Oler oler, la feria no huele a nada. Bueno, a lo mejor a manzana cubierta de caramelo, a albero regado, a Tío Pepe o a La Guita. Por los alrededores de la feria huele a cosas menos agradables. Antiguamente, cuando la feria era de ganado, olía peor aún. La expresión "ya huele a feria" viene del azahar de los naranjos de Sevilla que anuncian la Semana Santa y la Feria de Abril, expresión recogida luego por los Amigos de Gines en su sevillana con ese mismo título. En Fuentes los naranjos no pueden anunciar la feria porque todavía faltan cuatro meses, demasiada antelación. Así que la metáfora serviría para trasladarnos al mundo que estallará en el Postigo en cuestión de pocos días.

Cuando éramos niños decíamos "ya huele a feria" cuando escuchábamos las alegres dianas de la banda de Garbancito a las 7 de la mañana recorriendo el pueblo. Sabor intenso de feria. Olía a feria cuando veíamos colocar, entre la curiosidad y el miedo, la plaza de toros portátil. Daba sabor a la feria el paseo de caballos por el real y por las calles de Fuentes. Olía a feria y a cagás de caballo. Olía a feria cuando veíamos armar la pista de los coches locos. Olía a feria cuando venía al real la atracción del látigo, el guitoma y la ola, aunque a los niños lo que realmente nos embelesaba era el tren chiquitito. Nos montaban y era como emprender un viaje a lo desconocido, a aquel túnel que lograba encogernos el corazón y al maquinista dando escobazos a los pasajeros. El viaje siempre acababa demasiado pronto y sin que ninguno lograra quitarle la escoba.

Olía a feria cuando empezaban a aparecer los catalanes con sus coches y ropas nuevas. Luego nos juntábamos con ellos como si fuéramos hermanos y nos montábamos juntos en los coches locos. Ya no olía a feria, sino que era feria, cuando veíamos a nuestros padres o familiares tirando al plato en las cercanías del campo pelota. Era Feria cuando al mediodía se celebraba el concurso de sevillanas en la caseta municipal y bajo aquellas velas y aquellos toldos disfrutábamos de ver la caseta llena de gente.

La Feria de Fuentes se celebraba antaño en el mes de septiembre. Siendo Fuentes un pueblo agrícola, la feria llegaba al acabar las faenas de las eras y la recolección de las cosechas. La fecha del primer día de feria era el 12 de septiembre. Así fue hasta el año 1966, cuando la trasladaron al 28 de agosto, aproximadamente, pues el campo se había empezado a mecanizar y ya no se ponían las eras. Desde 1966 hasta 1979 se celebró la feria a finales de agosto. Fue el alcalde Sebastián el Catalino el que la cambió de fecha y la trajo al 15 de agosto para que los fontaniegos emigrados a Barcelona pudieran disfrutarla. La feria se convirtió así en un lugar social y emotivo, en un espacio para el reencuentro.

Oler, oler, la feria no olía, salvo cuando a alguno se le iba la mano con la colonia Varón Dandi o cuando te acercabas más de la cuenta al cochino que sorteaban en el Postigo. Pasabas por la ermita y veías el cochino gordo, tranquilo, como si la feria no fuese con él. Nos gustaba ver aquellos cochinos tan bien criados para la feria y participar en rifa, asistir al acto del sorteo con el alma encogida soñando que te pudiera tocar. La verdad es que la suerte siempre quedaba aplazada para el año siguiente, siempre la siguiente feria. El que se llevaba el cochino se convertía en nuestro particular héroe de la feria.

Feria para oler y paladear. Si la feria olía, mejor sabía, ya lo creo que sabía. La feria sabía -y sabe- a gambas, pescaíto frito, jamón del bueno, caña de lomo, tortilla de papas, manzanilla, anís Rigo, cubalibre, turrón, coco, jeringos, chocolate... Sabe a montadito de lomo y a papas fritas y, para los niños, a Mirinda y a Fanta naranja o limón. Un día hace calor y al día siguiente refresca y llueve. Tienes que echarte algo de manga larga. Las mujeres, una rebeca para la noche. Los hombres, a pecho descubierto. Entran las tormentas de agosto, aunque este año la tormenta -de agua y barro- se ha adelantado a la feria. La feria tiene días de calor para hacerte sufrir camino del partido de fútbol del triangular y para hacer sudar a Reverte con su carro acarreando las sillas al campo de pelota.

La feria era el reencuentro con la caseta del Partido Comunista, tentar la suerte de la tómbola llenita de gente, con sus esperpénticas muñecas chochonas, echarse para delante en las casetas de las escopetillas de plomo, asomarse al estanque de los patitos amarillos de plástico, recrearse en el puesto del turrón y de la vendedora de trozos de coco regados con el misterioso surtidor de agua. Abismarse mirando el talle de avispa de alguna flamenca vestida de lunares, peineta al aire y labios de rojo reventón y mirar de soslayo al acompañante de chaquetilla corta y sombrero ladeado. Vaya mamarracho se ha buscado esa por novio, con lo que ella luciría a mi lado. ¡A la feria, a la feria!

La feria era encontrarse con gente emigrada como tú, que no veías desde la niñez o desde la última feria que coincidisteis. Contarse los últimos acontecimientos, la fábrica donde se ha colocado uno u otro, el piso recién comprado en Santa Coloma, los hijos nacidos en el último año, la salud de los padres y abuelos, la niña que se nos casa en abril del año que viene. Y de ahí te pones a un paso de recordar correrías de la infancia en los descampados del matadero, las batallas a pedradas con los niños de la calle el Bolo, los guantazos de Don Dámaso compartidos en la escuela, la novia que os disputasteis con doce años. ¿Otra botellita de fino La Ina, plato de gambas o jamón?

Viene la feria y, con ella, el laberinto de los puestos de turrón, un dédalo de sabores que recorría el Postigo desde la Cruz a los arbolitos. La confusión de las lenguas en el paladar imposible. La luz de la feria con la ropa del domingo, hoy estrenamos pantalón corto y calcetines blancos hasta las rodillas. A la feria del gentío camino de los fuegos artificiales, la altivez de los aficionados que vuelven de los toros, tan entendidos ellos en el arte de manejar la muleta y la espada. Y los toros de fuego con faena memorable de alguno de los Margaritos, ellos sí que saben de pases de pecho, medias verónicas y volapiés en el coso de las calles. Curro Romero se llama Miguel y es Margarito de Fuentes y de Francia.

La feria es descubrir que celebran tu vuelta al pueblo y sorprenderte en mitad de una comida en la caseta rodeado de caras que has visto desde que abriste los ojos por primera vez a la luz de Fuentes. Cuando abriste por primera vez los ajos a la luz nocturna de los farolillos de papel y guirnaldas de colores con garbanzos en las canastillas. A la música que puso banda sonora a tu despertar adolescente. A la luz de las cintas con anilla de las carreras de bicicletas, a las carreras de sacos, a la cucaña con jamón en las cumbres más altas de las quimeras. A los carrillos de chucherías y a las gaseosas y a los polos de anís de la fábrica de nieve del Postigo. A la luz de tantas y tantas cosas que visten la feria como si estuviera pensada exclusivamente para ti, hecha a la medida de tus ilusiones de niño avariento de sensaciones, ansioso de vida. La feria puede que huela a sueños que un día fueron realidad, a sueños que tal vez un día serán realidad. La feria huele a vida y la vida, ya se sabe, sueños son.