Hay hambre de normalidad en las calles de Fuentes. Diríase que hambre física, incluso. Será que los trigos verdean los campos y que el aire empieza a traer anuncios de primavera. O será que corre la noticia de que casi no quedan positivos por COVID en el pueblo. O no será. Lo cierto es que la Alameda está poblada de familias con niños ansiosos de recuperar el tobogán y la tirolina. Por los caminos se ve jadear algún caminante y en las afueras se oye música en alguna que otra cochera rodeada por diez o doce vehículos.

A vista de pájaro, la Carrera quiere a ser lo que fue y se sacude el barro de las obras del paseíto la Plancha y de la esquina de la calle La Matea. Los alrededores del antiguo ayuntamiento siguen cortados. Cierta normalidad no le falta a ese hecho. Mientras mira las obras de la Plancha, Miguel, el anterior alcalde, pregunta "¿qué va a pasar el día que caiga una buena tromba y digan a mear en dirección a la calle San Sebastián los inmensos tejados de la parroquia?" Los imbornales van a tener que trabajar a destajo.

Normalidad a raudales. Carmen, la del Cordón, apenas tiene cola en la acera. En la Carrera no hay naranjos, pero sí sacos de naranjas aquí y allá a la espera de comprador. La ausencia de parroquianos en la acera del Laure sugiere que resta un trecho para la vuelta de la auténtica Carrera. En la esquina de la calle Nueva, un paseante tropieza con otro y le espeta "¡eje, no esperaba encontrarte por aquí. Creía que estabas en la cárcel! El otro le contesta "¡yo tampoco esperaba verte. Creí que el bicho ese te había mandado al otro barrio!". Pura normalidad.

Unos adolescentes, casi niños, haraganean en los alrededores de la Puerta del Monte, las mascarillas diez centímetros por debajo de la incipiente pelusilla del bigote. La carretera del ruedo es un incesante ir y venir de coches. ¿A dónde va tanta gente en coche? Algunos no van a ninguna parte, simplemente queman gasolina dando vuelta tras vuelta alrededor del pueblo.

Espera y esperanza

Las dos palabras que definen este incierto tiempo de pandemia son la espera y la esperanza. La esperanza de la vacuna que se hace esperar. Hay que esperar, es comprensible. Pero es demasiado tiempo viviendo bajo este cielo apocalíptico que parece anunciar el exterminio. Este invierno inacabable dura ya todo un año, desde marzo de 2020 hasta hoy. Y lo que queda. Hay hambre de luz, de certezas, de seguridad, de acercamiento. Por eso el ruedo al atardecer parece una feria. Por eso atruena la música en las cocheras y rebulle la Alameda. Fuentes espera, pero necesita esperanza. Muchos ya la han perdido y ponen el grito en el cielo porque siempre son los pillos, los privilegiados, los que se ponen primeros en la cola.

Con cuentagotas llegan las vacunas, más que con jeringuillas, y están siendo administradas. La han recibido los mayores de 80 años y los grandes dependientes, así como las personas que bregan con ellos. Están en proceso de recibirla el personal del sistema sanitario, los docentes y los profesionales considerados esenciales. Bien que así sea. Después les llegará el turno a los mayores de 70 años y, a continuación, a los mayores de 60 años. Y así sucesivamente.

Lo preocupante es que la espera de la vacuna se vuelve eterna para demasiadas personas. Febrero se ha saldado con 363 víctimas en la provincia de Sevilla.

Vísteme despacio...

Recomienda el refrán ir despacio cuando se tiene prisa. Para la vacuna es buena la prisa, pero para el resto de aspectos relacionados con la pandemia conviene la calma. Especialmente para las desescaladas. La tercera ola de esta lacra parece estar tocando a su fin y la vacuna no apunta que vaya a ayudar mucho a evitar la llegada de una cuarta.

Ahora es cuando hay que recordar que el hambre de normalidad (y la economía) ha sido letal desde que arrancó esta tragedia. Lo fue por el retraso en tomar medidas cuando había que haberlas tomado, hace ahora un año. Había que preservar la economía, dijeron. Lo fue en verano, de cuya "normalidad" surgió la segunda ola, y lo ha sido en las Navidades, de cuyas consecuencias aún no se sale del todo.

Habrá que ir poco a poco desactivando precauciones. Hoy empieza el marzo de la esperanza y es natural que haya hambre de normalidad. Aprieta la inminencia de la primavera y eso hace más comprensible aún que por la Carrera y la Alameda corra este (in)cierto aire de la vida de antes, pero habría que tener cuidado con los atracones de "normalidad" porque ya se saben las consecuencias.