El Cantar del Mío Cid, El Libro del Buen Amor, El Cantar de Roldán, El Lazarillo de Tormes y las Coplas por la Muerte de su Padre eran las obras literarias con las que soñábamos de niños. Queríamos ser grandes escritores, valientes guerreros con el escudo en la mano izquierda y la espada en la derecha. Conquistadores de tierras de moros para mayor gloria de nuestros reyes de Castilla. Queríamos... Bueno, la verdad es que preferíamos leer en el ABC las crónicas del Betis o el Sevilla. Y sí, soñábamos, pero no con ser héroes en la batalla de Cuarte, sino con fichar por el Real Madrid o el Barça. Aunque aquellos sueños eran inconfesables ante la mirada inquisidora del profesor de literatura don José Manuel Cápita, natural de Mairena del Alcor.

El profesor levitaba hablándonos del Cantar del Mío Cid, de los valores guerreros, del honor y de esas cosas. De San Millán de la Cogolla, la Meca para los profesores de. literatura de entonces. Era como si rezara cuando hablaba de aquella cumbre de la literatura escrita por una mano anónima y estaba llamada a inaugurar la ingente literatura universal en castellano, la lengua del imperio donde antaño nunca se ponía el sol. Cualquiera de decía al mairenero que tu héroe no era Rodrigo Díaz de Vivar, sino el rubio de Baracaldo, Javier Clemente, entrenador que acababa de darle su segunda liga al Athletic Club de Bilbao. Queríamos ser futbolistas, pero teníamos que aprender castellano antiguo para leer el Cantar del Mío Cid. Excepto Ascensión Labella Ruiz, que disfrutaba leyendo las gestas del Campeador. Las mujeres siempre rompiendo moldes.

Por aquellos años ochenta rondaban por el instituto de Carmona las ideas de un disidente de la literatura oficial llamado Jorge Luis Borges (eterno candidato al Nobel) según el cual a los alumnos había que dejarlos elegir sus lecturas preferidas. Imponerles lecturas les aleja de las letras. Borges jugaba en nuestro equipo, aunque con esas ideas cómo le iban a dar el Nobel. Nuestro profesor de literatura no lo habría admitido nunca. Pero a los alumnos nos hubiese gustaba tener al tal Borges de profesor y que nos dejara leer la prensa deportiva en clase. El argentino que se sentía sevillano -vivió en Sevilla entre 1919 y 1920- estuvo muy cerca de nosotros -volvió a Sevilla en 1984 con motivo de un curso sobre literatura fantástica de la Menéndez Pelayo- pero de ahí a tenerlo de profesor de nuestro instituto distaba un abismo.

Que la formación básica debía incluir los textos clásicos de la literatura española, pase. Pero que hubiese que leer el Cantar del Mío Cid completo rozaba la tortura. Sobre todo porque no había Dios que entendiera media palabra. Donde debía decir hermoso, decía bellido. Donde debía decir encaminarse, decía adeliñarse. O para decir oficio decía mester. La cabeza era la testa y el veneno, pozoña. Era mester mucha sapiencia para enterarse de las venturas y desventuras del señor que empuñaba la Tizona y lo peor era que el profesor exigía como trofeo un comentario de texto. "Burgueses y burguesas por las finiestras son plorando de los ojos, ¡tanto habian el dolor! De las sus bocas todos decian una razon: ¡Dios que buen vasallo! ¡Si hobiese buen Señor!".

Lo mismo, con otras palabras, exclamaban los alumnos. ¡Dios que buen estudiante! ¡Si hobiese buen profesor! Aquellos alumnos eran José Manuel Martínez Malagón, más entusiasta del Cantar de Clemente de Baracaldo que del Díaz de Vivar. A favor del Cid estaban los carmonenses Macías y García Ba, Angelita y Reyes, además de la empollona fontaniega Ascensión Labella Ruiz. "Nos tienen que enseñar disfrutando", decían unos. "Haciéndonos ver el placer de la lectura y para ello nos tendrían que recomendar libros motivadores para nuestras edades", se oía por los pasillos como un clamor revolucionario. La revuelta estaba a flor de piel, aunque enfrentarse al Cid era una afrenta patria. La afrenta de Corpes, por lo menos. ¡Venganza!, exclamaba el Cid. ¡Piedad, piedad, señor!, imploraban los estudiantes fontaniegos.

Amor a la lengua patria, sí, pero con mesura. Vayamos a provocar empacho. El amor por la literatura llevó a Labella Ruiz a hacerse profesora de Lengua y a vivir en Sevilla. Más conocida en aquellos años como la niña de Pepe Luis, el barbero de la calle Lora. En cambio, Malagón fue siempre fue muy comercial y tuvo un bar en Fuentes. Amante de Clemente y de la lectura deportiva, empezó a estudiar Geografía e Historia, cosa que dejó a medio camino. Martínez Malagón se presentó por NIVA a las ultimas elecciones municipales. En aquellos años era conocido como el hijo de "Mateo el del banco", el Español de Crédito que había enfrente de los Catalino.

Cuando el profesor mairenero nos hablaba de que había que peregrinar al santuario de San Millán de la Cogolla, a muchos alumnos nos venían a la mente las barricas de arenques de Diego Millán en la tienda de la plaza de abajo. Casi todos los alumnos odiábamos Cantar de Mio Cid y nos llevábamos revistas y tebeos para leer en el recreo.  Los redichos aseguraban haber leído en primaria la Iliada y contaban el combate de Héctor y Aquiles. Otros apostaban por la riqueza de vocabulario de la lengua andaluza, entroncada con el esplendor de Al-Andalus. ¿Hablan mejor los castellanos, los asturianos o los andaluces?

Los primeros años ochenta eran pródigos en efervescencias autonomistas y los andaluces por nada del mundo hubiésemos admitido un agravio con respecto a catalanes y vascos. La diversidad de lenguas como una riqueza a preservar, aunque en el instituto algunos profesores arcaizantes siguieran ensalzando el régimen de San Millán de la Cogolla y las pasadas grandezas del Cid Campeador. Resaltaba el profesor Cápita la necesidad de recuperar la grandeza de España y la honra perdida en el 98, que era lo que daba impulso a las hazañas acometidas por el héroe. Aún deben de resonar entre las paredes del viejo instituto las ininteligibles estrofas de aquel poema que hablaba del destierro del Cid acusado de robar, seguía con el cantar de las bodas y concluía con el cantar de la afrenta de Corpes. Qué gran poema si antes de obligarnos a leerlo nos hubiesen enseñado a entenderlo.

Las aventuras del Cid fueron recogidas en una superproducción americana rodada en Peñíscola y protagonizada nada menos que por Charlton Heston y Sophia Loren. El haber visto aquella película podía haber sido mérito que facilitara el aprobado de la asignatura, pero el profesor Cápita era hueso duro de roer. El Cid de las letras hispánicas exigía la retórica del castellano antiguo donde otros optaban por la relajada filosofía borgiana y daban aprobado general. Ni aprobado general ni imposición. Hay otras formas de evaluar. Además, en la escuela empezaba a imponerse el aforismo del socialismo utópico según el cual hay que esperar "de cada uno según sus capacidades" y darle "a cada uno según sus necesidades". Aquellos a los alumnos nos sonaba a gloria. Goleada del Athletic Club de Bilbao frente al Cantar del Mío Cid.