Fue el filósofo Aristóteles el que  dejó escrito que, después de haberlo estudiado casi todo a lo largo de su dilatada vida, al final había llegado a la conclusión de que no sabía nada. Tan difícil es alcanzar el conocimiento. Hoy en día, hasta el más lerdo se cree legitimado para enmendarle la plana a cualquiera. Y así, nos encontramos al lado, acodados a la barra del bar, a los mejores políticos del país, a los mejores epidemiólogos, a los mejores abogados, a los mejores arquitectos... y, por supuesto, a los mejores periodistas. Casi todo el mundo sabe cómo acabar con la pandemia, cómo se tienen que distribuir las vacunas, cómo se arregla el problema del paro, cómo se organiza la liga de fútbol y hasta cómo se adoquina una calle.

Esto no es nuevo, ¡qué va! Ha sido siempre así porque el mundo está lleno a rebosar de memos presuntuosos. Lo que pasa ahora es que esos sabiondos analfabetos tienen un escaparate que jamás soñaron tener: las redes sociales. Las redes son los patios de vecinos de toda la vida, con sus chismorreos, piques, vanidades, celos, riñas y envidias, pero multiplicadas por cien mil. El patio de vecino de internet es la jungla donde las mentiras tienen más éxito que las verdades. Lance usted a la red una verdad como un templo y verá qué poco eco encuentra. Lance una mentira y verá que, cuanto más gorda sea, más repercusión tiene.

La red es el paraíso de los bulos. Ahora se les llama "fake news", falsas noticias, a las mentiras de toda la vida, a los bulos. Es un error llamarlas "noticias falsas" porque esos dos términos son incompatibles entre sí. Si algo que se cuenta es falso no puede ser denominado noticia y si es noticia no puede ser falso. El problema es que son legión los que se creen cualquier patraña. Cuanto más gorda, más se las creen. Con el de la pandemia parece haberse extendido otro virus, el coronabulo. Hay gente asomada a la red dispuesta a creerse lo que le echen.

Lo ha dicho el director del The Washington Post, Marty Baron: "la gente se fía más de sus sentimientos que de los hechos". Podemos añadir que mal camino lleva una sociedad que se rige más por los sentimientos que por la realidad. Muchos prefieren caminar con una venda en los ojos dejándose guiar únicamente por sus prejuicios.  Pero es lo que tenemos.