Fulminados en una tarde. La mitad de los viejos pinos del cortijo La Tinajita han sido abatidos por los vientos huracanados de hace una semana. Decenas de años de paciente crecimiento arrasados por una mala tarde. El aspecto que muestra ahora La Tinajita dista mucho de la frondosa alameda, un oasis, que recibía al paseante de los Cerros de San Pedro. En el suelo yacen troncos de diez y doce metros de longitud y copas frondosas cuyo porte no volverá a dar sombra a nadie. La Tinajita de Fuentes es sinónimo de quietud, de paz, de sosiego, de frescor en las tardes de agosto y ahora lo es también de tristeza por la muerte de la mitad de sus seres más queridos, los pinos.

En su caída, uno de los pinos ha destrozado el pilar que en otros tiempos sirvió de abrevadero para el ganado y que formaba, con los dos pozos, una de las muchas fuentes que dieron nombre a este pueblo. Los Cerros están de luto porque caminan a paso acelerado hacia el desierto. Si ya le quedaba poca vegetación, ahora semeja un erial sin más sombra que este diezmado oasis y, algo más allá, el cortijo de la Pepa. La mitad de sus mejores árboles se los ha llevado el vendaval.

En la fotografía de arriba aún no se aprecia el desastres porque las copas caídas de los pinos, tan grandes, parecen resistirse desaparecer. Pero están muertas y cuando pasen unas semanas empezarán a mostrar el verdadero rostro de la desolación. Los cinco grandes pinos que había fuera del patio -los mayores- han sucumbido al empuje del temporal. Sólo quedan cuatro de los cinco que hay dentro del patio del cortijo. Sólo ellos, la docena de palmeras, algún eucalipto -uno de ellos completamente seco- y dos olivos que pueblan la fachada principal del cortijo ayudan a disimular la tragedia.

La mitad de la masa forestal de La Tinajita se ha perdido de la noche a la mañana. Tiempo atrás, alguien se encargó de cortar uno de los pinos que había en la parte trasera del cortijo, junto al poste del tendido eléctrico. Los pinos del interior también sufrieron años atrás una mano asesina que manejaba la motosierra. No llegó a secarlos, pero conservan aún los tajos sufridos. Como si estorbaran los árboles de La Tinajita, un cortijo frecuentado por muchos fontaniegos amantes del paseo por este paraje de enorme valor arqueológico.

La Tinajita, tan lejos y tan cerca de Fuentes. Un vecino querido, aunque distante. Como un pariente lejano. Tal vez porque desde hace infinidad de años pertenece a gente forastera. Ahora es de un empresario malagueño, Álvaro Carrasco, que lo adquirió hace un lustro y lo ha puesto en venta por valor de algo más de tres millones de euros. Antes que él lo poseyó el contraalmirante de la armada Antonio Iriarte, estepeño. Hasta hace unos años vivió allí Manuel Muñoz Carrero. Hombre no hay en Fuente que conozca mejor los arenas y arcillas sembradas de piedras paleolíticas.

Dice Manuel Muñoz "Zacarías" que este cortijo ha sufrido con anterioridad los azotes del temporal. Allí los vientos parecen encajonarse -encorajarse sería más acertado- y cobrar una fuerza desmedida. Y eso que La tinajita está situada en una especie de hoya, una hondura rodeada de monte casi por todas partes. Tal vez de ahí le venga el nombre de La Tinajita. Tal parece, metida como está en un circo de barro y arena. Recuerda Manuel "Zacarías" que una noche de tormenta un rayo partió en dos uno de los eucaliptos. La naturaleza en los Cerros de San Pedro tiene tintes míticos como sus asentamientos turdetanos.

Manuel Muñoz Carrero

Allí crió Manuel a sus tres hijos. Toda la vida en el campo antes de jubilarse. Su madre, Aurora Carrero, vendía en la plaza las hortalizas que su padre cultivaba en la huerta del Arenal. En La Tinajita vio cómo el escarabajo picudo se llevó por delante cuatro o cinco palmeras. ¡Ay de aquella alameda de La Tinajita! En la casa tenían luz eléctrica y agua del pozo más pequeño, que con menos de tres metros de profundidad era capaz de atender todas las necesidades del cortijo. Era una casa casi autosuficiente, pero a los niños había que llevarlos y traerlos cada día a la escuela. Hace diez años que dejó de vivir allí. Pocos caseros quedan viviendo en los cortijos de Fuentes.

Por única vecina, La Tinajita tiene ahora una pareja de búhos reales, raros por estos parajes, que cantan todas las noches su nana de luna llena. Por las mañanas, los jilgueros y los gorriones. Por las noches, el ulular quieto de los búhos. Al medio día, las chicharras bajo la solanera. Los búhos se están quedando sin su recreo de La Tinajita. Y Fuentes sin uno de los pocos oasis a la espera de que todo quede ocupado por paneles solares.

Van cayendo los viejos cortijos. El olvido y el tiempo son la lepra que carcome el patrimonio cultural del campo. No distingue de clases sociales porque destruye por igual a los aristocráticos como a los plebeyos. La Tinajita es de estos últimos, humilde y quieto, pero levantado en un enclave que lo corona mejor que a un rey. Las grietas de La Tinajita no auguran nada bueno. Del azulejo de su fachada se sabe que fue una Purísima y que la creó un alfarero de Triana. Decrepitud y abandono. Ruina segura.

En los Cerros de San Pedro hay funeral por cinco grandes pinos, gente de Fuentes de toda la vida de Dios. Nacidos y criados aquí al lado. De los pinos de cuando Fuentes tenía pinares. De antes de tener fábrica de arena y mortero. De la familia de los pinos del Jueves Lardero y excursión con tortilla de papas y filete rebozado. De la familia. Por eso las campanas deben de andar dando los toques. DEP.