Casi todas las palabras vinculadas con la seguridad tienen la peculiaridad de que pueden usarse indistintamente como masculino y femenino. Guardia, vigilante, centinela son lingüísticamente términos epicenos, es decir, ambiguos. No cambian su significado sea cual sea su uso femenino o masculino. Sin embargo, la tradición atribuye al hombre la función de vigilar, guardar, defender. Eso fue anteayer. Ayer empezó a cambiar esa realidad y hoy, aunque sigue siendo un oficio mayoritariamente masculino, empieza a parecerse algo más al uso indistinto para el hombre y la mujer. La experiencia ha mostrado que en el mundo de la seguridad, tanto privada como pública, las mujeres son celosas centinelas de los tesoros. Dice el diccionario que el centinela, la centinela, es la persona que vela, observa y está atenta para detectar cualquier peligro o amenaza.
Hubo un tiempo en el que haber puesto a una mujer a vigilar una propiedad hubiese provocado la risa de medio Fuentes. El medio Fuentes masculino, por no decir el medio Fuentes masculino y la mitad del medio Fuentes femenino. A pesar de que el ayuntamiento comunista de Sebastián Catalino era fiel a la política igualitaria, el machismo imperante dificultaba la integración de las mujeres en la profesión de vigilante jurado, vieja denominación que fue sustituida en 1992 por la de vigilante de seguridad. En diversos sectores de la seguridad local, las mujeres eran rechazadas, no por falta de cualificación, sino por prejuicios profundamente arraigados. En los cortijos temían que las mujeres no pudieran adaptarse. En los cotos de caza alegaba que carecían del "arrobo" necesario para denunciar a los cazadores. En la discoteca "El Patio", preferían hombres grandes y fuertes, capaces de lidiar con los tumultos de los clientes más problemáticos.
La musculatura por encima de la inteligencia y la técnica. En resumen, en Fuentes, ser mujer y aspirar a ser vigilante jurado era prácticamente imposible. Las mujeres que se atrevían a soñar con esta vocación lo hacían en silencio, en la sombra, sin apoyo de las instituciones locales ni de la sociedad. A menudo se les aconsejaban oficios considerados "apropiados" para su género, como corte y confección, o que se dedicaran a trabajos en la limpieza o la hostelería. Fuen en los primeros años de Felipe González cuando el Gobierno aprobó una ley que permitió a las mujeres desempeñar el papel de vigilantes jurados, una decisión que marcaba un paso importante hacia la igualdad laboral entre hombres y mujeres.
Aquella ley no solo promovió la equidad, sino que también significó un cambio de mentalidad en un sector tradicionalmente dominado por hombres. Sin embargo, este avance legal contrastaba con la realidad de muchos pueblos, como Fuentes, donde la resistencia al cambio y el machismo estaban profundamente arraigados. Estábamos descubriendo la pólvora. El atraso de España quedaba reflejado por el hecho de que en otras partes del mundo llevaban años depositando en mujeres la confianza de la seguridad.

La primera mujer vigilante jurada en España fue María del Carmen González Salgado, quien obtuvo su habilitación en 1972. Mientras en España la ley comenzaba a dar pasos hacia la inclusión, en otras partes del mundo, como en Chicago, la historia de las mujeres vigilantes había comenzado casi setenta años antes. En 1909, Alice Clement se convirtió en la primera mujer en desempeñar funciones de seguridad en centros comerciales, lo que representaba un avance considerable en la lucha por la igualdad de género. En comparación, Fuentes, en 1988, parecía estar 80 años atrás en términos de mentalidad, pues el machismo seguía siendo un obstáculo tangible para las mujeres que aspiraban a entrar en el campo de la seguridad.
Pero las mujeres con vocación no se conformaron. Decidieron dar el salto a Sevilla, buscando un entorno más abierto y con una mayor cultura de igualdad. La nueva política que impulsaba la equidad en la contratación de vigilantes jurados representaba una oportunidad. Con exámenes más rigurosos que exigían conocimientos de legislación, educación física y defensa personal, las mujeres empezaron a formarse de manera más integral. Estas mujeres no solo se preparaban físicamente, sino que se culturizaban, se entrenaban en gimnasios, aprendían defensa personal y mejoraban su redacción y habilidades comunicativas.
Con el tiempo, las mujeres fueron ganando terreno en el sector de la seguridad. La legislación, que definió con más claridad las funciones de los vigilantes, contribuyó a este cambio. A partir de la década de los 90, los vigilantes jurados comenzaron a desempeñar funciones clave en edificios públicos, trabajando junto a la Guardia Civil y la Policía Nacional en controles de acceso, registros y cacheos. En este contexto, la presencia de mujeres se hizo indispensable, pues solo ellas podían registrar a otras mujeres, lo que las hizo indispensables en ciertos servicios, como en prisiones, sedes judiciales, museos, estaciones de tren y metro.

Con todos estos cambios, la mujer vigilante se fue formando, no solo en habilidades físicas, sino también en conocimientos técnicos, culturales y legales. Mirando hacia atrás, esas mujeres que alguna vez fueron rechazadas en Fuentes, hoy se sienten orgullosas de haber superado los obstáculos. Aquella mentalidad retrógrada ha quedado atrás, y esas mujeres ahora se desempeñan en el sector con plena capacidad.
Hoy en día, las mujeres trabajadoras en la seguridad gozan de los mismos derechos y condiciones que los hombres. La igualdad salarial, los contratos indefinidos, las 162 horas de trabajo mensual y las 31 días de vacaciones son solo algunos de los beneficios que las mujeres vigilantes reciben. La diferencia de género ya no es un obstáculo, y la experiencia acumulada les permite desempeñar funciones con gran eficiencia, tanto en entornos rurales como urbanos, en empresas privadas y en el ámbito público. La evolución es clara: una mujer hoy puede ser tan efectiva como un hombre en tareas de seguridad. Ya no importa el tamaño, la complexión física o el género; lo que cuenta es la vocación, el esfuerzo y la formación. Las mujeres vigilantes, que antes eran invisibles en Fuentes, ahora tienen un lugar ganado en el mundo laboral de la seguridad. Son mujeres hechas para su trabajo, competentes, formadas y empoderadas.
La historia de la mujer vigilante jurado es, en muchos aspectos, una historia de superación, de lucha contra el machismo, de transformación de la sociedad y de afirmación personal. De aquellas mujeres que soñaron en silencio en Fuentes, hoy en día tenemos a profesionales que no solo cumplen con su trabajo, sino que lo viven con pasión, competencia y orgullo. El cambio ha sido profundo y, aunque el camino no fue fácil, las mujeres vigilantes juradas hoy son un ejemplo de resiliencia y éxito. Lo que alguna vez fue un sueño clandestino en Fuentes, hoy es una realidad consolidada en todo el país, y la igualdad laboral sigue avanzando.