Hace muchos años vi una tira cómica en una publicación francesa de la que no recuerdo su nombre. Se titulaba “La grande question” y en ella se veía a un hombre caminando solo por la calle a solas con sus pensamientos. Se preguntaba ¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? En la siguiente viñeta aparecía tendido en el suelo, tras haber sido atropellado. Un policía le preguntaba a los testigos ¿Quién era, a dónde iba, de dónde venía? Parece ser que no hay manera de responder a ciertas preguntas trascendentes, por mucho que nos juguemos el cuello en el intento.

Como esta vida está llena de insatisfacciones y falta de certezas, muchos se hacen ilusiones con que hay otra más allá, por supuesto mucho mejor que esta, dónde va a parar. De estas dudas existenciales llevan viviendo muy bien todas las religiones desde hace siglos. El ser humano necesita respuestas, certezas convincentes a las que asirse y, cuando no las tiene, se las inventa. Estamos dispuestos a tragarnos todo o casi todo. Para creer solo hay que estar predispuesto, tener ganas. Si nos dicen que hay un ente divino capaz de convertir la Coca-Cola en Pepsi, nos lo creemos, siempre que lo diga alguien vestido con algún tipo de indumentaria estrafalaria.

Nos creemos libres, auto engañados y pensamos que tenemos el control, pero en realidad somos “like a rolling stone”, como el canto rodado del que habla Bob Dylan. Viajamos arrastrados por la vida pendiente abajo. El rumbo es el cauce del río que nos lleva. Nos fabricamos una ilusión de libertad que es sobre todo un eslogan, un efecto óptico, un espejismo. En esencia, la libertad es el derecho a elegir, pero solo podemos hacerlo entre la mercancía expuesta, sin salirnos del escaparate.

Uno hace lo que sea por vivir, pero con suerte acierta a sobrevivir. Nuestro poder de elección en la vida es insignificante porque los imponderables, las circunstancias de las que hablaba Ortega, son insoslayables. Por supuesto, podemos planificar lo que nos dé la gana, pero luego llega el tío Paco con las rebajas de otoño-invierno. Nunca sale nada como lo habíamos previsto.  

En realidad somos esclavos voluntarios de la posición que ocupamos, de nuestras cuentas bancarias, de nuestras hipotecas, de nuestro puesto de trabajo o de la ausencia del mismo. El trabajo es una maldición, pero ¡ay del que no lo consiga, o lo extravíe, o se lo roben! Rogará entonces al dios de la Pepsi Cola para recuperar su esclavitud. Nos levantamos cada mañana positivos, con la cabeza llena de planes infalibles, pensando que no hacer nada es la peor opción, sabiendo que hay dos tipos de personas, las que van a algún sitio y las que no van a ninguna parte.

Somos prisioneros del papel que interpretamos. Cada noche salimos al escenario a preguntarle a una calavera por el sentido de la vida, si hay tanta diferencia entre ser o estar. Nos sabemos bien el papel, aunque no lo hayamos escrito nosotros, pero estamos a merced del caprichoso y egoísta destino. La vida nos da sorpresas pero no siempre son agradables, sobre todo si interpretas a Hamlet y un tipo de la segunda fila se levanta y se va justo al comenzar el monólogo, como en la genial película de Ernst Lubistch “Ser o no Ser”.

Si todo está previsto, si todo está escrito, si la vida no está, sino que es, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Para qué luchar por cambiar nada? No gana el que llega a la meta bien situado, se muere igualmente, sino el que en la pelea por no ahogarse consigue salir victorioso. No hay emoción en ganar un combate amañado.

También es posible que nos equivoquemos buscando respuestas pero no hagamos las preguntas adecuadas. A veces las más sencillas son las más complejas de resolver. Preguntas tan trascendentales como cotidianas ¿Qué hacemos de comer mañana, hay que sacar algo del congelador? ¿Otra vez pasta? ¿A qué hora bajo la basura?

Las preguntas, existenciales o no, se van sucediendo. A encontrarles la respuesta adecuada le podríamos llamar vivir. Las grandes cuestiones filosóficas de la humanidad, el origen de todo, Dios, la vida, la muerte, el amor, se pierden en el gran vacío que hay entre las estrellas, se nos escapan entre millones de años luz. Sigo sin entender cómo se produjo la chispa que dio origen a todo ¿Cómo voy a saberlo si ni siquiera sé cómo funciona el mando a distancia de la tele? Igual lo que ocurre es que la vida es lo único que nos pasa en la vida. Deberíamos dedicarnos a sacarle todo el jugo.

No debería importarnos mucho quiénes somos, a dónde vamos ni de dónde venimos, sino qué hacemos.