Austria y Hungría se unieron en 1867 para crear la gran potencia mundial que fue conocida como Imperio Austrohúngaro, uno de los protagonistas desatacados de la primera guerra mundial. Lo rigió el monarca Francisco José I hasta su disolución en 1919, poco después de finalizar la guerra. De eso hace mucho tiempo y esta pincelada histórica tiene poco que ver con la llegada a Fuentes de la austrohúngara Marcsi Morvay. La mujer está aquí invitada por José Jaime Ayora, su novio fontaniego. Marcsi y José Jaime se conocieron y se hicieron novios en Innsbruck (Austria), ciudad en la que ambos han encontrado su particular edén. El mundo cada vez es más pequeño.

Lo anterior viene a ser un aviso por si alguien se cruza estos días por las calles de Fuentes con dos jóvenes con pinta de rusos señalando hacia los edificios y hablando en alemán. Son el emigrante moderno, José Jaime, y Marcsi, la austrohúngara curiosa. Porque la curiosidad es el rasgo más destacado de la personalidad de Marcsi. Lo quiere ver y saber todo. Pregunta como una ametralladora y no admite el encogimiento de hombros por respuesta. Habla alemán, inglés, húngaro, bastante francés y un poco de italiano. Estaba enamorada de Italia hasta que ha pisado Fuentes. Ya no quiere seguir estudiando italiano, sino que cuando esté de la vuelta en Innsbruck, piensa matricularse para estudiar español.

"Me encanta este calor", dice a las seis de la tarde por la calle cuando el termómetro marca más de 40 grados a la sombra. También le encanta el barroco de los edificios, las casas señoriales, las palmeras, los azulejos, el color amarillo de los campos agosteños, el olor de la Alameda, el ambiente del paseíto San Fernando, el carácter abierto de los fontaniegos, el picnic de la noche flamenca en el paseíto de la Plancha, los conciertos en el Castillo del Hierro, la alegría de las chicas, el tono de las conversaciones, las tertulias nocturnas a la puerta de las casas, los techos tan altos de las viviendas, los adoquines de las calles... A la pregunta de si hay algo de Fuentes que no le guste responde encogiéndose de hombros y ríe.

Encuentra exóticas las palmeras del paseíto de la Plancha y la Alameda. Exóticos el arabesco de los zócalos de azulejos que adornan todos los patios que ha visitado. Exótico el flamenco. Y hasta exótico le resulta que el silo se llame silo, que es también como se llaman esas construcciones en Hungría. Claro que en su país los coches se llaman cochi, otro exotismo, pero eso le parece menos extraño. Incluso el nombre de Marcsi suena a Merche en boca de los fontaniegos. José Jaime Ayora reconoce que en su vida había hecho tanto turismo en Fuentes como este verano de la mano de su novia. Ni había entrado tantas veces como este agosto en las iglesias de su pueblo. Lo dice José Jaime mientras su frente es una cascada de sudor. Son las seis de la tarde del 22 de agosto.

El único inconveniente que le encuentra Marcsi a esta especie de luna de miel con fondo de Fuentes es que va a tener que irse dentro de cuatro días. En Innsbruck la espera una furgoneta de correos y una saca llena de cartas que repartir a los vecinos. Porque ella, que estudió para maestra, es cartera. Marcsi nació en una pequeña aldea llamada Bate, a cinco kilómetros de Kaposvar, y emigró a Austria hace 16 años. Entre Austria, Hungría y España hay grandes diferencias económicas. La clasificación podría ser en este orden: Austria, España y Hungría. La diferencia es menor en cuanto a calidad de vida, donde Austria y España quedarían más igualadas.

José Jaime le había hablado mucho a Marcsi de Fuentes y de sus amigos. Había visto vídeos aéreos muy bonitos. Pero ni por asomo podía ella imaginar semejantes maravillas. Todo es maravilloso, mucho más a pie de calle que desde las alturas. Aunque el inconveniente de tener que irse será pasajero porque ella piensa volver, más temprano que tarde. En carnaval, por supuesto. También en semana santa. Para entonces cree posible hablar español y poder prescindir de la traducción del novio. Tiene mucha facilidad para aprender idiomas. Y, de nuevo, en verano. Faltaría más, paseando por las calles con este calorcito tan agradable de las seis de la tarde en agosto.