Esta historia de Velá del Carmen tiene que empezar triste y terminar más triste todavía. Como si fuese la prueba palpable de que algunas tradiciones no vienen de siempre y están aquí para siempre. Unas veces las tradiciones no lo son tanto. La romería de Fuentes es de anteayer, como aquel que dice. Otras veces son tradiciones hasta que dejan de serlo. La Velá, que venía de antiguo, se perdió para siempre en los años noventa del siglo pasado. La velá del Carmen debería estar fraguándose en estos días para estallar en una explosión de alegría el próximo fin de semana. Pero hace casi treinta años que eso no ocurre. Primero la dejaron en una única noche, llamándola verbena, para después dejarla morir.

Una de las causa de su fallecimiento pudo ser que la velá competía en desventaja con la feria, fijada antiguamente el 12 de septiembre hasta que la pasaron a mediados de agosto para mayor gloria de los emigrantes y de la Virgen María. La Virgen de julio frente a la Virgen de agosto. La velá frente a la feria. Ganó la feria, cuyo origen tenía más que ver con la diosa fertilidad, propiciadora de la abundancia de las cosechas, que de la Virgen. Dos fiestas tan seguidas y consagradas a dos Vírgenes, eran insostenibles. Quizá también porque a la velá le dio un mal aire, alguien le echó el mal de ojo o, simplemente, hubo un encadenamiento de elementos negativos que dieron con ella al traste.

El primer zarpazo para la velá fue el golpe de estado franquista del 18 de julio de 1936, que pilló a los hombres y mujeres de Fuentes bailando en la caseta municipal adornada de farolillos, a los niños berreando por el Postigo en demanda de una reolina y a los feriantes haciendo el agosto por adelantado. Como todos los años en el Postigo, a la puerta de la ermita rifaban una becerra. En las radios Telefunken de lámparas o de galena (hechas de forma rudimentaria con una ferrita, una bobina de cable de cobre y un pequeño auricular) podía escucharse a Imperio Argentina cantar "el día que nací yo / qué planeta reinaría / Por donde quiera que voy / qué mala estrella me guía”. Mala estrella la de aquella velá del 36 ambientada con boleros de música tan apasionada como inocentes letras.

La velá, como su propio nombre indica, era de noche. La feria era de día y de noche. La noche del 18 de julio de 1936, tercera velada de aquel fatídico año, cayó sobre Fuentes como un velo de luto. Las amarillentas luces se apagaron de golpe y los fontaniegos se encogieron en los rincones más escondidos de sus casas, temblando como si estuvieran en diciembre. En el cielo ya no había estrellas, ni buenas ni malas, sino negros nubarrones de tragedia. Adultos, niños y feriantes tardarían cuarenta años en alumbrarse de nuevo con la luz de la esperanza de una velá del Carmen. Tuvieron que esperar hasta los años setenta.

La velá había sido siempre una fiesta muy querida por los fontagiegos y fontaniegas. Tenía la luminosidad de los comienzos del verano, la claridad de la nata, la promesa del esplendor en las eras, frente a la luz en retirada de mediados de septiembre. La feria llegaba con los días cada vez más cortos, con el anuncio del otoño inminente. En julio podía caer un sol de injusticia, pero los fontaniegos, hechos a la siega del trigo en agosto, tenían la piel de acero. La feria venía a cerrar el ciclo de la fertilidad. Algunos años era la fiesta de la abundancia y la mayoría de años, la vigilia de la escasez. Habían terminado las eras, el grano guardado en los soberaos y la paja en los pajares. La siega de los garbanzos había ido bien y había que celebrarlo. Días de fiesta, fechas para comprar o vender mulos o borricos, para festejar la alegría y también para buscar el olvido de la escasez.

Por la velá era la siega de los garbanzos y había que salir a la rebusca después de haber estado toda la noche de baile. El Donadío, la Diosá, los Camarros... se iban poblando de albañiles, carpinteros, electricistas, fontaneros, herreros y albañiles que, armados de esportones y sacos, recorrían los campos como almas en pena a la luz de la luna. Por aquellas fechas en Fuentes había dos cuadrillas de albañiles importantes, la de Rafael el Mirlo y la de Manolo el Ratón.

El imposible renacer de la velá llegó con la feliz década de los 70, conocida en toda España como los años del desarrollismo, aunque en Fuentes debería ser nombrada como de la diáspora. La coincidencia de la mecanización del campo fontaniego y la industrialización de Barcelona fue demoledor para la demografía de Fuentes. Años de emigración masiva, de los primeros Seat 600, los Pekenikes y de la chica ye-yé de Conchita Velasco. Fue entonces cuando salió por última vez a las calles de Fuentes la procesión de la Virgen del Carmen. Era el 16 de julio de 1978. Los muchachos habían acudido al barbero siguiendo una tradición más antigua que la fiesta misma. Pelados y peinados. Repeinados. Ese mismo año nació la romería de María Auxiliadora.

