Comienza el curso escolar y con él vuelvo a reflexionar sobre la educación, deformación profesional. Con la distancia se van encendiendo luces que permanecían en penumbra por las dudas y la desconfianza en mis propios análisis, por ese temor a no se comprendida, a estar adentrándome en terrenos destinados a pensadores, filósofos y pedagogos reconocidos, cuando una es, como respondía el maestro de la película Amanece, que no es poco, cuando alguien le decía que era buen maestro: “Rural, rural nada más”
Pasa el tiempo y la luz se va abriendo paso entre el temor a ser indiscreta y meterme en charcos no debidos. Qué más da, me digo a mí misma, si esto lo van a leer cuatro que luego lo olvidarán entre la maraña de mensajes de wasap, comentarios, vídeos y fotografías de las redes.
Vengo a decir, aun con cierto temor a no ser comprendida, que ”la educación es la forma que tiene una sociedad de crear su futuro”. ¿Qué clase de futuro? ¿Qué futuro hemos soñado? ¿Qué conocimiento debemos transmitir? Siempre haciendo preguntas sin respuestas porque sé que nada es seguro y ahí radica la sabiduría, no el conocimiento. No estoy diciendo que sea sabía, sino que he sentido que la verdadera sabiduría radica en mirar al otro, a la otra, a los alumnos con comprensión, cuidándolos para que vivan el futuro, porque ellos y ellas son los que habitarán el futuro.
Tenemos que inclinarnos y acompañarlos, no posicionarnos enfrente, sino junto a ellos y ellas. Educar es acompañar. Guiar hacia afuera, hacia el mundo. Un mundo que tenemos que descubrir juntos. Tarea difícil ante el empuje de una sociedad y una administración que te exige como docente ser eficiente respecto a lo que piden: eficacia, resultados acordes a lo que en cada momento las modas dictan lo que es educar, los conocimientos que transmitir.
Hemos cometido el error de separar las generaciones, olvidando que es en el entrelazado de cada una de las generaciones transmitiendo aquello que hemos comprendido que nos hace más humanos y mejores. Es ahí donde podemos encontrar un poco de sabiduría, pero no la sabiduría que da la falsa autoridad de la edad. No, sino aquella que nos dice que tenemos que aprender siempre, en cada momento, unos de otros.
Solo comprendiendo al otro podemos transmitirle nuestra curiosidad por el mundo, ésa que le hará querer ser cada día mejor, conocer y comprender, ser más sabio en definitiva. Sin embargo, no nos engañemos, la educación escolar solo busca la excelencia en las notas, esas necesarias, esas que impone la superación cada día en el conocimiento, que corre delante, que nunca alcanzaremos pero que nos hace desear ser los mejores. Es una aceptación porque de ella depende, nos han dicho, nuestra felicidad y cuando no lo conseguimos, la mayoría de las veces, nos hace infelices.