Estos días nos sentimos angustiados por el destino de las mujeres y niñas afganas. Nuestra humanidad va aflorando sentimientos de compasión, solidaridad y empatía, pero me temo que todo eso irá desapareciendo, como polvo de verano, cuando las noticias dejen de contarnos el horror y la violencia de los talibanes. Porque la violencia, el negarles los derechos a las mujeres en particular, y a los afganos en general, va a seguir en ese castigado país, aunque no tardará en dejar de ser noticia destacada.

Las afganas y afganos que puedan salir van a intentar llegar a Europa. Y no serán sólo los que hayan colaborado con las tropas extranjeras, entre ellas la española, que han tenido la oportunidad de abandonar el país. Posiblemente les ocurrirá como a los sirios que en 2015 trataban de llegar “al paraíso europeo” y terminaron en campos de refugiados en Grecia o Turquía. Incluso aquellos afortunados que conseguían llegar hasta lugares seguros donde fueron acogidos y que, con el paso del tiempo, fueron poco a poco olvidados, hasta volver a marchar en silencio.

No nos engañemos: la solidaridad de un día no soluciona los problemas de los pueblos castigados por las guerras, la pobreza, la corrupción, las dictaduras, el olvido de los estados que en un tiempo saquearon sus riquezas para luego abandonarlos a su suerte. Es necesario que cuando las afganas y afganos lleguen a nuestras ciudades y pueblo no olvidar que son personas traumatizadas, que necesitan ayuda psicológica, que necesitan traductores, que no basta con un recibimiento amable y buena voluntad. Es un proceso largo de adaptación, que a veces puede durar años.

No sólo Afganistán es ahora un pueblo merecedor de ayuda. Lo ha sido durante mucho tiempo, igual que los emigrantes que en estos momentos cruzan el Mediterráneo o el Atlántico, muchas veces perdiendo la vida, mientras les ignoramos o, en el mejor de los casos, les dedicamos unos minutos de nuestro tiempo, para compadecerlos a través de la pantalla de televisión, el ordenador o las ondas de radio.

Debemos estar alertas porque el mundo del futuro próximo va ser distinto al que conocemos. Las naciones hegemónicas están cambiando, la nueva geopolítica nos va a condicionar. Estamos en el umbral de una nueva época incierta, que no alcanzamos a vislumbrar, inmersos aún en el mundo del pasado, al igual que el señor feudal vivía en su castillo y vio venir la nueva era que se avecinaba.

En ese mundo futuro todas y todos tenemos cabida, eso nos puede salvar: Asía, África, Europa, América… Ese es nuestro hábitat al que todos tenemos derecho y no podemos dejar que nuestra especie siga arriesgando la vida porque el destino es el mismo para todos, aunque nuestro egoísmo nos haga creer que la tierra donde he nacido me pertenece solo a mí. Mal camino llevamos si así seguimos.

Foto: FARSHAD USYAN / AFP