Fuentes de Andalucía se transformaba en verano. Las calles se llenaban de reencuentros, abrazos y sonrisas. Los fontaniegos que un día partieron por necesidad, volvían con ilusión para reeconectarse con su gente, con sus raíces y con esa calidez que solo su pueblo sabía ofrecer. Para muchos, volver a Fuentes no era solo regresar a su lugar; era reencontrarse con una parte esencial de sus vidas. Era caminar por la carretera del cementerio en las primeras horas del día, cruzarse con conocidos y entablar esas charlas espontáneas tan propias del pueblo: “Hola, fulanito”, “¿qué tal, menganito?”, y ya tienes montada una tertulia improvisada, de esas que tanto se echan de menos en la gran ciudad.

Y luego, claro, llegaba el desayuno. Porque en Fuentes, el desayuno no es cualquier cosa. El café tiene un sabor único, con su tradicional “trompezón” que lo hace inolvidable. El pan, recién tostado de las panaderías de la calle Lora o de la Carrera —la de Escobalito o la del Cordón— cruje como en ningún otro sitio. Se unta con manteca colorá de la tienda de Paco, el carnicero de la Puerta el Monte, o se acompaña con jeringos de la plaza, con su olor a aceite y harina que resucita a cualquiera. Todo ello regado con un aceite de oliva que es oro líquido.

En torno a ese desayuno florecen las conversaciones. ¿Dónde trabajas?, ¿te compraste piso?, ¿y el coche?… Siempre aparece alguien nuevo, alguien que no veías desde hacía meses o años. La emoción de reencontrarse no tiene precio. Se habla del campo, del trigo, de las pipas, los garbanzos, las habas… y de los sueños de muchos, que imaginan un Fuentes donde cada familia pueda vivir de la tierra. Hasta soñar tiene sabor en este pueblo. Las mañanas suelen ser para pasear por los pueblos vecinos: La Campana, Lantejuela, Écija, Marchena, Osuna, Sevilla... Y al regresar, comida en el “poli”, un remojón bien ganado y luego a descansar. Por la noche, vuelta al movimiento: la ducha, la película y, después, las terrazas. Hoy el Tucam, mañana el bar del centro Cultural, pasado en el Laure, el Manolo o el Chacón… Cena, charla, risas... Vida, mucha vida.

Porque Fuentes es eso: un pueblo con sabor a pasión. Hubo un tiempo en que el Barrancón se llenaba con más de mil personas para celebrar sus fiestas. El carnaval, la Semana Santa, la romería, la feria, la Navidad… Cada evento es una demostración del espíritu participativo y festivo del pueblo. Aquí todo se vive con intensidad. En Fuentes hasta la solidaridad tiene sabor. Si necesitas algo, siempre hay alguien dispuesto a ayudarte. Y es que este pueblo magnifica todo lo que toca: los toros, el Betis, el Sevilla, la cultura, el ocio... y sobre todo, la convivencia.

El sabor a Fuentes también estaba en los bares de antaño. En el Bar Benito, con su caña fresquita y sus calamares. En las tertulias de cazadores. En la tapa de gambas del bar de Francisco Miranda. En la tapa de mero del bar de Los Catalinos, donde se reunía la camaradería de siempre. En la manzanilla y el jamón del centro Cultural y en aquellas barberías donde el ocio también tenía espacio. Y cuando llegaba febrero, el carnaval traía consigo guisos de espárragos, habas, espinacas… cocinados en casa, con ese aroma que también sabe a pueblo. El sabor a Fuentes no se puede explicar del todo. Hay que vivirlo. Y cuando se vive, ya no se olvida.