En la foto de arriba, a la derecha aparece Concepción Ruano León, Conchita, con unos 10 años. La foto es del 16 de Julio de 1978. Era la niña de la Belén o más bien, de Doña Belén León, de la calle la Matea. Detrás de ella aparece el joven "Pepe el chino", como se le conocía en Fuentes, uno de los fontaniegos más fervorosos.

Para la velá, además de ir al barbero, había que ir al cine Avenida de verano donde echaban una película de Manolo Escobar o del quinto de caballería con pieles rojas cheyenes, sioux o comanches obsesionados con no dejar en pie blanco con cabellera. Tardes con Toro Sentado y el gran jefe Nube Blanca. Vinieron Los Sioux, que no eran indios, sino un grupo musical vasco que cantaba la balada de las horas muertas. Al irse de nuestras vidas Toro Sentado llegaba la hora de acudir para la velá. A la caseta municipal, que era la única que había. A rebosar de gente.

Por aquellas fechas llegó otro duro golpe para la velá, un triste suceso que impactó de forma dramática al Fuentes enfrascado en su fiesta más querida. Ocurrió que un grupo de amigos que se reunía en la taberna de Ángel Gómez, sufrió un trágico accidente de coche en las proximidades del castillo de la Monclova. Viajaban en el vehículo, de vuelta Écija, Pepe Basilio, Ricardo Gómez, Pepín, Calderón y Millancito. Murió en el acto el famoso apreciado mecánico Pepe Basilio. A consecuencia de las secuelas, un año más tarde falleció también Ricardo Gómez. Ricardo era hermano de Ángel Gómez y propietario de la destilería de la calle Mayor que hoy día regentan sus nietos Ricardo y Camilo. Millancito también murió por las secuelas del accidente. Se salvaron Calderón y Pepín. Este último, marido de la popular Condita, trabajó muchos años en el juzgado de Fuentes. Aquel suceso causó una enorme consternación.

La caseta municipal iba en concordancia con la pista de coches locos: si se llenaba la pista, también lo hacía la caseta municipal, que tenía su barra, pista de baile y un gran espacio para el publico. El gran atractivo era la actuación musical. En 1977 apareció la famosa caseta del Partido Comunista, conocida como "de los Coreanos",  generosamente abastecida de buenos vinos, buena cerveza, aceitunas y variado tapeo. En cambio, para los cubatas y las actuaciones musicales había que ir a la caseta municipal. Escrito así podría parecer que la velá era un desmán consumista. Al contrario, la velá fue siempre una celebración muy austera, aunque no le faltaron atracciones como la pista de coches locos, el güitoma, la ola, los caballitos, el famoso tren chiquitito, la tómbola, los puestos de turrón y los puestos de juguetes. Y, como siempre, la famosa chocolatería y churrería. Con el alumbrado, claro está.

También por aquellos años 70 se hizo la primera caseta municipal de obra. La costeó el dueño de la pista de coches locos, el valenciano Fernando Bañuls, para que el ayuntamiento no le cobrara el sitio. Antes de Bañuls, la caseta municipal se armaba con palos y lonas. A cambio de hacer la caseta, Bañuls, que estaba forrado, mangoneó durante años la velá y la feria impidiendo que vinieran a Fuentes feriantes que le hicieran la competencia. Ya empezaba a ser la feria principalmente un negocio consumista que, además, perdía por momentos su carácter de mercado de ganado y fiesta agrícola. En agosto empezaban a venir de vacaciones los emigrantes y no encontraban en Fuentes fiesta que les recibiera ni escaparate en el que exhibir sus lustrosos trajes, unos costosos adquiridos en la camisería Modelo de la Rambla barcelonesa y otros humildes, comprados en el mercadillo de Santa Coloma de Gramanet.

Y vino la puntilla para la velá. La competencia de la feria fue determinante. Primero adelantaron la feria al 27 de agosto, apenas un mes después de haber apagado los farolillos de la velá. Después, en 1979, con Sebastián Catalino de alcalde, quedó establecida el 15 de agosto para facilitar el disfrute de los emigrantes, que por aquellas fechas acudían en masa aprovechando las vacaciones de las fábricas y talleres del cinturón industrial de Barcelona. Dos fiestas tan seguidas fueron insostenibles. Puede que fuera inevitable. Puede que fuese un mal viento, un mal de ojo o una sucesión de circunstancias históricas. Lo cierto es que la velá dejó de figurar entre las tradiciones de Fuentes.