Hace muchos años, mi amigo Miguel Ángel González, una de las personas más inteligentes, cultas y honradas que he conocido en mi vida, me contó que en Cáceres, cuando hizo la mili, coincidió con un vasco con el que mantuvo una conversación. Al terminar, éste le dijo: “Para ser andaluz no estás mal, se puede hablar contigo”. Aquel cretino suponía que los andaluces por defecto somos ignorantes, simples y menos inteligentes que un botijo. Todavía hoy hay gente por ahí que cree en teorías en las que alguien es superior a otro por haber nacido en un sitio determinado. Para más de un “genio por descubrir”, además de vagos, indolentes y frívolos, somos más cortos que las mangas de un chaleco y más simples que el mecanismo de un sonajero. Hay que ser necio para pensar así de 8.465.236 personas.

Somos estupendos, pero si lanzamos una mirada crítica al espejo, vemos que Andalucía es una tierra en la que el paro es endémico, la renta está muy por debajo de la media y la precariedad forma parte de lo cotidiano. Hemos perdido tantos trenes desde la revolución industrial, que nos parecemos a la Penélope de Serrat, esperando que llegue alguien y nos rescate de nuestro pasado. Si aún pintamos algo es sólo por nuestro tamaño, porque somos muchos. Cierto es que hace unos cuarenta años de dejamos de caer en picado. Ya no salen trenes enteros cargados de emigrantes camino de Cataluña. La autonomía, esa que algunos cuestionan ahora, ha sido un modelo de éxito, pero no del todo. Nos hemos convertido en una tierra de camareros y albañiles.

Ahora hay síntomas, o al menos yo quiero verlos, de que puede haber un cambio de mentalidad. Quiero pensar que estamos pasando del “que inventen ellos”, tan español, al hagámoslo nosotros. Que hay mucho talento en nuestra tierra lo sabe cualquiera con ciertas luces, tenga o no la frente despejada. Hay también mucho tesón, esfuerzo y sacrificio de quienes deciden investigar aquí, en lugar de irse a Alemania o Estados Unidos, donde tendrían una vida mucho más cómoda, apostando por el futuro, el nuestro, el de todos.

Con suerte, mucho trabajo e inteligencia detrás es posible que en un futuro no muy lejano se construya en Granada un acelerador de partículas, ojalá. Quién sabe, la energía limpia que imita a la del sol podría nacer en Andalucía. Nos estamos convirtiendo en una potencia robótica, igual se acaba inventando un robot que baje a comprar tabaco los domingos por la tarde.

La Línea, que sabe mucho de tabaco (de contrabando) ha estado castigada por la pobreza desde siempre. Hoy hay una flamante empresa, dirigida por un chaval de diecinueve años, que ha creado una compañía que fabrica satélites de comunicaciones, del tamaño de esas mismas cajetillas de tabaco que llegan desde Gibraltar. Quizá, en La Línea se ponga de moda, a partir de ahora el prefijo pico, pero no en referencia a los “picoletos” persiguiendo a narcos, sino a los “picosatélites”. Tal vez se le empiece a conocer como la “Houston de la Bahía de Algeciras”. Un lugar que no se resiste a la pobreza, en la que una vez alguien decidió inventar para cambiar la realidad (no me refiero a la ocurrencia de su alcalde, de convertir La Línea de la Concepción en ciudad autónoma y dejar de ser andaluza). Suena un poco raro eso de que alguien apellidado Franco quiera convertir su ciudad en puerto franco.

A Andalucía le sobran fuerzas y capacidades para convertirse en motor de España y Europa. Lo fue durante siglos. Para caer luego en un pozo profundo. No podemos resignarnos a ser camareros. Ni nos conformamos con tener buenas playas y monumentos históricos. Algún día deberíamos volver a ser admirados por lo que somos y no por lo que fuimos. Ese día ya no se harán chistes sobre cómo hablamos o nuestra manera de entender la vida. Nadie me dirá entonces, por muy imbécil que sea, que no estoy mal, que para ser andaluz se puede hablar conmigo.

Tenemos que creer que es posible, pensar a lo grande, abandonar el atraso sin dejar de ser nosotros, ser humildemente orgullosos, trabajadores, serios, responsables, generosos y solidarios, como lo fueron nuestros antepasados. No esperemos sentados en la estación como Penélope. Tomemos el tren en marcha. Seguro que si lo hacemos no habrá quien nos pare. “Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos”