Lo bueno de cuando éramos pobres -lo único bueno- era que teníamos tiempo para todo, especialmente para pasar hambre. Si además de pobre eras niño, no es que tuvieras tiempo para todo, es que la vida era un puro montón de tiempo. Y si además de pobre y niño, al almanaque se le antojaba que tenía que ser domingo, entonces ya no sabías que hacer con tanto tiempo. Por eso unos pocos decidíamos gastarlo viendo pasar la vida delante del carrillo Amargilla de la calle Lora, situado justo donde empieza el estrechamiento.

Manuel Navarro Crespillo "Amarguilla" y Ramona Arroyo León regentaban uno de aquellos humildes negocios de Fuentes, los populares carrillos que sacaron adelante a familias enteras en la España de sabañón y brillantina que ahora algunos desmemoriados pretenden vender como el paraíso franquista. Preguntarse por qué al carrillo de Manuel Navarro y Ramona Arroyo le llamaban carrillo Amarguilla es improcedente en Fuentes. Si cuando hubo tiempo para hacerlo nadie preguntaba nunca esas cosas, con más razón ahora que hemos dejado de ser pobres, pero no tenemos tiempo para nada. Preguntar en Fuentes por el origen de un mote es como querer saber por qué la Tierra gira alrededor del Sol o por qué el viento se hiela cuando pasa por el paseíto la Plancha.

El caso es que había en Fuentes un carrillo Amarguilla, como había uno Amarillo y otro Azul, pero no uno rojo. No había que dar más explicaciones. Las cosas eran como eran y punto pelota. Como los niños tenían que ser machotes, las niñas sumisas, los hombres trabajadores y las mujeres limpias. Como las calles tenían que ser empedradas, los patios frescos, las camas de hundidas, las sillas cojas y los soberaos misteriosos. Como el tiempo tenía que estar detenido, tal vez por orden de la autoridad. Los niños sólo hablan cuando se les pregunta. El carrillo Amarguilla, de color verde, era uno de los remansos de Fuentes donde el tiempo, sin saber qué dirección tomar, pasaba las horas girando y girando igual que un trompo.

Para los niños de entonces los trompos tenían un poder de atracción hipnótico y tal vez por eso nos seducía aquella covachuela hecha con cuatro tablas donde se despachaba distracción a granel, además de chucherías, tabaco suelto, novelas de Marcial Lafuente Estefanía y consejos para adolescentes sin rumbo conocido. La salmodia del carrillo Amarguilla para los jóvenes decía "quítate del campo, que el campo a la peoná, es lo último. Oposita a la olla grande, que ahí tendrás garbanzos seguros. Fuentes es un mal sitio para jincar el jerron. Si tienen que ir con la talega a cuestas, Fuentes es un rabiaero de hambre.

Once ventanas tenía el carrillo, por la más grande de las cuales asomaban, como perdigones, las figuras de Manuel y Ramona, enmarcados por un dulce surtido de golosinas que a gritos desmentía el mote del puesto. Amarguilla más dulce no hubo nunca en Fuentes. En uno de los anaqueles aparece un puñado de manoseadas novelas que se cambian por una peseta. Pipas, chicles, kikos, regalices, altramuces, avellanas, habas fritas, rebujinas, piruletas y chupa-chups en las que gastar las cuatro perras que caían en las manos de un chiquillo.

Los domingos, además de esas mercancías, Amarguilla despachaba el minuto y resultado de los terrenos de juego de toda España. El Betis le ha ganado al Rayo Vallecano por 5 a 1, con dos goles de Mameli, el tercero de López, el cuarto de Biosca y el quinto de Nebot. Para el Rayo marcó Bordons. El Atlético de Madrid le ha ganado al Elche por 2-1 con goles de Gárate e Irureta. Melenchón ha marcado para el Elche. El transistor de Amarguilla los domingos no fallaba nunca un gol. Sin saberlo, Amarguilla era experto en marketing. Le interesaban poco los tertulianos que, como los de ahora en televisión, anunciaban cada día el fin del mundo. Que si la semana santa tenía los días contados, que si la clase obrera iba camino del paraíso alemán. Lo que le importaba era vender, fuese en la feria, en carnaval o en semana santa, y para quitarse de encima a algún pájaro de mal agüero le decía "he visto en ti un detalle que no es de artista: te he visto el culo cagando en el rueo". Allí se hablaba de cosas serias. De la pelota, de los jornaleros y de los albañiles.

De los albañiles solía decir Amarguilla que "sopa más, sopa menos, todos son iguales". Pelota, jornaleros y albañiles. Todo lo demás son cuentos, pamplinas, chuminás de la Carlota. Muchos decían que la semana santa era una costumbre ancestral en vías de desaparecer por lo costoso de pagarle a los costaleros 640 pesetas la peoná. Eran cosas de Francisco Javier López Moreno y Cristóbal Maroma, que trabajaba en la ferretería de Paco Barcia. En carnaval, José de la Serrana tenía la costumbre de pasear por allí las murgas forasteras. Lo mismo que las murgas de Marcelino y Juanillo el Gato, lo mismo que Aguilar con las reolinas.

Por delante del carrillo Amarguilla pasaba, calle Lora abajo, la Virgen de los Dolores escoltada por la guardia civil y acompañada de los municipales. Una plaga de chavales sobrados de tiempo zanganeaba por allí, de los futbolines a las chucherías, entorpeciendo el paso de las procesiones todo lo que podían y hasta lo que no podían. A empujones, municipales y guardias trataban de abrirle paso al paso hasta llevarlo a la calle Mayor, donde superadas las estrechuras propias de la calle y las diabluras irrespetuosas de la muchachada, la procesión recuperaba la calma y veían algo más despeado el ensombrecido horizonte que le pintaban los tertulianos. En aquellos difíciles años 70 había dos únicas procesiones, la Humildad del martes santo y la Veracruz del jueves santo.

La noche del viernes santo, como no había procesión, la diversión consistía en aguardar a las niñas en el Amarguilla para correrlas la calle Lora arriba y calle Lora abajo tratando de tocarles el culo. Era la forma de hacerse un sitio en aquella tierra de machotes cuya obligación era empezar muy temprano fumando a escondidas con los amigos, bebiendo aguardiente en casa y descubriendo el sexo como buenamente podía. Lo de correr a las niñas hasta la Alameda era algo así como hacerse novios por agotamiento físico y llegar al altar con la lengua fuera. Decían los padres que las chavalas tenían que recogerse temprano y no andar por la calle provocando a los machotes siempre al acecho.

El carrillo Amarguilla, como todos los carrillos que hubo en Fuentes, acabó desapareciendo, nadie sabe si porque se acabó su tiempo o porque empezó a haber dinero. Conforme íbamos dejando de ser tan pobres -ricos nunca hemos sido- el tiempo escaseaba. O puede que ya no fuésemos niños y hasta que a los almanaques se les antojara achicar tanto los domingos hasta dejarlos reducidos a la nada. Por unas cosas o por otras, el caso es que desapareció para siempre aquel tiempo que giraba y giraba sin saber qué dirección tomar, dejándonos sin el carrillo Amarguilla.

(La fotografía de apertura ha sido obtenida del libro "Fuentes de Andalucía, una mirada al pasado".