-No, hijo, ya falta menos. Duérmete y llegaremos antes.

-Mamá, ¿Barcelona es muy grande?

-Sí, muy grande. Tanto, que desde ningún lugar se ve el principio ni el final.

-¿Más grande que Fuentes?

-Más grande que Fuentes y que todos los campos que lo rodean.

-Mamá, tengo incrustado en los huesos el traqueteo de los raíles. Siento el continuo crujir de las tablas, el roce violento de un amasijo de hierros abajo, arriba, a los lados. Hay una lava de óxido que asciende por las escalerillas y un chirrido de frenos recalentados que estremece todo el vagón. Tengo saturada la nariz de carbonilla. Huele a humanidad apilada, a morcilla de pueblo, a gallinero, a corral en tránsito. Todos llevamos los ojos enrojecidos de horas y horas en duermevela. Ese de al lado ronca con los ojos abiertos. A todos nos huelen los pies.

-Mamá, ¿Barcelona es bonita?

-Claro que es bonita. Y rica. En Barcelona hay trabajo para todo el que llega. Lo peor de Barcelona es que allí los jazmines no huelen como en Fuentes. Dicen que debe de ser por el clima.

-Mamá, ¿cuándo volveremos a Fuentes?

-No lo sé, pero será pronto. La casa está cerrada.

-Mamá, no estoy triste y sé que tenemos que irnos. Pero en Fuentes se queda todo lo que somos. Tus geranios del patio, mi resbalandeta del arroyo del ruedo, tu pozo en el corral, mis muñecos de barro, tus vecinas de la calle Nueva (La Pepa del Pinto, la Concha Murillo, la Pilar la Caña, la Malospela, la Tolita...), mi camioncito cargado con costales de arena, tu querencia por el Postigo (Mamá Julia y Papá Antonio, el tío Pepito, la tita Julita, la tita Antonia, la tita Isabel, la tita Jesula. La tita Trini nos espera en Barcelona). Mi patín de cojinetes, tu palangana de porcelana blanca, mis secretos escondidos en el soberao, tus visitas al Calvario, mi colegio de la tita Anita en la Carrera, tu hornillo de carbón en la cocina, tu máquina de coser Singer, nuestro ceceo...

-Tendremos cosas nuevas, mejores. Pronto volveremos para vender la casa y los muebles, alquilaremos un piso en Barcelona y en él viviremos juntos de nuevo. No era bueno que todos tus hermanos estuvieran en Barcelona y nosotros solos en Fuentes.

-Mamá, ¿por qué hay tanta gente durmiendo en el pasillo?

-Porque no tiene dinero para pagar la reserva del asiento y se ve obligada a viajar de pie. Para subir al tren hay que sacar billete y pagar un suplemento para tener asiento. Si te pilla el revisor sin billete o sentado y sin reserva te echa una multa. Por eso el que no paga la reserva tiene que estar más de 30 horas de pie o sentado en el suelo o en la maleta. O durmiendo en el suelo del pasillo cuando se hace de noche. Hijo, todavía hay personas más pobres que nosotros.

-Mamá, tengo frío. El tren se ha parado y la luz mortecina de un andén deshilacha la niebla. Algunos hombres bajan a la estación, se pierden en la oscuridad unos minutos y vuelven abrochándose los cinturones. Varias mujeres pasan por el andén pregonando pan y tortas de San Juan. Aunque casi todos los pasajeros se asoman a las ventanillas, nadie hace el gesto de comprar. Los cristales se van empañando hasta que las figuras del andén se difuminan como fantasmas que aparecen y desaparecen en el largo muelle de cemento. Llevamos tanto tiempo parados que uno cree que Alcázar de San Juan es el final del viaje y que ninguno de los pasajeros se quiere dar por enterado. Un aire helado que se cuela por los resquicios del vagón hace encogerse a los pasajeros, ateridos, mal equipados para los fríos de la meseta. Los que son de la misma familia tratan de calentarse apretujados unos contra otros.

-Anda, Pepe, acurrúcate aquí y duerme que hay mucha noche por delante.

-Mamá, el sueño ha durado poco. Un tirón y el lamento de los ejes anuncian el arranque del convoy. Pero ahora circula en sentido contrario al que llevaba antes. Alguien dice "¡otra ve pa Sevilla...!". Te he mirado con la duda en los ojos y has negado con un gesto. Me has contado que a este tren le llaman "el catalán" porque cada día viene de Barcelona a recoger a cientos de sevillanos que quieren emplearse en las fábricas y talleres de Cataluña.  A Barcelona viajan familias enteras. Un viajero dice que debemos tener cuidado porque hay muchos robos en los departamentos aprovechando que la gente duerme. Será por eso que siempre hay despierto alguno de cada familia. Son pocos los que viajan solos y si duermen lo hacen abrazados a su equipaje, especialmente los del pasillo. Queda mucha noche por delante.

