Camino por la acera y me encuentro con dos niños, uno le echa el brazo al otro por encima del hombro, tienen las cabezas juntas. Son amigos, muy amigos. Sólo en la niñez se da este tipo de amistad tan cercana y cariñosa. Recuerdo con nitidez a mis amigos de la infancia. Entonces creíamos que esa relación duraría siempre. Todo lo compartíamos. Hace muchísimos años que no sé nada de ellos. Mis mejores amigos de entonces son ahora tres desconocidos. A estas alturas no creo que tengamos nada en común.

Es muy difícil mantener amistades a lo largo del tiempo porque nunca somos las mismas personas que fuimos. Nosotros somos los responsables, homicidas de quienes fuimos. Vivimos ocultos en una piel más envejecida y usando su mismo nombre, pero con las manos manchadas de sangre de nuestro propio asesinato. Cierto es que para algunos la amistad es un material fungible con el que se puede comerciar, del que se puede sacar beneficio. Muchos lo hacen hasta agotar lo que insistían en llamar amistad. Estoy seguro de que tales sujetos nunca fueron ni tuvieron amigos de verdad.

Listos, vivos, aprovechados, gorrones, trepas a costa de quien sea.

He tenido la gran suerte de tener buenos amigos, o al menos eso creía yo durante años. Siempre que tenían problemas, no necesitaban llamarme, ahí estaba yo, dispuesto a lo que fuese. Al revés no era lo mismo, por supuesto con honrosas excepciones. Repasando recuerdos compruebo que amigos, lo que se dice amigos, he tenido pocos, muy pocos. Lo que sí que ha abundado en mi camino, como en el de todos, son los falsarios. “Amigos” que lo son sólo cuando te necesitan. Estos y estas son los que te recuerdan los años que hace que os conocéis y las anécdotas vividas para, a continuación, pedir casi imposibles. Cuanto más egoísta es alguien, más se esfuerza en convencerte de que es una buena persona.

He conocido pavos cubiertos de plumas hasta la coronilla, hablando de ellos sin parar, locos por demostrar lo “brillantes” que son, la suerte que tiene uno de disfrutar de su compañía. Esforzándose en convencer de la fortuna que es trabajar gratis para ellos en nombre de la sagrada amistad. Alguno incluso me ha tratado como si fuese su criado, exigiendo desconsideradamente, maleducadamente, prepotentemente, culpabilizando a cualquiera, a mí el primero, de sus meteduras de pata. Hablan mal de otros a los que también llaman “amigos” a sus espaldas. Si hablan así de otros ¿cómo hablarán de mí en mi ausencia?

Estos mismos te necesitaban a deshoras para llorar a moco tendido en tu hombro. Entonces, uno era a partes iguales cura confesor, psicólogo en barra fija y cubo de basura en el que depositar sus miserias. Sólo había que escuchar durante horas con una actitud acrítica y darle siempre la razón. Qué gran concepto de sí mismos tenían, qué gran egoísmo.

Recuerdo haber tenido grandes “amigos” cuando la cosa me iba muy bien, cuando la vida me sonreía. Es como si les diese cierto pedigrí estar a mi lado. Pero en cuanto llegaron las tempestades, la admiración y el prestigio se transformaron en estigmas. De repente me había convertido a sus ojos en un fracasado, en un lastre del que deshacerse. He llamado por teléfono buscando a aquel que creí amigo sin hallar respuesta. He esperado una frase de apoyo en el “guasap” en vano, los mensajes se extraviaban siempre. Ya no les quedaba jabón para lavarse tanto las manos. Perdí “amistades” de mucho tiempo siguiendo estos pasos. Nunca recibí una explicación a tanto desdén. Siempre me pregunto qué hice mal, qué fue tan grave.

Años más tarde, el mundo es un pañuelo, me he encontrado casualmente con alguno que nada más verme se ha lanzado a mis brazos. En un alarde de cinismo, he tenido que oír lo mucho que me ha echado de menos en los últimos veinte años. La amistad entre dos personas es el sentimiento más puro que existe porque es desinteresado, no hay atracción económica, ni sexual, es a cambio de nada. Echo de menos aquellos días de infancia y primera juventud cuando creía que tenía amigos y además que durarían eternamente. Se ve que este sentimiento noble sólo es apto para niños y adolescentes.

Dentro de lo triste que es todo esto, no quiero ser pesimista. He tenido amigos de verdad, he sido afortunado, conservo alguno aún. Espero estar a su altura y no defraudarles como tantos y tantas lo han hecho conmigo. Porque yo, como todo el mundo, necesito amigas y amigos, como cuando era un crío.