Tarde de domingo. Luz tenue de febrero, se está bien a resguardo del hogar oyendo a María Callas. Afuera hace frío, las nubes no terminan de ponerse de acuerdo para dejar caer la esperada lluvia. En estos momentos de paz, de suave melancolía, no puedo dejar de pensar en Gaza y en el atroz genocidio que Israel está cometiendo delante de todos. No nos importa lo que todas y todos sabemos.

¿Nos suena lo que se decía de los alemanes al terminar la segunda guerra mundial respecto a los campos de concentración? ¿Acaso no soy sensible a la belleza de un aria igual que un nazi lo era mientras mueren inocentes al otro lado del Mediterráneo? Estamos entrando en una clase de locura, de desdoblamiento, que nos hace insensibles al dolor ajeno, a la injusticia. Podemos oír o decir frases como: “no veo las noticias, no escucho porque me pongo mala” o “no sabemos lo que tenemos, lo bien que vivimos aquí”. Seguimos nuestras vidas sin más, ignorando la ceguera voluntaria que nos va oscureciendo la capacidad de empatía, de sentirnos parte de una humanidad que va perdiendo la esencia misma.  

No estoy culpándonos de lo que ocurre en Gaza, en Ucrania o en más de la mitad del mundo. Solo tengo necesidad de expresar las contradicciones en las que vivimos, lo fácil que es olvidar el sufrimiento ajeno cuando el otro, la otra, está lejos, oculto detrás de un muro que nos separa del campo de exterminio, del mar-tumba de sueños, de los bombardeos sobre niños indefensos, de chabolas de plásticos cerca de invernaderos, de barrios sin luz o simplemente del viejo vecino que ya no cuenta porque no es joven y apenas consume, de la mujer mayor que permanece en la puerta de un banco bajo el sol o la lluvia mientras espera rentar para cobrar su pensión.

Nos importa más lucir en fotos de Facebook en la presentación de un cartel o en cualquier acto social que nos hace sentir importantes, sonreír a la cámara sosteniendo una copa porque estamos obligadas a ser felices, el primer mandato del capitalismo. Cuando a veces me dicen que las niñas y niños africanos son felices me entran ganas de decir:  Sí, no tienen futuro, ni esperanza de mejorar, mueren de enfermedades que aquí dejaron de ser mortales hace tiempo, están mal nutridos, con deficiencias educacionales… pero ello son felices así. Prefieren que los blancos sigamos siendo los dueños del mundo”.

Aquí, en nuestro norte global, seguiremos disfrutando de una apacible tarde de domingo, puede que quejándonos de que internet vaya lento o que en mi última publicación de Instagram tengo pocos me gusta.