-Mamá, ¿cómo se llama este pueblo?

-Ahora hemos parado en Albacete, la tierra de las navajas.

-En Albacete hace todavía más frío que en Alcázar de San Juan. Es de madrugada y ya no hay forma de dejar de tiritar. Duelen todos los huesos y el zarandeo del tren se ha metido tan dentro del cuerpo que incluso se siguen sintiendo el movimiento y el traqueteo de las vías a pesar de estar parados en la estación de Albacete. "¡Navaaaajas de Albaceeeeeete!" se oye pregonar a lo lejos. ¿Quién puede pensar en comprar una navaja a las dos de la madrugada, muerto de frío y con el cuerpo apaleado? "Navaaaaaajas de Albaceeeeeete!". Parece que el tren no va a reemprender la marcha nunca más. El filo de las navajas de Albacete corta el viaje en dos mitades casi idénticas, la primera mitad de oeste a noreste y la segunda de sur a norte.

-¿Quieres una magdalena? Duerme, hijo, ya falta menos.

-Córdoba, Alcázar de San Juan, Albacete, Castellón, Valencia, Tarragona, Barcelona. En este tren voy a aprender más geografía que en la escuela de la Carrera. Ha amanecido entre Castellón y Valencia y de pronto, casi con las primeras luces del día, aparece el mar, primero en forma de una fina línea azul, después majestuoso como un inmenso charco que se extiende más allá del horizonte. Emociona ver el Mediterráneo por primera vez, silencioso, quieto, plateado de espuma y sol. El mar, tantos años ausente de nuestro paisaje, ya no se separará de nosotros en todo el resto del viaje, guiñándonos el ojo por los campos de naranjas de Valencia, entre los palmerales de Tarragona, asomándose por los entrecortados túneles del Garraf. El Mediterráneo ya no se ausentará de nuestras vidas nunca más porque estará junto a Colón, al final de la Rambla, en las Golondrinas que van al Rompeolas, en el Castelldefels de los juegos adolescentes los días de playa.

-Pepe, ya estamos entrando en Barcelona.

-Barcelona huele mal, el aire es húmedo, aunque menos frío que el de Albacete, y viene cargado del humo de las fábricas. Tiene la acidez del azufre de los infiernos. Impresiona la enormidad de la estación de Francia, hecha de hierros y ladrillos y cubierta de cristaleras. Muchos pasajeros están de pie en el descansillo del vagón dispuestos a saltar en cuanto el convoy aminore la marcha. Por fin, el tren se detiene en medio del estruendo de hierros y de los lamentos de los frenos. La locomotora descarga sobre el andén una nube blanca de vapor justo cuando los primeros pasajeros saltan para recibir las maletas que ya asoman por las ventanillas. Todo el mundo grita, corre, se abraza. Hay que tener cuidado para que no desaparezca ningún paquete. Decenas de mozos ofrecen sus carros para transportar los equipajes a la parada de taxis. Los taxis son Seat 1.400 pintados de negro con las puertas amarillas. Fuera, llovizna y el caos es todavía mayor que en el andén. Ya estamos en Barcelona, ciudad en blanco y negro.

Imagen del interior de la estación de Francia de Barcelona en los años 60

(Mamá, ahora que te has dormido tú, te diré que hemos vuelto a Fuentes, donde tus jazmines de nuevo huelen a jazmín, que los trenes tardan sólo una mañana o una tarde en hacer el trayecto de Sevilla a Barcelona. Ya no hace aquel frío que pasábamos entre Alcázar de San Juan y Albacete, ni las maletas van amarradas con guitas, ni chirrían los raíles, ni el traqueteo se mete tanto en el cuerpo que tienen que pasar varias horas para que desaparezca la sensación de seguir viajando. Barcelona ya no es en blanco y negro. Quiero que sepas que siguen emigrando los jóvenes de Fuentes porque aquí no hay trabajo para vivir dignamente. Aunque Fuentes ha cambiado mucho y se vive mejor que entonces, los temporeros van a Francia. Debes saber que ahora vienen a Fuentes emigrantes de otros países y que los tratamos igual de bien que nos trataron los catalanes a nosotros. Aunque no todos los tratan bien porque dicen que vienen a quitarnos el trabajo a los de aquí. Eso mismo nos decían algunos cuando llegamos a Barcelona, ¿te acuerdas? Ahora, duerme, queda mucho viaje por delante.)