Las modas pasan de moda hasta que vuelven a estar de moda. Así vivimos, en una revisión constante en la que se imponen nuevas versiones de tiempos conocidos, nada nuevo hay bajo el Sol, todo es un "déjà vu". Todo lo que fue tendencia vuelve remasterizado, adaptado a otras generaciones, pero con el espíritu intacto. Ya no están de moda las películas del oeste, ni las de romanos. De hecho, ni siquiera está de moda ir al cine. A mí me iba ese rollo de los romanos. Claro que llegué tarde porque estuvieron de moda en los años cincuenta. Lo mío era verlos en la tele por Semana Santa. Podríamos preguntarnos, igual que Jhon Cleese en “La vida de Brian” ¿qué nos han traído los romanos? Aunque quizá sería más acertado preguntarnos ¿qué no nos han traído los romanos?

Estos campesinos de las orillas del Tíber consiguieron en pocos siglos, más que dominar el mundo, crear uno nuevo. Cierto es que a su imperio lo sostenía la esclavitud. Eso no salía en las películas en cinemascope, nunca la explotación fue muy taquillera. Tampoco se ha contado la historia de los que construyeron las pirámides de Egipto y América o las catedrales. Da la impresión de que las magnas construcciones se hacen solas ¡Qué bien vivían los romanos! Los patricios, claro, aunque los plebeyos vivían mucho mejor que sus primos de otros lugares. Si te tocaba vivir en aquella época, lo mejor era ser ciudadano romano, tenías más comida, mayor seguridad, más higiene y más derechos.

Roma era la luz. ¿Entonces, cómo es posible que quebrase? Por qué fue ocupada por salvajes que destruían lo que con tanto esfuerzo e inteligencia habían construido los romanos ¿Cómo se pudo pasar de la luz a la tenebrosa Edad Media? La oscuridad fue tan grande, que actualmente lo ignoramos casi todo de esa época. Nadie tomaba notas que nadie podría leer, pues solo el clero tenía letras. Durante mil años, el conocimiento quedó escondido en las abadías y ya se sabe iglesia y ciencia… El saber había sucumbido ante la superstición, la historia ante la leyenda, la política ante la sumisión a un líder, que era tal por la gracia de Dios.

Cualquier argumentación era aplastada con una pequeña palabra de dos sílabas, que impedía cualquier avance ¡Amén! Por alguna razón, los nacionalistas de hoy sitúan la Edad Media como el momento fundacional de sus patrias que, como sabemos, son muy superiores a todas las demás. Cuando volvió la luz, mil años más tarde, Roma volvió a estar de moda. El Renacimiento fue la recuperación del humanismo, de la inteligencia, del conocimiento, del progreso. El ser humano volvió a ocupar el espacio central en el imaginario colectivo y Dios volvió a sus hornacinas.

Como Elon Musk no ha patentado aún la máquina del tiempo de H.G. Wells, es difícil determinar en qué momento de la historia estamos, hacia dónde se mueve el péndulo. Teniendo en cuenta los acontecimientos, temo que estos cinco siglos de luces que comenzaron en 1492 con el grito de Rodrigo de Triana, se estén acabando. El siglo XXI, la era del conocimiento compartido a través de internet, en la que todo vale lo mismo, y lo mismo es nada, esta época “iluminada” con LED, en la que da igual la opinión de un burro que la de un gran profesor, me da muy mala espina. Cada vez más se pone en cuestión la ciencia, como si cada cual tuviese la suya propia, como si el método definido por Descartes atendiese a religiones o ideologías.

Como Atila y sus huestes, se enquistan teorías estúpidas, quimeras embusteras que proponen una realidad paralela que no necesita de argumentación y pretende dinamitar la razón y la lógica. Orgullosos de no saber nada de nada y por tanto despreciarlo todo de todo, los gurús de la ignorancia arrastran a un pueblo asustado, muy asustado, que teme a grandes realidades, pero aún más a grandes fantasmas. Hay demasiados medios de comunicación, traficantes de cabezas de turco y cortinas de humo, que tapan la codicia desmedida de miserables egoístas que son, cómo no, defensores del individualismo salvaje.

Me preocupa la oquedad de la mente de la gente corriente, que festeja y encumbra a sus verdugos, pero también el infantilismo militante de quienes deberían convencer, pero se dedican a debatir en asamblea el sexo de querubines y serafines. Viajamos a gran velocidad hacia la derogación de la política, hacia la muerte de la inteligencia, hacia la Edad Media. Somos hormigas que transitamos por la calzada de la historia, no caminamos, corremos hacia la Edad Media. Deberíamos escuchar a los romanos.
“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad” (Marco Aurelio).