlo. ¿Burbuja? Nadie quería oír hablar de eso, había que seguir pedaleando porque, de lo contrario, el batacazo estaba cantado. Era mejor mirar para otro lado. Y entonces llegó el batacazo y pilló a medio Fuentes desprevenido. Los albañiles volvieron a Fuentes, las hipotecas al sufridero del Euribor y los jornaleros al subsidio. Y colorín, colorado, el cuento del récord de natalidad se ha acabado.