Las tierras de Fuentes han dado siempre buenos mayetes y excelentes albañiles. Garbanzos, trigos, mirasoles, olivos... y albañiles. Garbanzos tiernos, mantecosos, y albañiles duros como el acero. Malo hubiese sido al revés, garbanzos como el acero y albañiles tiernos, mantecosos. De la mar, el mero y de la Campiña, los alarifes fontaniegos. Hay tierras en este país que dan buenas naranjas, como las de Palma, y tierras que dan acero, como los altos hornos de Vizcaya. Los altos hornos de Fuentes de Andalucía funden maestros del ladrillo. También hay tierras con excelentes gobernantes y tierras con excelentes maestros de obras. Como las dos cosas a la vez hubiese sido pedirle al cielo demasiados dones, a Fuentes le correspondió en el reparto la condena de conformarse con una notable dotación de buenos maestros albañiles.
Por eso Fuentes ha tenido pocos buenos gobernantes pero muchos albañiles como han sido los Andrés González, los cuatro Silleros (Manolo, Alfonso, José y Sebastián) Manolito Gaspar, Juanito el Mirlo, el Sosa, Manolo el Ratón, Carrero, el Cuervo, el Polonio, los Silvestres, Machuco... Además de los Ruiz Florindo, claro está. Como sería imposible hacerle un homenaje a todos los irrepetibles albañiles fontaniegos, vamos a personalizarlos a través de uno de ellos, Andrés González. Simplemente "el Andrés". Porque jubilado como está, ahí sigue a pie de andamio, hecho del mismo acero que el palustre y con la cintura de mimbre. Como el hierro de los zunchos que arman el hormigón que une muros y forjados. Si por él fuera, a sus 72 años todavía andaría levantando y repellando paredes, techando viviendas y alicatando cocinas y cuartos de baño.
En sus inicios, como tantos otros futuros albañiles, Andrés probó el arado antes que el andamio. Así quedó convencido de que prefería el manejo de la llana y el nivel. Como en casa del herrero, cuchara de palo, Andrés tuvo que empezar en el campo y viviendo con Anita Mendoza en un cuarto prestado en casa de sus suegros. Tiempos de penurias compartidas que conllevaban, también, el irse a coger algodón al poblado del Vareón, en Lora del Río. Andrés y Anita batían allí récords cogiendo algodón, igualando casi al plusmarquista mundial José Potestad, 130 kilos en la peoná. De allí, a la aceituna en Santiago de Calatrava (Jaén). Ríanse ustedes del maratón de Nueva York y del rally París Dakar. Aquello de coger algodón y aceituna sí que eran carreras de fondo, aunque los participantes en vez de recibir medallas volvían a casa con la piel curtida y luciendo lamparones de sudor y barro.

Andrés ya no tenía 14 años cuando decidió pedirle una oportunidad a Juanito el Mirlo, alarife de de los alarifes de Fuentes. Entonces, con 20 años los hombres tenían que ser ya medio maestros en el manejo de la mezcla. Andrés empezó tarde, pero aprendió ligero y en apenas tres años era ya todo un maestro capaz de construir una casa y hasta de satisfacer las altas exigencias de clientas como Angelita Díaz, que se prendó de su arte desde que lo vio trabajar. Hasta entonces, el albañil preferido de Angelita Díaz había sido el Sosa, pero el hombre tuvo un desgraciado accidente ancá la Josefita la Pruna, en la calle Hurtado, que lo obligó a ganarse la vida vendiendo papeletas. Con lo buen albañil que había sido el Sosa.
El éxito con Angelita Díaz catapultó a Andrés a la fama de los albañiles fontaniegos. Se había hecho Andrés con los secretos del hormigón, levantar paredes, repellar, echar un suelo, alicatar, cubrir techos y tejados... Eran los tiempos del alcalde Sebastián Catalino y Juanito el Mirlo dejó su cuadrilla para dedicarse a maestro de la villa. En ese puesto fue el verdadero artífice del paseíto San Fernando. Con el Mirlo dedicado al ayuntamiento, la cuadrilla se deshizo y Andrés se pegó a Manolito Gaspar, con el que ya estaba aprendiendo el Ratón, uno de los albañiles más rápidos que ha dado la historia de Fuentes. El Ratón en quince días levantaba la estructura de una casa. Manolito Gaspar, Andrés y Cristóbal, hermano de Andrés, trabajaron juntos ancá Angelita Díaz. El aprendiz desplazó al maestro.

Como todos los albañiles de Fuentes, Andrés decía que en Fuentes los presupuestos de obras se hacían muy ajustados, que costaba Dios y ayuda sacar para los jornales y el seguro social de la gente que llevaba trabajando. La fama de quejicas la tienen los mayetes, pero anda que los albañiles. Fuentes fue siempre un lugar donde los obreros pasan fatigas para reunir dinero para hacerse una casa. Bien lo saben los albañiles a la hora de acordar presupuestos. Decían -y dicen- que en Fuentes había albañiles para ricos y para pobres. Andrés era de estos últimos y si tenía que echar más horas de las pactada, las echaba con tal de satisfacer a todo el mundo. Como maestro de los de abajo, Andrés se puso del lado de los defensores de la libertad y los derechos sociales. De su cuadrilla formaron parte Manuel el Polonio y José Caro Pruna.

Ya afamado oficial, Andrés se puso a trabajar en la empresa GAFA, la más importante de Fuentes, donde estaban los Silleros, los Silvestres, los Jardineros, el Estanquero, el hermano del Sosa, el Cuervo... La empresa tuvo su época dorada, pero al final cada uno de sus albañiles tiró por su lado y Andrés se puso por su cuenta y nunca le faltó el trabajo. Consiguió comprarse un terreno junto al Calvario y hacerse su casa, más tarde un terreno en Gadeo para hacerse un chalet con piscina, un huerto y un gallinero, el sueño que todo fontaniego guarda en lo más hondo de su alma desde que tiene uso de razón. Unas cervecitas en el bar Seis, una casa en el pueblo, unos hijos (cuatro ha tenido Andrés) un chalet con piscina, un huerto con gallinas y una patulea de nietos dando guerra son los símbolos de que el buen fontaniego ha prosperado y puede aguardar el fin de sus días en paz consigo mismo y con los hombres. Amén.