La sangre, la tuya, la mía, la de todos, es roja de metal brillante y pesa como el plomo del que están hechas las balas. Brota, rebosa y se desparrama empapando la tierra, como si fuese abono para la memoria, frágil ante el horror. Cuadrillas de voluntariosos voluntarios, pelean contra el olvido con pico y pala, buscando a los suyos entre las raíces del presente, entre los pilares del ahora. Zanjas abiertas en cementerios de tapias sangrientas, cunetas llenas de muerte y olvido. Miles de vidas agujereadas esperan sin descanso la paz que no llega tras la victoria injusta y vengativa, al parecer tan lejana, que las nuevas generaciones confunden a Franco con Viriato. Nada se les ha contado en la escuela, ni en la calle, ni en Tik Tok.

La conspiración no triunfa porque, si lo hace, a nadie se le ocurre llamarla así. Ahora hay una nueva clase de historiadores, quizá no tan nuevos, de barra, mondadientes y carajillo, que justifica la barbarie inventándose una memoria a su gusto, que exculpa el exterminio de la democracia a golpe de bombardeo nazi. Aquello del treinta y seis no fue un sueño dramático, fue una realidad contable que no se cuenta, el primer asalto de una guerra mayor aún que la Gran Guerra. Casi, casi, ganó la intolerancia en Europa, en España nunca desapareció. Crece el número de negacioncitas de un fracasado golpe de estado, orquestado por una iglesia de Trento, un ejército cuartelero, apolillado y colonialista, pero sobre todo por el dinero.

El barranco de Viznar sabe mucho de sangre roja y también incolora. Algún hijo de puta de manos sucias se inventó una expresión cómplice y culpable, “daños colaterales”. Cómo se retuerce el lenguaje para normalizar y tornar en cotidiano e inevitable el asesinato de inocentes. El peligrosísimo terrorista Federico mataba disparándole versos a la Luna, aún no se ha encontrado su “noble calavera”. Algún día aparecerá si sus vividores parientes lo consienten. Otros cadáveres no tan ilustres han aparecido en la fosa 16 de Viznar, en el fondo encontraron el cráneo agujereado de un preadolescente. Fue el primer “ajusticiado” ese día. Algún cobarde asesino le disparó en la cabeza a un niño de entre doce y catorce años. También encontraron un lápiz y una goma de borrar.

Podemos fabular sobre la vida que no vivió y pensar en lo lejos que podría haber llegado. Podría haber sido un genial dibujante u otro poeta como su vecino de agujero y compañero de olvido. No sabemos nada, igual estaba aprendiendo a leer, escribir y las cuatro reglas, para salir de su mundo de analfabetismo y hambre. Podría ser un niño yuntero con sueños. La sangre de los genios es igual de roja, igual de húmeda que la de los medianos. Qué podría haber hecho ese crío, qué no, en una historia que nunca existió porque un tipo, un ser humano convencido de su causa, le descerrajó dos tiros en la cabeza a un niño. No se puede borrar con goma, ni reescribir con lápiz un pasado amable sólo porque nos avergüence la realidad.

Un compañero, periodista de verdad, que no utiliza el lápiz sino la cámara, Mohamed Salem, aunque para muchos medios, sólo es un fotógrafo, como los que fotografían niños de primera comunión (siento un gran respeto por los fotógrafos bbc) firmó una excelente crónica en un rectángulo. Supongo que para ciertos “grandes periodistas” de la palabra para los que el periodismo es leer teletipos, dar bien en la tele o defender a sus amos en trincheras tertulieras, un fotoperiodista sólo aprieta un botón. La escalofriante foto de Salem, nos narra más allá de las cifras y las palabras, el dolor de los inocentes. Una mujer abraza el cadáver de una niña, su sobrina, en un hospital que ya no existe. No hay miradas, ni gestos, ni caras, sólo escombros regados con la sangre de niñas y mujeres, de hombres y niños inocentes de Gaza. Pero siempre hay palabras que todo lo suavizan, que todo lo camuflan, que todo lo mienten.

Veo a muchos adolescentes, los nuestros, sanos, amamantados con la Playstation, despreocupados, desclasados e ignorantes del pasado, pijos sin conciencia de nada que no se pague con dinero, víctimas de ellos mismos y también de nosotros mismos. Ignoran que quien no sabe nada de su historia está sentenciado a repetirla. Llevamos veinticuatro años de siglo, y vamos al mismo ritmo de odio y destrucción que creíamos insuperable del maldito siglo XX. Los postadolescentes Z, o como queramos llamarlos, viven en una realidad virtual en una copla que puede acabar como lo hacen los tangos, chin-pum. Entonces descubrirán que todo estaba ya inventado, que todo había ocurrido antes, que los inocentes lo son en todos los siglos, que conocer la historia es esencial para el futuro.

El tiempo pasa deprisa, espero no vivir lo que vivieron mis abuelos. Espero que los hombres y mujeres de dentro de poco no caigan en la intransigencia y la estupidez que marcó el pasado siglo. La humanidad estuvo al borde del exterminio una vez más, pero nadie se acuerda de nada.