En enero de 2025, el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago ajustó el llamado “Reloj del apocalipsis” también llamado Reloj del Fin del Mundo —un símbolo global del peligro existencial— a 89 segundos antes de la medianoche, el punto más cercano al colapso de la civilización desde que fue creado en 1947. Esta decisión, basada en múltiples amenazas, ha cobrado nueva vigencia a raíz de la situación que se vive en Medio Oriente y otras regiones del mundo.

Ya sabemos que el Reloj del Fin del Mundo, creado por los científicos del proyecto Manhattan, es algo simbólico, algo creado por aquellos científicos que tuvieron mala conciencia ante la creación de la bomba atómica. Pero, en los tiempos que corren, el reloj en su simbología ha dado un paso adelante, o atrás según lo veamos, situando el fin de la humanidad a 89 segundos de la media noche, el punto más cercano al colapso de la humanidad. Motivos de este avance hacia el final son la guerra de Ucrania, los conflictos en Oriente Medio, la inteligencia artificial, el rearme y el cambio climático, eso que muchos no quieren admitir y niegan cerrando los ojos a las evidencias que día a día observamos en nuestro entorno.

La certeza,  ocultada subrepticiamente  por la propaganda  política, los poderosos y los medios, de que el futuro no existe va calando entre nosotros, pero esto nos hace caer en la necesidad de vivir el día, como si no hubiera un mañana literalmente. En estos momentos, pienso, la clase política y las grandes fortunas se han olvidado de crear futuro, nos incitan a vivir sin que apenas tengamos tiempo de pensar, de crear comunidad porque tenemos que trabajar para sobrevivir y para el ocio dirigido, aunque  creamos que es nuestra elección: viajar más lejos, celebrar más originalmente mi cumpleaños, mi primera comunión, mi aniversario de lo que sea, mi boda o divorcio, la comida de prenavidad, de anteprenavidad y del día que canto el gallo en mi corral. Sí, yo también celebro esto y aquello usando el consumo como medio, no me engaño.

Y no, no soy una agorera, solo pienso que para salvarnos, y podemos hacerlo, tenemos que cambiar de modo de vivir, ya que el progreso, como lo hemos conocido hasta aquí, sabemos que no es posible. La Tierra no es un lugar inagotable. La naturaleza no nos necesita, no nos echará de menos cuando nos hayamos ido. Hagámonos su amiga, cuidémosla para que ella nos cuide. El capitalismo se ha convertido en un capitalismo de producir desechos que nos van ahogando mientras bailamos al son que nos tocan.