Las Misiones Pedagógicas creadas por la segunda República llegaron a Fuentes de Andalucía en el año 1933. La corporación municipal estaba intentando alquilar la casa número 3 en la plaza de la República para situar en ella los grupos escolares a fin de cumplir la norma que había publicado en junio la Ley de Confesiones y Congregaciones religiosas y que legisló en su artículo 30 que las órdenes y congregaciones religiosas no podrían dedicarse al ejercicio de la enseñanza, ya que en el pueblo había dos instituciones religiosas que se dedicaban a la enseñanza; los Salesianos y las Hermanas de la Cruz.
Ese mismo año, en octubre, concretamente el día 13, la corporación recibe un oficio del maestro nacional Rafael Olivares Figueroa, comunicando que a la escuela a su cargo, el patronato nacional de Misiones Pedagógicas le había concedido una biblioteca circulante escolar compuesta de 100 ejemplares de lectura infantil. En el mismo oficio dicho maestro solicitaba una ayuda de 50 pesetas para comprar una mesa estantería en donde colocar los libros concedidos. Este material era inexistente en las escuelas debido a la carencia de libros en dichas instituciones.
La Misiones Pedagógicas apostaron de llevar el tesoro de la cultura a todas las personas del país porque pensaban que podía producir grandes cambios en la sociedad. Sólo con que existiera el consentimiento de recibirla porque pensaban que consentir es aprender. Estas instituciones, sostenidas con fondos públicos, se repartieron por todo el país, llevando a sus habitantes servicios de biblioteca, audiciones musicales, proyecciones de películas, el teatro, museos ambulantes, exposiciones de pintura, cuenta cuentos para los niños, recitales de poesía y guiñol con su famoso Retablo de Fantoches.

La segunda República se preocupó muchísimo por la educación y la cultura. El artículo 48 de la Constitución de 1931 declaraba que el servicio de la educación era una atribución esencial del Estado y lo prestaría mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada. Así estableció que la enseñanza primaria sería obligatoria y gratuita, que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial sería funcionarios públicos y tendrían reconocida la libertad de cátedra, que se facilitaría a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de la enseñanza a fin de que no se hallasen condicionados más que por la aptitud y la vocación y que la enseñanza sería laica, por lo que reconocía a las iglesias el derecho de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos.
Para llevar a todos los rincones del Estado, por muy apartados que estuviesen, la cultura se decretó el 29 de mayo de 1931 la creación del Patronato de Misiones Pedagógicas. El decreto establecía que se trataba de llevar a las gentes “con preferencia a las que habitan en las localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos de avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aun los apartados, participen en las ventajas y goces nobles reservados hoy a los centros urbanos”. Este propósito pretendía sacar a las aldeas de su abandono mediante la difusión entre sus gentes de la “cultura general, la moderna orientación de las escuelas y la educación ciudadana”. Era una idea que ya había sido pedida en 1881 al Gobierno español por Francisco Giner, fundador de la Institución Libre de Enseñanza (ILE).

Manuel Bartolomé Cossío fue el principal artífice de las mismas y desde la ILE, preocupado por el elevado índice de analfabetismo, sobre todo en las capas de población rural impulsó las Misiones Pedagógicas. En ellas participaron los más importantes pensadores de la época, filósofos, literatos, poetas, pintores y todo tipo de artistas. Los ministros de Instrucción Pública comprendieron que los libros sólo estaban en las ciudades, que los teatros radicaban en las mismas y que en los pueblos, si existían algún libro estaba guardado en las iglesias y conventos, a los que accedían unos pocos, muy pocos. Un ejemplar de la Biblia o del Quijote estaba encerrado tras numerosas llaves que impedían el acceso a todos a su lectura, aparte de que la gran mayoría de sus habitantes eran analfabetos.
“El libro de por sí es un ser viviente dotado de alma, de vibración, de peso. Su presencia se acusa ya antes de verle entrar, llama a la puerta, simplemente, de una casa donde no haya libros leídos, pensados, vividos (…) El libro existe de por sí, lleva su propio ser, tiene su hueco, su esencia, tiene su amor. Y para aquél que lo recibe por primera vez, resulta de una conmoción, que trae un mundo lejano y misterioso que se hace propio, que se hace íntimo, una lejanía misteriosa que entra en la intimidad”. (María Zambrano)