Albricias, alegrías y felicidad plena, ya es Navidad en El Corte Inglés. Por fin, mi calle rebosa colorines. No sé si es el cambio climático, la insistencia de Amazon y Temu o la ilusión hipnótica que producen los bombos de la lotería, pero cada año llega antes, dura más y es más intensa. Se abre la veda, ya puedo ser tan bueno como cuando hice la primera comunión y mi alma infantil se quedó más limpia que la patena de Don Francisco, párroco de la Iglesia del Corpus Christi. Recibiré parabienes y fingidas sonrisas de caimán de miserables que no dudarían en venderme como esclavo a nada que tuviesen la oportunidad.
El abuso de la nostalgia será legal y una ola de amor y fraternidad recorrerá el universo mundo. Algunos brasas, empapados en anís del Mono, escenificarán su impostado cariño inexistente. El espíritu de la Navidad, ausente desde el año pasado, se hará fuerte otra vez. Es el acto de contrición de algunos para purgar su “hijoputez” habitual y la licencia que les permite hacer la puñeta todo el año. Ha llegado la hora del exceso y la hipocresía, del cinismo con brilli-brilli. La horterada estructural está aquí y se quedará un par de meses. Para que luego hablen de lo mucho que dura el Ramadán.
Para muchos también llega lo que antes se llamaba aguinaldo y ahora paga extra. Hay que salir a la calle y hacer que la cartera, la tarjeta o el móvil echen humo, blanco o negro según el caso. Hay que callejear, eso sí con gafas de sol, para que no nos volvamos fotofóbicos ante la superabundancia de luces led y la ausencia de luces de más de un gobernante. Hay que gastar y gastar, para eso Coca-Cola sacó de un armario frigorífico a Papá Noel. Los tres Reyes Magos ya los teníamos cuando vivíamos en un país pobre. Bien podían ahora quedarse en Oriente Próximo, allí necesitan el incienso y la mirra, pero sobre todo el oro.
Vivamos pues por encima de nuestros números rojos, como si no hubiese un año que viene. Ya tendremos cuestas de enero, febrero y marzo para desquitarnos. Seamos buenos, pero buenos de verdad, sintámonos obligados, regalemos objetos innecesarios o vales para que se compren lo que quieran. Habrá que lucir el horroroso jersey de lana que te regale tu suegra, la corbata, siempre hay alguna acechando, ¡qué detalle! Hay que rendirse a los caprichos ajenos y por supuesto a los propios. La caridad empieza por uno mismo. Nademos en “champán catalán”, comamos gloria bendita hasta que salten las costuras de la faja, ya llegará el gimnasio, la vida sana y el curso de inglés.
Es absurdo huir, la Navidad lo ocupa todo y a todos, es omnipresente. Uno ni siquiera se puede evadir quedándose en casa. Mariah Carey sabe dónde vivimos todos, igual que Boney M, Raphael, Bisbal y su “burrito sabandeño”. Viví en el centro de la ciudad y los comerciantes instalaron altavoces para animar el cotarro. A las diez de la mañana ponían el único casete de villancicos que tenían. Cuando se acababa una cara, alguien estaba pendiente de darle la vuelta, a las diez de la noche apagaban la megafonía. Que me perdonen Manolo Escobar y su memoria, pero aquello dejaba a Fu Manchú como un aficionado en materia de torturas.
Hay que poner la tele a todo volumen, llorar a moco tendido y cantar “vuelve a casa, vuelve por Navidad”. Deleitarse con anuncios de cuento de Dickens en los que los vecinos son entrañablemente solidarios, ñoños y habilidosos vendiendo lotería y salchichas. “Tor mundo eh güeno”. Embriagarse con los anuncios en inglés de la nueva fragancia “eau de prohibitif” protagonizados por mujeres monísimas, con talla de preadolescente, que ponen cara de mística y hombres con la mandíbula cuadrada recién salidos del gimnasio, con cara de presidiario. Hay juguetes, miles, qué digo, miles…
Lo que más me fastidia de estas entrañables fiestas que hacen apología de la gula, la envidia, la avaricia, la soberbia y los cuñados, es la hipersensibilidad a la desgracia ajena durante un rato. Que nadie me amargue las fiestas. El resto del año, los que no trabajan es porque no quieren, los pobres merecen serlo y los inmigrantes culpables de todo; a ver dónde colocamos ahora al Niño Jesús. Ya escucho la voz de José Luís López Vázquez en “Plácido” de Berlanga, subido a un motocarro con una estrella de Belén, diciéndonos que sentemos a un pobre a nuestra mesa ¡…que por una noche...!
A partir de ahora y por imposición comercial, empezaremos a felicitarnos la Navidad, para luego felicitar el año nuevo, luego los reyes. Me van a perdonar pero yo me quedo con el igualmente que vale para todo. Despistado confeso, abstraído en mis cosas, una vez un tipo me preguntó la hora y le respondí, “igualmente”. ¡Quiero desear con mucha anticipación un feliz o triste, igualmente a todos!

